Empezaré por afirmar lo evidente, los cambios climáticos son cíclicos, ergo, el cambio climático existe. Entre otras cosas, el clima cambia por una serie de patrones en la órbita terrestre que afectan al clima en la Tierra (ciclos de Milankovitch que pueden influir en la distribución de la radiación solar que llega a la Tierra) y que dependen de la variación de la excentricidad orbital, del cambio en la inclinación axial y de la precesión de los equinoccios. Sin embargo, el origen antropogénico es considerado por algunos estamentos políticos, sociales y científicos como un dogma inamovible que no se puede rebatir y, desde hace bastante tiempo, se empeñan en culpabilizar a la humanidad y al CO2 de ese cambio en el clima o, mejor dicho, del calentamiento global que han “rebautizado” recientemente como “cambio climático” para que encaje cualquier cambio que se produzca, ya sea más calor, más frio, más lluvias, más sequías o lo que se tercie.
Yo que ya tengo una edad, recuerdo que allá por los años setenta se hablaba de que nos dirigíamos hacía una nueva edad de hielo, una nueva glaciación. En un artículo de la revista Time de 1974 se hablaba de que la atmósfera se estaba haciendo más fría desde hacía tres décadas. En otro artículo de la revista Newsweek ya se hablaba de hambrunas por el colapso de rutas marítimas a causa del hielo para la década de los ochenta, de ajustes económicos y sociales a escala mundial y de consenso científico sobre el enfriamiento del planeta ¿Alguien encuentra alguna similitud con la actualidad? El “consenso” es cualquier cosa menos científico, la ciencia no avanza por consenso.
Unos años más tarde, unos científicos observaron un enorme agujero de la capa de ozono sobre la Antártida que se atribuyó al uso de clorofluorocarbonados (CFC). La capa de ozono absorbe buena parte de los rayos ultravioleta del sol y nos protege de daños en el ADN. Una reducción de la capa de ozono podría producir casos de cáncer, cataratas o problemas autoinmunitarios. Este problema “supuestamente” se solucionó prohibiendo los CFC y a otra cosa mariposa. Nunca más se supo, pero el miedo ya había calado en la sociedad y hubo años en los que no se hablaba de otra cosa.
Estos problemas de los que se hablaba el siglo pasado y que eran un peligro inminente quedaron en el olvido, unos por ser erróneos y otro por no haber causado el desastre que vaticinaban.
A principios del siglo xxi apareció el documental de Al Gore Una verdad incómoda que fue galardonado con un Óscar y Gore recibió un premio Nobel por hacer sonar la alarma sobre el tema del cambio climático. El documental se difundió como la pólvora en los colegios estadounidenses y muestra una visión apocalíptica, pero sin aportar un análisis científico e imparcial de sus afirmaciones. Incluso atribuye desastres naturales como el huracán Katrina al calentamiento global sin aportar ningún dato que lo corrobore. Sin embargo, Al Gore se hizo inmensamente rico con esta obra maestra de la propaganda alarmista, acientífica y política.
No obstante, una vez superadas y olvidadas las alarmas anteriores y demostrado que las predicciones de Al Gore eran erróneas, al menos a corto plazo, se necesitan nuevos miedos para poder seguir implementando políticas económicas y de control social, nuevos dogmas como el que nos ocupa: culpabilizar al ser humano y, sobre todo, al CO2 del cambio climático.
Es cierto que el CO2 es un gas de efecto invernadero, pero la atmósfera se compone de varios gases y el CO2 no se encuentra en gran cantidad, veamos: nitrógeno (78 %), oxígeno (21 %) y argón (0,9 %), así como de otros en ínfimas cantidades, como el vapor de agua y el dióxido de carbono. El porcentaje de dióxido de carbono (CO2)de la atmósfera es de un 0,041 % y de este porcentaje, las emisiones humanas constituyen apenas un 3 % del total; el resto procede de los océanos en los que está el 93 % de todo el CO2. Por otro lado, hay que recalcar que sin el CO2 o el oxígeno no sería posible la vida en la tierra como se menciona es el artículo Impuesto al CO2 – Generatitat, vale ya ¿no? publicado a primeros de año en este mismo medio. Con estos datos, afirmar que el ser humano es culpable del cambio climático no deja de ser, como mínimo, ridículo. Sin embargo, no solo se afirma, sino que se pretende echar la culpa de ello exclusivamente a los combustibles fósiles y, por ende, a los vehículos de combustión, cuya fabricación se ha acordado prohibir en Europa a partir de 2035 para sustituirlos, principalmente, por vehículos eléctricos.
