No crea usted, querido lector, que es fácil escribir después de tanta fiesta. El tiempo parece haberse parado. Todos, lo queramos o no, estamos tan influidos por la publicidad de la Navidad que pasamos estas fechas de manera diferente, incluso los que abominan de ellas. Y, una vez pasadas, aún queda la resaca: los comentarios sobre ocupación hotelera, cifras de accidentes, estadísticas sobre vuelos, información sobre pistas de esquí o casas rurales en zonas tan alejadas del mundanal ruido que asustan…
Y ahora, las rebajas. Las rebajas que empezaron ya en Navidad, o en Año Nuevo, o en las fechas anteriores a los Reyes. Las rebajas son ahora cuando le da la gana al tendero en cuestión o a los grandes almacenes. Hay tantas rebajas que uno ya no sabe si compra en España o en algún Gran Bazar turco. Ahora llegan las de verdad, dicen, las de Enero son las fetén, las buenas, hay que aprovechar. Y todos otra vez saldremos a buscar el chollo del siglo.
No diga que no querido lector. Usted también, Seguro que ha navegado en internet algún día y ha comprado algo que no necesitaba. Y no le culpo. Yo no lo hago, pero no porque sea mejor sino porque esto de las máquinas me da aún algo de grima y no me manejo, lo reconozco, pero al tiempo.
Esto debe de ser la sociedad del bienestar. Comprar y comprar hasta la saciedad. Y luego cambiar: que me doy cuenta de que ese aparato para masajear la nuca que me han regalado es una gilipollez, pues nada voy a la tienda con el papelito de compra y me lo cambian por una especie de collarín que me dejará, afirma el vendedor, el cuello libre de tensión, mucho más útil, ¡dónde va a parar!
Con las rebajas llegarán también nuestros políticos, que han estado calladitos comiendo los turrones y recibiendo los regalos de los reyes, tan tranquilitos en sus casas. Carbón se merecían sólo. Se ha hablado poco de ellos en estos días de paz y todas esas mandangas. Se estaba a lo que se estaba: a comprar, a consumir, lo que es, básicamente, el espíritu de la Navidad. No es por nada, pero se agradece un parón así, no saber nada de todo ellos, desconectar, da gusto. Hasta puede parecer que no se les echaría de menos.
Pero no, no se han esfumado. No se han ido al país de nunca jamás. Ni a Oriente con los Magos. Están ahí, agazapados y van a volver a la carga. En cuanto nos descuidemos, igual hoy mismo: estaremos ante el televisor y aparecerán los de la Gestora alabando a Susana. Volverá a salir Lambán - ¡qué cruz!- explicándonos que ella es el futuro del Socialismo. Y no podremos tirarle la taza del té que estamos tomando porque acabamos de comprarla en una de esas rebajas de las narices y es de porcelana fina. Y, además, no conviene, que igual se quema el televisor o se revienta y provocamos un destrozo mayor y, al fin y al cabo, ni Lambán ni la gestora ni Susana van a oírnos. O sea, que, al final, igual tenemos que volver a las rebajas estas de los saldos totales para comprar otro. O no.
Podríamos probar a no verla más, la televisión. Pero no sé si es buena idea porque se empieza así y se acaba sin leer los periódicos y claro, estoy escribiendo en uno. Contradicciones las tenemos todos, pero esta sería ya un poco de tratamiento psiquiátrico.
La que no está agazapada es la Cospedal. De qué. Tiesa como ella sola pasando revista a sus tropas. Ella ha salido hasta en la sopa en estas fiestas. Vestida de Pascua ¡Arrrr…! Va a leerle la cartilla a Trillo, ella sí va a solucionarlo todo. En diferido. Sé que usted, querido lector ya lleva muchos intentos de lanzar objetos al televisor cada vez que ha salido ella en estas fiestas y se ha reprimido, como yo. Estoy pensando comprar un televisor baratito en estas rebajas y un par de docenas de tazas de té y café tiradas de precio. Las colocaré a mano, cerquita de las auténticas y hala a verlos a todos y a jugar al tiro de precisión. Seguro que acabo con el estrés y ya no me hace falta el artilugio ese que masajea el cuello. Igual vuelvo a cambiarlo, precisamente, por otra docena de tazas más. Tazas que no falten.
Sol Otto 9-1-2017.