El recrudecimiento de los conflictos en todo el mundo hace que las crisis humanitarias crezcan, por lo que es necesario que aumenten los fondos públicos para afrontarlas. Las hambrunas aparecen al no poseer suficientes alimentos y recursos para proveerlos, produciéndose una elevada tasa de mortalidad por el hambre y a la desnutrición, provocando sufrimiento y violencia a una buena parte de la población.
Alrededor de 24.000 personas mueren cada día de hambre o de causas relacionadas con el hambre, según Naciones Unidas. Tras décadas de una disminución constante, pero el número de personas que padecen hambre, midiéndose por su grado de desnutrición, comenzó a aumentar lentamente en 2015. Las estimaciones actuales indican que cerca de 690 millones de personas en el mundo padecen hambre, es decir, el 8,9% de la población mundial, lo que supone un aumento de unos 10 millones de personas en un año y de unos 60 millones en cinco años.
Según el Programa Mundial de Alimentos, alrededor de 135 millones de personas padecen hambre severa, debido principalmente a los conflictos causados por los seres humanos, el cambio climático y las recesiones económicas. Es necesario llevar a cabo un cambio profundo en el sistema agroalimentario mundial si queremos alimentar a más de 820 millones de personas que padecen hambre y a los 2.000 millones de personas más que vivirán en el mundo en 2050.
Las hambrunas no son de este tiempo. En España durante la posguerra, entre 1939 y 1945, se produjo una hambruna por la que 200.000 personas murieron de hambre. En 1941, el español medio recibía solo el 66% de las calorías necesarias; una situación mucho peor que en Francia o Países Bajos ocupada por los nazis. La hambruna no fue producto de la Guerra ni de boicots a España por otros países. Tiene sus raíces en la política fracasada de autarquía elegida por Franco. Además, el sistema de racionamiento de comida fue impunemente distorsionado por oficiales y caciques locales. El régimen franquista ocultó la existencia de esta hambruna.
La guerra de Ucrania y las consecuencias que ésta ha traído aparejadas han provocado un nuevo récord de personas necesitadas de ayuda humanitaria en el mundo; un total de 339 en 69 países, 65 millones más que en 2022. El aumento de las necesidades, debido a la persistencia de conflictos como los de Siria o Yemen y el recrudecimiento de otros como el de República Democrática del Congo, hace necesario que aumenten los fondos para poder afrontarlas. La ONU ha pedido para este año 51.500 millones de dólares para afrontar la crisis humanitaria.
Teniendo en cuenta que el total de muertes diarias por cualquier causa es de aproximadamente 150.000 personas, las muertes por hambre alcanzan el 16% del total. Un 75% de los fallecidos son niños menores de cinco meses. El Instituto de desarrollo y política alimentaria afirma que la hambruna y las guerras causan solo un 10% de las muertes. La mayoría de las muertes por hambre se deben a desnutrición crónica. Las familias no consiguen suficientes alimentos debido a la pobreza, las guerras o las catástrofes naturales. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que entre 1970 y 1980 el hambre crónica afectó a 842.000.000 de personas en el mundo.
Partiendo de la premisa que el hambre se sufre en mayor o menor medida en todo el planeta, los datos revelan que las principales víctimas se encuentran entre los dos trópicos. Según la Clasificación Integrada de Seguridad Alimentaria de las 380.000 personas en situación de catástrofe humanitaria o en grave situación de hambruna, 322.010 están en Somalia y 33.000 en Sudán del Sur.
Las esperanzas de poner fin a más de ocho años de conflicto en Yemen, se desvanecieron en octubre, cuando el Gobierno yemení y los rebeldes huthis no renovaran el alto el fuego que se había prolongado durante seis meses. Yemen ya era antes de la guerra uno de los países más pobres del mundo. La ONU cifra en 21,6 millones las personas que requieren ayuda. Más del 80% de la población tiene problemas de acceso a alimentos, agua potable y servicios sanitarios y casi el 90% no tiene acceso a servicios públicos de electricidad.
