Leí el día 6 de febrero de 2024 un terrorífico artículo de Enrique Amat en el periódico La Verdad de Murcia, y me veo en la tesitura de contestarle como ya hice cuando mi excompañero abogaba por apoyar la investidura nada más y nada menos que del corrupto Mariano Rajoy de los sobres en “B”, y del corrupto PP de “La Gúrtel”. El artículo se titula “Carta a García-Page”, y en él se pretende apoyar al ínclito e indefinible barón manchego, al tiempo que se hace un lacrimoso panegírico de Felipe González y su época. Me preocupa el estado de salud del excompañero puesto que las afirmaciones que se hacen en su artículo no sé si son fruto del desnortamiento político, o de alguna enfermedad. Espero que sea por lo primero, por lo que voy a contestarle en términos políticos.
El concepto que sobrevuela todo el artículo de mi excompañero es que el Socialismo de verdad fue el de la época de Felipe González, mientras que este Socialismo de ahora, amigo de separatistas y comunistarras no hay quien lo entienda, ni militante socialista como Dios manda que pueda tragárselo. Esto nos lleva directamente al concepto de Socialismo, pues al parecer hay más de uno.
Son ya muchos los artículos que llevo escritos hablando de Socialismo, Progresismo, Izquierdismo, Moderación… etc, y a estos conceptos aludiré en mi respuesta (por cierto, espero en este nuevo grupo de pensadores que ha organizado Pedro Sánchez llamado Avanza se hayan leído estos artículos, porque sería muy triste hacer un esfuerzo de reforzamiento ideológico baldío…). Socialismo es Eficiencia Relativa, como ya hemos explicado y argumentado en otros artículos. Este concepto, tan potente, no solo nos define, también nos permite identificarnos, diseñar, y discriminar nuestras políticas. Es decir, no solo nos dice qué es el Socialismo, también nos dice quién es socialista, y qué políticas son o fueron socialistas en una determinada época. Así pues, cuando analizamos la figura de Felipe González bajo la lupa del Socialismo entendido como Eficiencia Relativa, el personaje no sale muy bien parado. A Felipe González nunca le interesó cambiar la vida de la gente, sino su propia vida. No tuvo escrúpulos en apoyarse en el mismo régimen que quería derribar (algo muy ineficiente en el largo plazo); le importó un pimiento que el Partido Comunista pudiera quedar fuera del juego democrático (no era su problema…); no fue capaz de ser fiel a una figura tan significativa como Adolfo Suárez, mandando a Enrique Múgica a mantener conversaciones con golpistas para acabar con este gobierno, ni tampoco le supuso ningún problema plantear una oposición inmisericorde como no se recuerda otra; del tema de la OTAN no diré nada porque no le dejaron alternativa, pero del caso GAL sí diré algo: es imposible hacer nada mínimamente significativo en ningún país del mundo sin que lo sepa el presidente del gobierno. Punto. Eso sí que fue una cagada histórica. Por no hablar de aquel “Plan de empleo juvenil” del 88 que planteaba a los jóvenes que si querían trabajar tenían que aceptar ser explotados ¿Se puede ser más antisocialista?
Otro tema que plantea el excompañero Enrique en su artículo es el de la crítica interna dentro del Partido. Expresa Enrique una romántica añoranza de aquellos tiempos en los que la crítica estaba incluso “bien vista”, pues dotaba al criticante de un cierto tufillo intelectual. Ya, pero ¿no se le ha ocurrido pensar a Enrique en la extraordinaria diferencia de hacer una crítica a un Partido que gobierna con mayoría absoluta, que en resumidas cuentas se la trae al fresco, frente al hecho de hacer esa misma crítica a un gobierno que está permanentemente acosado por sus adversarios, y en la cuerda floja? Por no hablar de que las críticas de García-Paje son cualquier cosa menos internas, y cualquier cosa menos críticas, ya que por crítica debemos entender aquella crítica que es constructiva. Las críticas destructivas no son críticas, son ataques.
La democracia española no es militante; para ser español no hace falta “amar a la patria” ni que te guste la tortilla de patatas. No es imprescindible. Lo único imprescindible es haber nacido en España, y, sobre todo, pagar los impuestos en España. Nuestras libertades políticas constitucionales incluyen que una persona pueda tener una idea de la identidad y organización territorial diferente, y no por eso deja de ser español. Lo que hay que hacer con esta gente es frenarlos en las urnas, no en las cárceles. Si hablamos de destrucción de España ¿no habrían de preocuparnos los que quieren destruir el Estado del Bienestar, los derechos de los españoles y españolas, criminalizar a las minorías (las cuáles, todas juntas, configuran una mayoría…) y, en definitiva, fusilar a veintiséis millones de españoles? Parece ser que a mis excompañeros Enrique Amat y García-Page estas cuestiones no les preocupan. Yo me pregunto ¿qué clase de Socialismo es el suyo? Un saludo a todo el mundo.