La constatación de una derrota, especialmente en una elección, a menudo es lo único que evita que un Estado caiga en la violencia.
Cuando la gente piensa en elecciones, generalmente se centra en quién podría ganar y las políticas que el ganador probablemente implementará una vez en el cargo. Pero igualmente importante en una democracia es cómo reacciona el perdedor. Si este no acepta la votación, entonces algunas partes de un país pueden volverse ingobernables. Las democracias solo sobreviven si los perdedores aceptan los resultados.
La primera regla es que, para aceptar la derrota, los ciudadanos necesitan esperanza. La esperanza, la creencia de que cada elección no será la última, es lo que une a los ciudadanos al proceso democrático. Los impulsa a votar, a presentarse a un cargo y a preocuparse por la supervivencia del sistema. Cuando las personas y los partidos creen que pueden ganar en el futuro, es más probable que acepten reveses temporales. Pero la esperanza se basa en la incerteza. Si la gente siente que conoce el resultado de una elección por adelantado, ya sea porque su partido no tiene suficientes votos o porque cree que el resultado está manipulado, la esperanza desaparece y tiende a estallar la violencia.
En Irlanda del Norte, muchos católicos irlandeses acabaron apoyando al IRA y sus métodos violentos cuando se convencieron de que los protestantes, mediante la manipulación de distritos electorales, la supresión de la oposición y el apoyo militar de Londres, siempre ganarían. En Venezuela, las protestas violentas comenzaron en 2013, después de que el partido gobernante fuera declarado ganador por un estrecho margen y el candidato de la oposición denunciara fraude.
En un sistema parlamentario, el poder suele compartirse entre diferentes partidos, lo que hace que la cooperación sea esencial. Los sistemas mayoritarios son más peligrosos: perder una elección puede dejar a una parte significativa del electorado sin representación, reducir los incentivos para la colaboración entre partidos y permitir que el bando ganador imponga su agenda sobre los perdedores. Este tipo de sistema existió en la mayoría de los países que experimentaron una violencia política significativa entre 1960 y 1995.
Nada mata la esperanza tan rápido como saber que te estás convirtiendo en una minoría en un sistema mayoritario.
Finalmente, las elecciones son particularmente peligrosas en democracias cuyas instituciones son débiles o están bajo ataque. Si los ciudadanos creen que quienes están en el poder pueden manipular el resultado de una elección, algunos llegarán a creer que la violencia e incluso la guerra pueden estar justificadas. Los demagogos y aspirantes a dictadores, anticipando una posible derrota, pueden preparar a sus partidarios para rechazar los resultados, utilizando acusaciones de fraude y llamadas a la venganza.
Tilden ganó el voto popular en 1876, la elección con mayor participación, por porcentaje de votantes elegibles, en la historia de los Estados Unidos. Posiblemente, también ganó el voto del Colegio Electoral, pero una comisión ad hoc entregó la presidencia a Rutherford B. Hayes, probablemente debido a un acuerdo secreto para poner fin a la Reconstrucción militar en el Sur. Tilden, valorando la estabilidad del país, cedió. En un discurso en el Manhattan Club aquel año, dijo: "Si mi voz pudiera llegar a todo nuestro país y ser escuchada en su aldea más remota, diría: 'Tened buen ánimo. La República vivirá. Las instituciones de nuestros padres no expirarán en la vergüenza'".
Este es el don de la democracia: la oportunidad de persuadir, de trabajar hacia futuros nuevos y mejores, y de reconocer que tanto los reveses como las victorias son los que permiten que esta tarea continúe.