Decía no recuerdo qué eminente médico estadounidense que la publicidad hace milagros, de tal forma que siempre podrás encontrar a alguien que acceda a amputarse los pies para que no se los pisen. Algo similar sucede en la política europea: parece que ya se puede prometer casi cualquier cosa porque abundan los incautos que aplaudirán esas propuestas, por descabelladas que sean. El tal Alvise Pérez tiene una larga y contrastada trayectoria como difamador y creador de bulos, lo cual no ha impedido que obtenga 800.000 votos. En sus mítines propone, a falta de programa electoral (como lo oyen), la "deportación masiva de inmigrantes". No puedes explicar racionalmente a personas que viven en burbujas de realidad la enorme necesidad de mano de obra extranjera de la Unión Europea y la gran actividad económica derivada del trabajo de los inmigrantes. En el caso de España, todos los puntos de crecimiento del PIB del período 1995-2008 se debieron a la riqueza creada por la mano de obra extranjera, según un informe del Banco de España. Cabe recordar que nuestro país mantuvo durante 7 años dos anomalías económicas que no correspondían con su población y Producto Interior Bruto: ser el segundo país receptor de inmigrantes del mundo, solo por detrás de Estados Unidos, y el segundo que más viviendas construía, solo por detrás de China.
Alvise ha propuesto también crear "la mayor prisión de Europa a las afueras de Madrid» para encerrar en ella, como no, a Pedro Sánchez, pero también «incluso a una persona que tenga un tatuaje de una banda". Para hacer un análisis correcto de la realidad hay que estar mínimamente anclado a los hechos, y no perdidos y desconectados, como parecen hallarse los votantes de este demagogo. España tiene una tasa de criminalidad de 48,8 actos penales conocidos por cada mil habitantes, según el Ministerio del Interior (que por supuesto se inventa estos datos porque está en manos de los servicios secretos cubanos, venezolanos y nicaragüenses). Ese índice es inferior al de Francia, Italia, Reino Unido y Alemania. No tenemos un problema general de delincuencia, salvo en bolsas de pobreza abandonadas por el Estado como el Campo de Gibraltar, Ceuta y Melilla y algunos barrios de las grandes ciudades o de localidades menores en las que la precariedad se ha enquistado por diferentes razones.
Los irresponsables de VOX también defendieron en su momento "la necesidad de que los españoles puedan disponer de un arma en su casa para poder usarla en situaciones de amenaza real sin consecuencias judiciales". La política es el arte de solucionar problemas sociales y crear proyectos integradores, mientras que toda esta caterva se desenvuelve en realidades que solo están en sus mentes alucinadas y jamás hablan de los problemas más acuciantes, como la escasez de vivienda, la precariedad laboral o la desinversión en sanidad y educación del Estado y las Comunidades. Todas estas cuestiones pasan ante sus ojos sin causarles la menor inquietud. Vincular permanentemente inmigración y delincuencia es un crimen que genera un sufrimiento enorme en las personas que, casi siempre por motivos económicos, se han visto obligadas a abandonar sus países. Al dolor de dejar su casa, sus seres queridos y los escenarios en los que se han sentido seguros e integrados, los inmigrantes suman el rechazo por parte de la población local, que aumenta cuando el poder político lanza estos mensajes. Días después de la victoria de Trump, en 2017, varios niños de un colegio de Michigan gritaron ante sus compañeros de origen sudamericano "¡construye el muro, construye el muro!". Entre el poder político y la sociedad hay vasos comunicantes, la suerte que tenemos es que muchas personas son bastante más sensatas y civilizadas que quienes gobiernan, pero no hay que despreciar la enorme capacidad de los políticos de legitimar los discursos de odio e inocular sus mensajes en la sociedad.
El ascenso de estos líderes tiene que ver con que una parte de la sociedad europea prefiere dejarse llevar por sus prejuicios, potenciando la idea de una arcadia occidental que nunca existió, pero también con que muchas personas jamás leen un análisis riguroso acerca de los problemas socioeconómicos de sociedades complejas como las nuestras. El relato de las ultraderechas nada tiene que ver con las necesidades de la gente ni con la realidad ni tampoco busca el bien común, solo la defensa de proyectos minoritarios y autoritarios. Pero lo que más pena me produce es que haya tantos jóvenes votando a VOX, incapaces de mostrar solidaridad o empatía con los más vulnerables, no importa si han venido en avión o si han tenido la desgracia de arriesgar sus vidas cruzando media África y el Mediterráneo. Mostrarse insensible es una manera de buscar, se consiga o no, la aprobación general y el aplauso en un grupo humano formado por personas poco maduras. Es muy mezquino cebarse con los más débiles, mucho más cuando ni de lejos hemos pasado por circunstancia similares. Tengo esperanza porque también hay millones de jóvenes con preocupaciones sinceras sobre la ecología, la desigualdad, la conciliación laboral y la cultura, pero el caso es que hay demasiados de los primeros.
Existe también un discurso proveniente de un poder mucho más benevolente con la ultraderecha que con los movimientos de izquierdas que reclaman una vuelta a las esencias, lo que significa volver a los postulados socialdemócratas con el fin de preservar el Estado de Bienestar. Si la prensa española en su conjunto, salvo contadas excepciones, demonizó a Podemos hace diez años no fue por los presuntos casos de corrupción de la formación morada, archivados uno tras otro por los jueces después de haber sido inventados por calumniadores profesionales, sino por cuestionar el carácter neoliberal de la economía española. Mientras que ahora la Comisión Europea ha tratado de blanquear a Meloni y en general a una ultraderecha connivente con las egoístas y salvajes políticas europeas en materia de inmigración porque no la considera una amenaza al mismo nivel que la llamada "izquierda radical", que en realidad es la socialdemocracia de toda la vida. Hay que recordar que la propia Comisión, aunque fuera durante la gestión de Durão Barroso, no titubeó a la hora de infringir un enorme sufrimiento al pueblo griego con sus políticas de austeridad, y lo hizo para lanzar el mensaje de que no toleraría izquierdas genuinas como Syriza o Podemos.