Barcelona preparó su día con el deseo de una tregua al parte meteorológico. Mi última criatura seguía en imprenta así que, serían sus hermanos quienes llenarían mi mochila soñando con un viento que arrastrara las nubes, por lo menos, mi ratito de estrene, pero este año una medida anti-aglomeraciones, nos mandó al apartheid. Imposible competir con los grandes.
Paseo de Gracia se empieza a mover, mientras que en el extramuros, luchamos los pequeños para montar un puesto solitario que la lluvia se empeña en bañar.
Trabajando en equipo, cual tripulación en mar bravo, con un inesperado capitán, dejamos digno el lugar para ir a nuestro punto en el plano, allende los mares, la bifurcación con Gracia era en realidad una lejana Diputación y como presagiaba, apenas paseantes de perros y demasiada gente ya con prisas a primera hora de la mañana, como los impacientes claxon de un tráfico que no dejó de circular.
Debimos dar tanta pena al cielo, que decidió dejarnos un rato tranquilos y así, con mis primeros conocidos compradores, libros de nuevo a mochila y comenzamos la ruta durante la cual, las nubes no pudieron reprimir más su enfado y soltaron cual plaga bíblica un granizo que sacudió la ciudad.
Paraguas aguardando colas interminables de firmantes mediáticos mientras que los bolis de otros muchos descansaban sobre las mesas.
Griterío, algo pasa, ¿Quién es perseguido? Ni me suena su cara, no soy adolescente así que ese youtuber no me tiene de seguidora y, en el fondo, siento curiosidad ¿habrá escrito un libro o pasaba por allí? Mientras le persiguen, mis hombros cargan tanta información que les habría sido seguro mucho más útil para sus vidas sexuales y para la tranquilidad de sus padres, pero soy para la multitud una anónima más.
Las agujetas con las que regreso son compensadas por los reencuentros, los sabores, los descubrimientos y los cuatro libros que quedaron en Barcelona en el día en que el dragón sobrevoló Malvalandia.