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Carpe Diem, Alfonso

31 de Marzo de 2018
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Alfonso Guerra
El artículo se podía haber titulado Enrique (Múgica, mi padre, mi sanedrín particular), Nicolás (Redondo, el titán del sindicalismo patrio con el permiso de Caballero), Txiki (Benegas, que nos dejó y el joven, en comparación con los demás, de la clandestinidad, un hombre bueno, el más eficaz secretario de organización con el que hemos contado) y, por supuesto, Felipe (González, el último gigante de la política española). Líderes del PSOE, lucharon contra la dictadura franquista desde el civismo y pernoctaron en comisarías y cárceles. El PSOE aún le debe un homenaje a Antonio Amat, el hombre de acción que junto con Ramón Rubial formó a la siguiente generación del socialismo vasco, la que pugnó contra Franco.De Felipe se pueden narrar acaecidos que llenarían enciclopedias. Me remitiré a algunos que lo definen. En el XI congreso del PSOE, celebrado en la clandestinidad, en agosto de 1970, en Toulouse, bien entrada la noche, Felipe mantuvo un acerado mano a mano con Rodolfo Llopis, a la sazón Secretario General del partido. Felipe, con una incisiva dialéctica, exigía que los que se jugaban la gola, los socialistas que vivían, trabajaban y multiplicaban la organización en España, debían dirigir el partido. Felipe, con su elocuente discurso, le dobló el pulso al bienintencionado Llopis, demostrando entonces que sería un magnifico dirigente. Llopis ganó aquel congreso con el apoyo de los delegados del extranjero. Habría que esperar hasta el congreso celebrado en Suresnes entre el 11 y el 13 de octubre de 1974 para que los mentados cogieran las bridas con Felipe a la cabeza. Luego, al inicio de su larga estancia en el poder, acudió a Londres a desayunar con una serie de popes británicos. Le invitaron a té y él pidió un café negro cargado, con unas gotas de leche, y una rodaja de pan tostado con aceite y sal, sorprendiendo a sus contertulios; algo que parecía menor aunque fue intencionado y avisaba a Europa que España era independiente y no se regiría por sus consignas, como sucedió. No olvidemos que las naciones foráneas miden a lo local por la personalidad de su presidente, entre demás baremos, en sus viajes fuera de nuestras fronteras, algo de lo que no se ocupó Zapatero ni se ocupa Rajoy, dedicándose ambos casi por completo a los asuntos internos, obviando esa variante indispensable de la política. Al poco, Felipe, prácticamente él solo, con la mínima ayuda del partido que no creía demasiado en su estrategia, convirtió, con un referéndum, el no a la OTAN en sí a la OTAN, lo que en menor medida lograría años después José Antonio Griñán en las autonómicas andaluzas, cuando l@s compañer@s andaluces/zas, menos Alfonso y Susana Díaz, habían tirado la toalla pensando que ganaría el PP (las encuestas eran apabullantes a favor de los conservadores), y Griñán, a fuer de tenacidad, se alzó con la presidencia de la comunidad. Felipe puso a España en el mundo y la transformó en una potencia, lo que proseguiría el presidente Aznar. Además, Felipe, en las ejecutivas federales, alentaba criterios contrarios a los suyos; sabía que las discrepancias constructivas conjuntadas forjaban ideas fecundas. Ahora, a menos que seas varón, el disenso en los dos grandes partidos condena al ostracismo y se aplaude cualquier intervención al margen de su calidad.Se trata de la partitocracia mal entendida, de la incitación inmadura a una segunda transición, contaminación que Podemos ha propagado en sectores del PSOE, empujándonos a perder nuestras señas de identidad, impeliéndonos a la izquierda de la izquierda, y a su rebufo, consiguiendo el extravío de nuestro voto. Imperan los personalismos y los posibilistas frente al maravilloso mundo de la imaginación, la aplicable a la política. Los tiempos, sin embargo, mudan. Sánchez, con buen criterio, el de los anaqueles, ha depositado parte importante de las decisiones en la militancia. Siendo consecuente, sería obligatorio que promoviese unas primarias abiertas a la francesa, a fin de que los militantes y nuestros simpatizantes escogiesen a nuestro próximo candidato a la presidencia del gobierno.Aznar, en las antípodas de mi corpus ideológico, ha sido un grandísimo de la política, por dos razones, la primera por continuar la labor de Felipe en el extranjero, y la segunda y de una importancia vital en lo que se refiere a la convivencia democrática, por haber modernizado al PP y llevarlo al gobierno, por primera vez, tras una guerra civil auspiciada en su tiempo en manos de conservadores ultramontanos, lo que no es moco de pavo, además de haber cimentado el bipartidismo que nunca debimos abandonar, mermado a causa del desacierto de nuestros dirigentes. El fallo de Rajoy es no realizar la misma política inclusiva de Aznar en su partido, con lo que ha perdido el voto liberal y parte del centrista heredero de la UCD, ahora en el caladero de Ciudadanos. El de Sánchez, mi jefe de filas, ha consistido en crear un cordón sanitario en torno al PP, lo que se carga de facto la necesaria colaboración en asuntos de Estado, pese a que se ejecute una oposición dura mande el partido que mande, y a su vez finiquita el equilibrio de poderes que proporciona tranquilidad a la nación y evita el auge de los populismos: Ciudadanos a su manera (por su líder