No voy a hablar en este artículo de la sobreexplotación de los recursos planetarios, problema del que, dicho sea de paso, no somos culpables los españolitos de a pie, sino las grandes empresas de este mundo capitalista. Lo mismo me animo y trato ese tema en otro artículo en un futuro. Lo que sí voy a decir es que alargar la vida útil de los productos, facilitar su reutilización y reparación no parece estar en la mente de los dirigentes tan preocupados por el cambio climático o la contaminación. En Madrid, por ejemplo, desde enero de 2024 ya no se pueden utilizar vehículos sin etiqueta medioambiental que no paguen el IVTM en la capital y desde enero de 2025 no podrá hacerlo ningún vehículo sin etiqueta salvo que consigamos convencer al ayuntamiento de que esta restricción es una aberración, es discriminatoria y no tiene en cuenta las verdaderas emisiones de un vehículo que, por tener más de veinte años, ha “amortizado” con creces la huella de carbono de su fabricación. Estos vehículos podrían seguir circulando con emisiones similares a las de los de nueva fabricación si se admitieran transformaciones de filtros de partículas o conversiones a otros combustibles menos contaminantes que sí se permiten, por ejemplo, en Alemania. Sin embargo, Spain is different y aquí no importa realmente la huella de carbono, la contaminación o la salud, lo que importa es que nos compremos un vehículo eléctrico que, como se puede ver en mi artículo publicado en este mismo medio el pasado mes de abril, es de lo más ecológico. Y no se piense el lector que los híbridos o híbridos enchufables se salvan de la quema, porque todo vehículo que incorpore algún elemento de combustión puede ser susceptible de restricciones, puesto que lo que se pretende es rebajar a más de la mitad las emisiones de CO2 de los vehículos para 2030 y que para 2035 sean todos cero emisiones. No obstante, los vehículos solo suponen el 12 % de las emisiones de dióxido de carbono de toda la UE. Recordemos que es un 12 % de ese 3 % del que es culpable la humanidad de un total de 0,041 % de CO2 de toda la atmósfera. Vamos, que los que mandemos nuestro coche de 20 años al desguace vamos a salvar el mundo, mientras China o la India queman carbón como si no hubiera un mañana. No hay que olvidar que, aun pensando que el CO2 fuera el causante del cambio climático, el problema no se soluciona en España, ni en la UE, sino en todo el mundo porque el aire no tiene fronteras.
Podríamos hablar también de que ciertas actividades humanas como la deforestación contribuyen a la biodiversidad y al aumento del CO2 que dejan de absorber esos árboles, pero, de ahí a afirmar que la humanidad pueda afectar al cambio climático va un abismo. Yo me arriesgaría a decir que podría afectar al tiempo atmosférico de determinados lugares, el clima es otra cosa diferente. Por otro lado, también es muy cierto que la actividad humana contribuye a la contaminación del aire y que esa contaminación puede producir lluvia ácida que causa daño a humanos, animales y cultivos. Algunos ejemplos de contaminantes son el dióxido de azufre (SO2 que no es lo mismo que CO2) emitido por la combustión de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y otros combustibles; el monóxido de carbono, hidrocarburos, compuestos orgánicos y productos químicos en el aire producidos por el escape de fábricas e industrias o las extracciones mineras que liberan polvos o productos químicos que causan una contaminación masiva del aire. La contaminación genera enfermedades respiratorias y cáncer y deberíamos reducirla en la medida de lo posible. Sin embargo, acusar de esta contaminación a los pobres mortales es torticero y una gran mentira. No hay más que ver la cantidad de plásticos inútiles en los que se envasan los alimentos en los supermercados que van directamente a la basura, mientras nos cobran 0’15 céntimos por una bolsa de plástico porque hay que salvar el planeta o la cantidad de envases de plástico de refrescos y botellas de agua (otro negocio inmenso en manos de grandes corporaciones). Supongo que muchos todavía recuerdan cuando hace unos treinta años se utilizaban envases de cristal que se llevaban a las bodegas (otro negocio en extinción gracias a los hiper) cuando comprabas un nuevo refresco, botella de vino, etc. ¿Nos toman por imbéciles? Eso era reciclar, pero, claro, eso no es negocio.
Volviendo al tema del CO2, menciono a las extracciones mineras como una de las causantes de la contaminación masiva del aire y aquí es dónde quiero incidir. El incremento en la extracción de materiales para la llamada “energía verde” producirá esa contaminación masiva del aire que, aunque no se produzca en nuestro entorno, influirá en el clima terrestre y en el cambio climático que se pretende combatir. ¿No es una ironía? Por ejemplo, según comenta José Ramón Ferrandis en su libro Crimen de estado, la extracción de plata que es vital para los paneles solares, deberá aumentar entre un 38 y un 105 %; el neodimio un 35 % y el iridio entre un 300 y un 920 %. Pero esto es peccata minuta si tenemos en cuenta los materiales necesarios para fabricar las baterías que serían necesarias para almacenar la energía cuando no haya viento o sol. En este caso, estamos hablando de la friolera de 40 millones de toneladas de litio lo que implica un 2700 % más de extracción. Con estos datos, podemos hacernos una idea de que la “energía verde” no es tan verde como nos quieren hacer creer. Lo peor de todo es que no solo hablamos del impacto medioambiental de la extracción de materiales, sino también de la producción de la propia energía porque el sol o el viento son gratis, sin embargo, la producción y el montaje de los equipos no lo son y si la energía necesaria para producir un combustible es mayor que la que se obtiene finalmente, el resultado es que estamos haciendo un pan como unas tortas.
