No hay nada como tener memoria. Especialmente a corto plazo en estos tiempos en los que se dijo ayer se olvida hoy y carece de valor mañana. Javier Lambán, todavía secretario general del PSOE en Aragón, se ha negado a participar en la votación de la Amnistía en el Senado. Con la mayoría absoluta del PP era obvio que iba a ser vetada —extraño que no la hayan enmendado para cambiarla completamente y molestar un poco más, pero ya se sabe que los actuales ocupantes de los curules son de trabajar poco y pensar menos—, por lo que la acción del ex-presidente aragonés tenía algo de simbólico y nada de efectivo.
De momento le van a sancionar con ochocientos euros. Así lo establece el reglamento senatorial del PSOE. Nada nuevo y servirá para pagar a algún amigo de la cúpula del partido que estará haciendo nada como asesor. El problema surge cuando aparece en escena el Beria del sanchismo, el mininistro Félix Bolaños. Con toda la chulería de la que es capaz y la maldad brillando en sus ojos (pese a utilizar gafas) ha advertido, más bien ha amenazado, a Lambán con ir más allá y sancionarle tal y como dictan las normas que él mismo, con sus colegas de la NKVD sanchista, fabricaron. ¿Amenaza con la expulsión? ¿Amenaza con la deportación? ¿Amenaza con mandarle a algún campo de reeducación (igual seis semanas en la Jaime Vera aguantando a los intelectuales orgánicos del sanchismo)?
Lo paradójico de todo esto es que sancionan a Lambán por algo que ellos mismos, especialmente su jefe, hicieron y que dio paso a su transformación de pelele de la vieja guardia a pelele de la coalición dominante global. El sanchismo, esa masa de seres irracionales, incapaces de pensar por sí mismos y carentes de toda ética, surgió por la negación a votar más allá de unos supuestos principios que no se podían traspasar. Como todo en Pedro Sánchez, fue un engaño porque hoy por hoy pacta con la ultraderecha fascistoide catalana o los amigos de los asesinos de compañeros socialistas. Ergo no era permitir el gobierno del PP lo que le molestaba sino no ser él protagonista del pacto. Generaron un mito por mantener los principios y ahora esa masa de seres irracionales pide quemar en plaza pública a quien vota o no vota según sus principios. Y en un tema concreto como es una ley que repugna a muchísimos socialistas. Al menos a esos socialistas que son racionales y tienen principios.
Como el sanchismo carece de principios y no les importa decir hoy A y mañana B aunque sea completamente contradictorio —de hecho todo ese sanchismo inilustrado no se ha preguntado por lo ético de la actuación de Begoña Gómez, pues tragan con todo lo que le diga su jefe—. Les han quitado la democracia interna que les prometieron agrandar y aplauden como focas. Los ministros les miccionan en la cara y ellos alegres porque está calentito el líquido. Piden quemar a Lambán y ellos ponen la antorchas rápidamente, y todo porque eso supone discrepar de su dios, sin duda menor, muy menor; porque eso supone democracia, debate y pluralidad, lo que ha sido siempre el PSOE, pero no es la unanimidad que gusta al Narciso de la Moncloa; porque no son socialistas, ni socialdemócratas, ni nada parecido sino bufones en la tragedia que ha montado un mal autor, copión e incapaz intelectual.
No hace mucho unas palabras como las de Bolaños hubiesen supuesto, cuanto menos, dos o tres algaradas dialécticas en medios de comunicación y algún que otro papel de protesta (¿dónde está Izquierda Socialista para luchar por la democracia interna? ¿haciendo la foca?). Lambán sabía de la sanción económica, como saben todos los diputados y senadores, pero amenazarle con algo más ¿qué es? Dictadura, y no del proletariado precisamente. Son autoritarios. Carecen de ética. Igual hasta tienen algún problema psicológico porque sus actos, los de la cúpula del PSOE, no se puede explicar solamente por mantenerse en el cargo. Al carecer de principios no entienden lo hecho por Lambán. Algo que dignifica al aragonés y señala de mala forma a la dirigencia sanchista.