que no por sus cuadros y votantes) y el nefando Iglesias el malo, caricatura de la posmodernidad. Espero que tanto Rajoy como Sánchez reculen a fin de volver a asentar el bipartidismo, pergeñando formulas que nos saquen de una vez de la recesión, en especial a la juventud, que la sufre de modo palmario.Pero mi crónica se titula Alfonso, el compañero ejemplar, consecuencia de razones sentimentales y políticas. No creo que recuerdes, Alfonso, que, siendo yo un zagal de nueve años con una pierna encorsetada en una carcasa metálica, Redondo, mi padre y tu os hallabais en el mostrador de una sucursal bancaria donostiarra (mi ciudad natal), sacando dinero, barrunto que para alguna acción del partido. Me viste triste y te dedicaste a realizar trucos de magia que me alegraron la mañana y la enfermedad. De universitario habías hecho teatro y ya eras un lector voraz. Cuando publiqué mi primera novela, siendo tú vicepresidente del gobierno, en tu despacho de nuestra casa del pueblo central, en 1988, en la madrileña calle Ferraz, me afeaste la excesiva utilización de palabrotas, mientras que la última (el oficio de vivir, el oficio del poeta) la has alabado. Nunca dejaste de ponerte al teléfono de cualquier compañero y de escucharle, lo que te honra, una excepción en nuestra clase política. En política, como en lo demás, siempre dijiste la verdad, cuando otros la prometían de salida y se desdecían de inmediato. Afirmaste en una ocasión que el pueblo soberano a veces se equivoca, por eso no permitiste que se gobernase al albur de la alarma social, siendo con diferencia el que mejor leías las encuestas y acertabas de pleno en lo que ocurriría en las próximas elecciones, las que fueren, en el número de escaños. Dirigiendo nuestras campañas y el partido (Felipe se empeñaba, le correspondía, sobre todo en el reino), nos hiciste un partido ganador. La formula fue clara, dotar a la organización de músculo propio, sumergiéndola en las capas de la sociedad, y, a la par, vehiculándola en el gobierno con el objetivo de oxigenarlo. Eso también lo perdimos. En el gobierno, con puño de hierro en guante de seda, no había otra, fuiste el contrapeso perfecto de Felipe, insistiendo en que no le engrilletase el mal de la Moncloa, el alejamiento de la sociedad, falla en la que no caíste. Fuiste el impulsor de la mayoría de nuestras políticas sociales, e inventándote un viaje, evitaste el encuentro con cierto mandatario americano con el que discordabas, con muñeca torera, sin faltarle al respeto, no como otro. Tampoco modulaste tus valores, superiores a los principios que obedecen a las coyunturas, porque habías asumido que una persona que traiciona sus valores no puede mirarse al espejo, lo que te propulsó a la cima de la coherencia. Se puede afirmar lo mencionado de algunos compañeros, uno de ellos Rodríguez Ibarra. Conociste como nadie al partido y a sus militantes, y a todo lo atendías, con un don de ubicuidad aflorado en tu extraordinaria calidad humana.Al presente, Alfonso, nuestro Secretario General, no te escucha y encima te denosta; te vetó con Ibarra, Bono y Laborda en la comisión sobre el modelo autonómico, cuando expresaste dudas que no discrepancias. Ciudadanos se solidarizó abandonando la comisión. No escuchemos cantos de sirena, se fueron por puro cálculo electoral, así que de fraternidad nada. Me cuesta entender a mi Secretario General, al que me siento unido y respeto en base a la disciplina de partido, con la que estoy de acuerdo. No comprendo por qué dejó que se marchasen gentes como Moscoso y Madina, políticos de una nueva generación con inteligencias robustas que aportaban, y menos su veto a Elena Valenciano, una testa indiscutible, bien amueblada y laboriosa, y la musa del partido por descontado. Si Sánchez hiciera lo contrario, escucharos a vosotros y a los que ya no permanecen en estas lides, por ejemplo a Nicolás Redondo Terreros, también heredero de vuestra escuela, caminaríamos por veredas seguras. Me da que en nuestro partido, lo mismo que en los demás, sirve la palmadita al líder y no la meritocracia, lo cual excluye de la práctica política a los validos y premia a los aduladores. Al cabo, muchos de nuestros representantes, en el corolario del parlamento, caminan diez pasos detrás de la ciudadanía y andan tardos de reflejos, lo que desemboca en una praxis política de medianías. Hay que retornar, adaptándolas al ahora, al rumbo y modales de los viejos tiempos, de los que tu eres, Alfonso, su máximo paradigma. Me consta que las palabras anteriores, la voz a ti debida, la comparten multitud de compañ[email protected] relato a Pedro Sánchez, al que deseo por el bien de España y del partido una gran victoria electoral, de ser elegido en unas primarias abiertas, la siguiente anécdota: Abraham Lincoln llamó a su despacho a Andrew Johnson y le ofreció la vicepresidencia. Éste le agradeció que le hubiese nombrado en 1862, mediada la guerra civil, gobernador militar de Tennessee, añadiendo que le extrañaba la petición ya que él y el presidente, aparte de no empatizar, distaban en posicionamientos claves. El honesto Abe le contestó que ese era el motivo por el que le nombraba, porque era capaz de discutirle con argumentarios sólidos las decisiones, y, en especial, porque era un político brillante, imprescindible en tiempos de turbación. Johnson aceptó el cargo.
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