Por otro lado, me gustaría que alguien me explicara de dónde van a sacar tanta cantidad de litio para la transición energética si tenemos en cuenta que el litio también es uno de los materiales fundamentales para la fabricación de baterías de coches eléctricos y que las tres cuartas partes de la producción mundial de litio serían necesarias para que toda la producción nueva de vehículos pudiera ser eléctrica a partir del año 2030 tan solo en el Reino Unido, ¿no será que pretenden que volvamos a las cavernas, que no tengamos coche y que nos muramos de frío?
Otros problemas que encontramos, por ejemplo, con los paneles solares y que hacen que no sean tan eficientes, es la cantidad de agua que se precisa para limpiarlos, la extensión de terreno que se necesita para su instalación, los daños que pueden sufrir por las inclemencias meteorológicas o el reciclaje que pasa por una serie de fases nada sencillas y que precisa de un procesamiento térmico a más de 500 °C para quemar los plásticos que aún puedan quedar adheridos, así como por una serie de procesos químicos llamados delaminación para eliminar la capa de polímero y separar los contactos metálicos. Por último, se graban las obleas de silicio, un material reutilizable en más de un 80 %, antes de fundirse en placas reutilizables. Supongo que todos estos procesos son también bastante contaminantes y, probablemente, se realicen utilizando combustibles fósiles. Además, en España el reciclaje es obligatorio según el Real Decreto 110/2015 y no solo para la reutilización de algunos componentes, sino porque el plomo o el cadmio pueden resultar nocivos para la salud.
Si hablamos de las turbinas eólicas, necesitan grandes extensiones de terreno para su instalación lo que ha llevado a la tala 16 millones de árboles en Escocia desde el año 2000 o de miles de hectáreas en Alemania. Además, las palas, que amenazan la supervivencia de especies de aves o murciélagos, se fabrican con fibras extraídas del petróleo y reforzadas con resinas o poliésteres hechas en hornos alimentados con gas natural, lo que no deja de ser otra incongruencia. En mi modesta opinión, destruir millones de árboles o amenazar la supervivencia de seres vivos afecta al ecosistema y, por consiguiente, al tan cacareado cambio climático (o cambio timático como ya he oído llamarlo y me parece un término mucho más apropiado). En resumen, los “molinillos” no son verdes, ni resilientes ni ecológicos.
Este empeño en las energías renovables, ha llevado a algunos países europeos como Alemania al cierre de centrales nucleares, de gas o de carbón que generaban energía barata y, por consiguiente, en 2022 más de 41 millones de hogares europeos sufrían de pobreza energética que la UE quiere achacar a la crisis tras la pandemia de la covid, al aumento de la demanda, a las escasas reservas de gas o la subida de precio a causa de la guerra de Ucrania o a las desfavorables condiciones meteorológicas que han reducido la producción de energía eólica en lugar de reconocer que Europa se ha dado un tiro en el pie al cerrar su industria energética barata para depender de la impredecible energía renovable. Llegados a este punto yo me pregunto, si tan eficientes son las energías renovables ¿para qué necesitan el gas ruso y por qué achacan la subida de los precios de la energía a la falta de ese gas? ¿No será que las renovables no son tan eficientes y pueden servir para un autoconsumo, pero no son eficaces para sustituir, al menos hoy en día, a los combustibles fósiles en su totalidad?
A mí me parece que todas las restricciones al CO2 y a los combustibles fósiles que nos quieren imponer obedecen a otras causas y no a que se preocupen por nuestra salud porque, si así fuera, ¿por qué se destruye la agricultura y la ganadería local para importar alimentos de países lejanos que causan un gran impacto medioambiental en su transporte y que, además, utilizan fitosanitarios que nos prohíben utilizar a nosotros? ¿No será que hay muchos intereses ocultos (y mucho dinero en juego) en las empresas que se dedican a la transición energética y a las mal llamadas energías verdes?
Solo me queda concluir este artículo con una reflexión. En los registros geológicos se muestra que ha habido muchos cambios climáticos naturales a lo largo de la historia de la Tierra y que el CO2 no ha precedido al aumento de las temperaturas, sino que ha sido una consecuencia posterior a esos calentamientos pasados, es decir, primero han subido las temperaturas y posteriormente se ha elevado el CO2. Los geólogos así lo confirman y advierten de que modificarlos está fuera de nuestro alcance. No obstante, si tuviéramos la posibilidad de influir en los cambios climáticos como se pretende con la geoingeniería climática, quizás podríamos generar un problema mucho mayor del que queremos solucionar. No juguemos a ser dioses.