No necesitamos más ruido, ni tampoco el silencio con el que la cúpula de determinadas organizaciones validan la opinión de los que aseguran, a grandes pinceladas, que la energía que nos proporcionan las grandes empresas, las mismas de siempre, es tan limpia que es nuestra obligación comérnosla con patatas en platos de oro –macroparques industriales– y con una enorme cantidad de tierras raras y otras sustancias, que como ocurre con las bebidas de cola, componen una fórmula secreta capaz de desatascar todos los desagües.
Si este es el anticapitalismo que rige los principios de determinadas organizaciones que con paroxismo contemplan cómo se levantan todo tipo de agigantadas fábricas de generación eléctrica en tierra y mar; quizá, para los que todavía permanecen ahí y son capaces de mirarse al espejo, sea esta la consigna para salir huyendo.
Sí necesitamos, por el contrario, ideas eficaces para comenzar a avanzar hacia un decrecimiento ordenado en las cuestiones materiales y poder repensar, ya de paso, cómo crecer mediante una economía de los afectos, la cultura, los servicios básicos, el transporte público, un sistema sanitario incorruptible, un sistema educativo necesario, y una trasmisión de valores y conocimientos que nos ayuden a enderezar esta embarcación a la deriva en la que viajamos.
No quisiera yo, porque no soy especialista titulado, enfatizar cuestiones que la literatura científica ya ha descartado, pues basta el sentido común para darse cuenta de que, por ahora, toda la industria macro renovable, en su conjunto, no ha hecho sino aumentar la cantidad de energía eléctrica disponible sin conseguir, de momento, que ni los aviones sean eléctricos ni lo sean la inmensa mayoría de los camiones o tractores, y aún menos los barcos destinados al transporte de mercancías; sin conseguir, tampoco, que cese el uso de petróleo para una lista interminable de actividades que siguen necesitando de los derivados de este producto para que la rueda siga rodando. Es decir, suma y sigue, y no restes.
No quisiera yo llevar la contraria a la opinión generalizada de los ecologistas que opinan que lo de “sí, pero no así” es una majadería de cuatro pelagatos incapaces de responder a la irónica pregunta de “¿entonces, cómo”, pero resulta que después de tantas horas y horas tratando de poner piedras en el camino a quienes con sus leyes llegadas de Europa quieren a toda costa destruir, a gran escala, paisajes, tierras fértiles, memoria, dignidad y biodiversidad, no me queda más remedio que decir lo que pienso de la manera más honesta que conozco. Así que comprendan que, a pesar de mi ignorancia, me vea en la obligación de gritar una vez más que, de existir, lo renovable si cerca, tres veces renovable; de existir, lo renovable si comunitario, cuatro veces eficiente, etc. Sí, formo parte de ese grupo de inocentes que consideran que hay mucho que cambiar, pero que ese cambio implica, sobre todo, transformaciones radicales en las formas de vida. Unas transformaciones que ya no pueden venir desde arriba, haciéndole la ola al capitalismo verde desde organizaciones de la inacción; porque estas transformaciones serán sociales y profundas, o no serán.
Y mientras circulan las opiniones, la temperatura del planeta Tierra sigue creciendo de forma alarmante. Lo dice un organismo tan serio como el IPCC, y esto se debe a que seguimos emitiendo a lo loco dióxido de carbono. Ya hemos visto la nula influencia que está teniendo sobre esta variable la implantación masiva de renovables. En ciencia, cuando una hipótesis no se cumple no se cambia el experimento para que se cumpla a toda costa, se buscan nuevas hipótesis.
Es obvio, a juzgar por los diferentes posicionamientos, derivas internas y sobre todo ausencia de actividad en contra del voraz capitalismo verde, que las cinco organizaciones ecologistas más importantes en nuestro país tienen un problema con el desenfoque de campo, y que las fotografías que obtienen no son más que postales baratas de kiosco, tanto es así que hoy por hoy llamarse ecologista contiene el riesgo de acabar siendo nombrado de otra manera poco agradable, pues la autoridad moral con la que pretenden imponer la falacia energética se parece bastante a determinada e innombrable propaganda del pasado, y muy poco a una mirada realista –y por lo tanto concienciada– del mundo natural que estamos dejando.
Y mientras circulan las opiniones, las selvas y los bosques primarios decrecen a un ritmo espeluznante, transformados en carne, cultivos de todo tipo, madera quemada y pellets. Lo dice la NASA, y esto se debe a que seguimos consumiendo como cerdos todo tipo de cosas, a pesar de que una buena parte del mundo tiene cada vez más hambre. ¿Queremos seguir discutiendo sobre temas energéticos o le preguntamos a la Inteligencia Artificial qué debemos hacer para frenar esta devastación que estamos presenciando, y de paso conseguir una mayor igualdad? Preguntemos a la IA, sí, y veremos cómo la respuesta que nos da es simple: si hay un cáncer, lo último que se debe hacer es alimentarlo.
Y mientras circulan las opiniones, esa misma IA a la que hemos preguntado sigue creciendo y necesitando más y más energía, enormes cantidades de energía, pero ¿para qué?, ¿para dar respuestas obvias?, ¿para controlar en todo momento nuestros pasos?, ¿para salvar una vida en una operación quirúrgica? ¿Qué dicen las cinco organizaciones ecologistas de esto? ¿También nos van a poner a caer de un burro a quienes decimos que IA sí, pero no así, que ningún avance debe ser destinado para la alineación y sí para salvar vidas o mejorar otras? ¿Para eso quieren estas organizaciones el gran despliegue de las renovables, para enfriar los gigantescos centros de datos que están proyectados?
Y mientras circulan las opiniones, la guerra sigue y se convierte en un monstruo imparable. ¿También en este punto guardará silencio el ecologismo o se dedicará a escribir artículos vacíos y equidistantes? ¿O es que el temazo de la energía resta tanta energía que cuando vemos cómo explotan las bombas de uranio empobrecido sobre población civil no nos quedan fuerzas para hilar medios con fines y esclarecer, de paso, qué es lo que buscan las guerras si no es recursos materiales, entre los que, quizá, también se encuentren aquellos con los que se fabrican las renovables?
Vaya, por fin hemos llegado al fondo de la cuestión, el qué sobre el que fundar un cómo, un fondo no muy diferente al que ya conocíamos.
Y ahora, por último, una conclusión: necesitamos organizaciones ecologistas nuevas y disidentes, no resistentes al capital sino en lucha activa contra el venenoso arbitrio que el capital impone. Organizaciones con las ideas claras, capaces de dar sentido a un ecologismo limpio, libre de opiniones subrepticias –que aparentando defender algo, defienden justo lo contrario–. Un ecologismo capaz de ilusionar de una forma colectiva a una sociedad que, aunque dormida, es consciente de que pronto ha de enfrentarse a un problema de dimensiones colosales, una situación para la que hemos de prepararnos para dar respuestas y no mentiras simples.