Jesús Ausín

La derecha extrema

29 de Octubre de 2024
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La derecha extrema

No será nada, decía. También a la abuela le dolía la cabeza mucho. Durante toda su vida. Y no hubo forma de quitárselo. Cuando le pasaba, se encerraba en la habitación del fondo, a oscuras y tras una hora acostada bocarriba en la cama, mirando fijamente al techo, se le pasaba.

Y eso fue lo primero que le preguntó el doctor, después de mucho insistir en que ni las aspirinas, ni siquiera el Nolotil le hacían efecto. Tras haber visitado más de diez veces al médico de familia, en un espacio de casi seis meses porque las citas diarias hace tiempo que dejaron de estar al alcance de la mayoría de los pacientes para convertir la enfermedad en una situación kafkiana en la que el médico te ve cuando ya no estás enfermo, es decir, un mínimo de una semana después de pedir cita, lo primero que le preguntó el doctor es si había antecedentes familiares. Y claro, como a la abuela le dolía la cabeza y murió a los ochenta y siete años, pues el primer diagnóstico es decir que no pasa nada, que será herencia familiar.

Después de mucho insistir, de dolores cada vez más fuertes e intensos, siete meses para ir al especialista. Porque está todo saturado le dijeron y es lo que hay. Si usted quiere acortar los tiempos, hágase un seguro privado que allí le atienden en unos días le dijo la misma doctora de cabecera que le dio el volante para el neurólogo. Otros seis meses para hacer un tac. Bueno en realidad fueron cuatro porque ante la tercera queja le llamaron para que se fuera a una clínica privada un domingo por la noche a hacerse la prueba. Eso si, que no se preocupara que a él no le iba a costar ni un euro y además le iban a atender mejor y más rápido. El tac dio negativo. No veían nada en la cabeza. Diez días después del tac, empezaron los dolores de espalda. Luego la rigidez en el cuello. Los esputos con sangre. Una visita a los servicios de Urgencia del Luis de la Gándara, con una placa, un ingreso en la UVI, un primer diagnóstico de neumonía. Un segundo de insuficiencia respiratoria tan grave que afecta al funcionamiento de los riñones y al final, un especialista, un poco más avispado que ve una mancha rara en uno de los pulmones y no le gusta lo que ve. Recorre de nuevo todas las pruebas médicas y cree que es un cáncer de pulmón con metástasis en los riñones.

Se pregunta cómo nadie ha visto antes todos los síntomas en conjunto. Se pregunta, cómo es posible que se les vaya a morir un chico joven que no fuma por un cáncer que han tardado demasiado tiempo en diagnosticárselo. Se pregunta cómo es posible que sus compañeros hayan cometido tamaña negligencia. Pero claro, las preguntas se las hace el mismo y el mismo se contesta cuando calla y oculta a la familia sus temores, cuando sabe que van como motos porque tienen más pacientes de los que pueden asumir, cuando saben los plazos que hay para acudir a la sanidad pública, y sobre todo, cuando sabe que negará todo lo que ha pensado si un juez le llamara a declarar.

 

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La derecha extrema

Hay un clamor social reclamando que la justicia le meta mano a la indocumentada presidenta de la Comunidad de Madrid por el protocolo en el que se asumía la falta de atención hospitalaria y la consiguiente muerte de 7291 abuelos en esa Comunidad durante la pandemia del Covid.

Cualquier persona, aunque últimamente se han dinamitado todos los principios morales que hacen del hombre un ser con derechos, se hace cargo de que dejar morir sin atención sanitaria a un abuelo debería ser delito. Y sin embargo, a nadie se le ha ocurrido pensar que el boquete enorme que le han hecho a la sanidad pública desde los diferentes gobiernos, tanto desde el Ministerio de Sanidad como desde las Consejerías de las CC.AA, mata. La falta de citas médicas, las listas de espera insufribles, los retrasos en las pruebas, la acumulación de pacientes, la masificación, está matando lentamente a los ciudadanos. Personas que están muriendo prematuramente porque, a pesar de los medios digitales y de toda la informática, un especialista no es capaz de ver lo que otro ha recetado y sus medicinas están jodiendo otra parte del cuerpo o son incompartibles con otras que está tomando para otra dolencia. Personas que mueren de cáncer porque no se ha pillado a tiempo porque necesitó dos años para su detección. Personas que tienen problemas pisocógicos porque tienen que ir a trabajar con fiebre porque si no les despiden ya que no pueden presentar parte de baja. Personas que acuden a urgencias con cualquier excusa porque saben que cuando les den la cita para el médico de familia ya se habrán curado. Y perdónenme pero ir a trabajar con cuarenta de fiebre, con una gripe que apenas te deja mantener tu cuerpo de pie, no es «peccata minuta» y si tienes la desgracia de tener mala salud, puede costarte el trabajo y tu futuro.

El destrozo de la sanidad pública, al igual que el de la educación sigue un plan premeditado. En esta espiral de hijoputismo en la que lo único que cuenta es hacer dinero, sacar rédito de todo y hacer que los ricos y poderosos cada vez lo sean más utilizando para ello los medios que sean necesarios, nada es casualidad. En menos de dos meses vence el acuerdo de MUFACE con las aseguradoras. Un millón y medio de funcionarios pueden quedarse en el limbo sin seguridad social y sin aseguradora. Y como  no creo en las casualidades y se por parte de los médicos que lo que pagan las aseguradoras a estos profesionales es una miseria, espero que la ruptura del acuerdo no sea algo pactado para meterle más pasta a la privada de forma irregular y, ya puestos, pegarle la puntilla definitiva a la sanidad pública con una masificación que puede convertirse en el caos total teniendo que asumir a millón y medio de ciudadanos más, con los mismos medios, de la noche a la mañana.

Sigamos votando. Que no hace falta que venga la extrema derecha porque la derecha extrema que se autocalifica como progresista, hace perfectamente su trabajo.

Salud, república y más escuelas.

 

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