En Etiopía, la conjunción de una grave sequía con el impacto del conflicto en Tigray y la violencia en otras zonas del país y el consiguiente desplazamiento ha dejado a 28,6 millones de personas necesitadas de asistencia. Al menos 15,3 millones necesitarán asistencia en 2023 en Siria, país que acoge al mayor número de desplazados internos del mundo, con 6,8 millones, de los que unos 2 millones residen en las zonas del norte del país que escapan al control de Damasco. A la crisis económica provocada por la guerra se ha sumado en el último año una grave sequía y un brote de cólera.
La situación humanitaria sigue deteriorándose en Somalia, en parte debido a la nueva ofensiva militar contra el grupo terrorista Al Shabaab. A esto se suman cuatro años continuados sin lluvias, que han provocado la peor sequía en cuatro décadas. Actualmente hay 7,8 millones de personas necesitadas de asistencia, casi la mitad de la población. El número de desplazados se ha multiplicado por tres en el último año, incluidos 1,3 millones debido a la sequía. El riesgo de hambruna vuelve a planear en el país, donde casi 6,7 millones tienen serios problemas para garantizar su sustento.
Hablamos del hambre cuando alcanza dimensiones globales y tiene implicaciones en la estabilidad y la paz mundiales, según Oxfam Intermón, que pone el ejemplo de la crisis de los precios de alimentos en 2008 que generó una crisis mundial, provocando inestabilidad política, económica y malestar social en los países empobrecidos y subdesarrollados. En estos momentos, vuelve a estar el tema de nuevo en el espacio público como consecuencia del conflicto en Ucrania. Las causas se relacionan con problemas en los países que son grandes productores y el precio del petróleo. Un sistema que está roto, que con el tiempo se ha demostrado débil y frágil ante distintas crisis como la provocada por la COVID-19 o los efectos del cambio climático.
Según el informe Global Hunger Index, publicado a finales del 2022, el progreso mundial contra el hambre se ha frenado, por la falta de avances en la erradicación de esta pandemia. Se producen alimentos para proveer a los mercados ricos y para sostener la concentración de la riqueza alimentaria que se da en nuestros países, donde circula una cantidad de alimentos como nunca había habido y se desperdicia una cantidad extraordinaria de alimentos. Se calcula que entre Europa y Estados Unidos, un tercio de los alimentos que circulan se terminan tirando o se desaprovechan.
La erradicación de la pobreza y el hambre en el mundo, en todas sus formas, encabezan la lista de Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. El hambre no es un problema solo de las Agencias de Naciones Unidas y las ONGs, sino también lo es de los gobiernos que deben dar prioridad a las políticas contra el hambre. Es importante abordar las distintas categorías de pobreza y aplicarles estrategias específicas para suprimir el hambre en el mundo.
El hambre como consecuencia del cambio climático es una clara muestra de la desigualdad mundial, concluye el informe Hambre y Calentamiento Global en el que se analiza la situación de Somalia, Haití, Yibuti, Kenia, Níger, Afganistán, Guatemala, Madagascar, Burkina Faso y Zimbabue, como ejemplo de países que han sufrido, repetidamente, los embates de los fenómenos meteorológicos extremos durante las últimas dos décadas.
La guerra de Ucrania ha demostrado la fragilidad de los países de renta baja o media-baja así como su dependencia de los mercados internacionales para abastecerse de alimentos básicos. Para alimentar a su población, 14 países de renta baja o media-baja, importaban más del 50% de su trigo del corredor del Mar Negro. Eritrea obtuvo la totalidad de sus importaciones de trigo en el año 2021 de Rusia y Ucrania, o cómo Yemen, que cubrió casi la mitad de sus necesidades de trigo de esos dos países.
Reducir los conflictos, la inseguridad y la inestabilidad política es clave para erradicar el hambre. La única forma es que se haga un reparto de los recursos que garantice los derechos básicos, y sólo puede hacerse a través de una buena gobernanza, participativa y responsable, que incluya a todos los grupos sociales en los procesos de toma de decisiones para garantizar que los servicios y los recursos se reciban de manera justa y equitativa. El hambre es un fracaso de la política.