El amor romántico no es racional sino irracional, no es lucrativo sino gratuito, no es utilitario sino orgánico y no es público sino privado. El amor romántico parece evadir las categorías tradicionales según las cuales se entiende el capitalismo. Y sin embargo, la fluctuación entre pasión y razón, entre la rutina de la vida cotidiana y los estados de exaltación sentimental, no contradicen el espíritu del capitalismo contemporáneo sino que más bien constituyen un reclamo comercial.
En la medida en que el placer y las emociones intensas se transforman en características supremas de la experiencia romántica, el dolor, los obstáculos y las dificultades, asociados hasta entonces de modo inevitable y necesario con el amor, se convierten en elementos inaceptables y, sobre todo, incomprensibles. La densidad del amor comienza a disolverse en el aire del consumo, el ocio y el placer.
Un vínculo cada vez más estrecho que enlaza a los nuevos mercados del ocio y de los bienes para el cuidado personal con el cortejo, el matrimonio, el romance y el amor. A medida que se lo va asociando con ciertos símbolos de opulencia, el sentido del adjetivo romántico se modifica para referirse cada vez más a un clima y a un tipo de escenarios propicios para determinados sentimientos. La posibilidad del romance llega entonces a depender de una puesta en escena correcta, ya sea en un cine, en un restaurante o en un salón de baile, como se ve en las películas y en las imágenes publicitarias.
Resulta paradójico que al mismo tiempo que se agudiza la distinción entre las experiencias románticas intensas pero efímeras y las relaciones sólidas pero esforzadas, también se desdibujan los términos de esa distinción, puesto que el nuevo ideal del amor y el matrimonio prescribe la combinación de los placeres impetuosos y fugaces con los modelos domésticos de la compatibilidad de caracteres y el autocontrol racional como cimientos del amor.
Los momentos de exaltación romántica cobran sentido en virtud del polo simbólico de lo cotidiano (la monotonía, el cansancio, lo pedestre), pues resultan significativos justamente porque duran poco y no se sostienen en la vida diaria. Lejos de marcar una mengua del amor, el ingreso en el mundo profano de la vida diaria (es decir, en el universo de la vida matrimonial) marca el comienzo de una alternancia rítmica entre momentos cotidianos y modalidades sagradas de interacción romántica. La estabilidad de la vida matrimonial depende de que se logre mantener ese ritmo.
La formación del vínculo romántico puede expresar una conducta interesada cuyo fin sería combinar las necesidades y las preferencias propias con las ventajas y desventajas de la otra persona, ya sea de manera racional y consciente o mediante la movilización semiconsciente del hábito que se produce al compartir gustos culturales, formas de hablar y actividades recreativas. Resulta difícil determinar, si la forma central del vínculo romántico es la sexual, la ritual-consumista o la racional-económica.
La idea de que los medios masivos moldean nuestras nociones del amor ya constituye un lugar común. En efecto, las historias románticas han calado tan profundo en la trama de nuestra vida cotidiana como para hacernos sospechar que han transformado nuestra experiencia del amor. Pero no olvidemos que la capacidad de vivir el amor en un sentido auténtico se reserva sólo para aquéllos cuyas vidas no están determinadas por la necesidad.