En el centenario de su nacimiento, Capitán Swing ha tenido a bien presentar una pequeña obra casi desconocida del gran autor James Baldwin: La próxima vez el fuego. Si piensan que es una simple narración sobre el racismo en Estados Unidos se equivocarán porque es algo más. Mucho más. Es obvio que van a poder comprobar el nivel de deshumanización que existía desde la década de los años treinta en una ciudad, que se dice cosmopolita, como Nueva York y que no era más que el reflejo de lo que suponía ser negro en el Imperio. Pese a haber conseguido la liberación de las esclavitud legal, los negros seguían siendo esclavos socialmente.
La narración de Baldwin comienza en su más tierna adolescencia cuando, mediante algo similar a una catarsis mística, comenzó a percatarse de lo que le rodeaba. Era negro y ello suponía un cierto estilo de vida y unas limitadas aspiraciones sociales. Imaginen para un niño que estaba encantado con la lectura, el oscuro futuro que se le presentaba. Primero porque los blancos no permitirían que saliese del ghetto, segundo porque los propios negros, pese a la rabia contenida en su propio inconsciente colectivo, aceptaban en cierto modo su destino. El autor intentó acomodarse a ese destino mediante la vía religiosa. Pastor protestante, en dura pugna con su padre, igualmente pastor, y con cierto predicamento entre los fieles. Algo sencillo para aquel jovenzuelo que lo había mamado y cuya capacidad expresiva era bastante superior a la media.
La hipocresía no iba con él y acabó dejando la iglesia para dedicarse a lo que realmente le gustaba, escribir. Comenzó a tener cierta fama (algún escándalo llegó con su obra La habitación de Giovanni, de temática gay) y los negros de diversos grupos organizados le lisonjeaban. Así el líder de la nación del Islam, el mismo que consiguió engatusar a Cassius Clay o Mohamed Alí —la mejor biografía también está disponible en Capitán Swing—, Elijah Muhammad, le invitó a cenar en su casa y lo que allí vio no le terminó de convencer. Ya había tenido bastante con su propio camino religioso. Malcom X insistió y pese a entender las posibles razones que tenía el dirigente político, lo que le acabaría costando la vida al ser asesinado —como sucedería con Martin Luther King—, no era su camino. Así no. Crear una Nación negra dentro de EEUU no solo era utópico sino que llevaría al mayor desastre.
Baldwin no quería que el blanco le concediese esto o lo otro, eso suponía seguir en la dialéctica del amo y el esclavo —la cual gracias a Hegel sabemos que es puñetera en sí—, tan solo pretendía que el blanco le mirase como él veía a los blancos, como simples personas con su dignidad. Ni más, ni menos. En pie de igualdad. Como el mandamiento de Jesús, el cual es claramente la influencia del autor, amaros los unos a los otros. Entendió que aquello no iba por buen camino y al final decidió pasar la mayor parte de su vida en Francia.
En todo ello existe una metanarrativa curiosa, pese a que le presagiaron a Baldwin que habría un presidente de EEUU negro, y así ha sido con Barack Obama, la realidad sigue siendo tozuda con los negros en el país norteamericano. La propuesta del escritor sigue sin colmarse. Han avanzado mucho, no se puede negar, pero siguen sin compartir el poder. Sigue habiendo series de blancos y series de negros, por ejemplo. Los ghettos no han desaparecido. La barreras psicológicas persisten. Y ahora existen nuevas quiebras que hacen peligrar esos avances, como es la destrucción de la clase trabajadora blanca que está siendo condenada a la más terrible pobreza. Lo que supone un caldo de cultivo para la activación de ciertas polarizaciones extremas que son bien aprovechadas por grupos evangélicos (lean aquí otra obra de Capitán Swing).
El sueño de Baldwin no se ha cumplido pero él mismo dejó al finalizar el texto la advertencia «la próxima vez el fuego». Un libro del que no hay que quedarse solamente con lo que dice, sino también hay que sumarle lo que proyecta porque sigue siendo válido hoy en día.