Mientras en la Argentina se debatía sobre la legalización del aborto, el papa Francisco, nuestro conocido Jorge Bergoglio, hizo una comparación más que odiosa al equiparar el aborto legal “con lo que hacían los nazis para curar la pureza de la raza”.
Tras calificar la interrupción voluntaria del embarazo como una atrocidad, sostuvo que “hoy hecemos lo mismo pero con guantes blancos”.
Luego de dar otros ejemplos en el marco del mismo razonamiento, propuso "que los hijos se reciban como vienen, como Dios los manda, como Dios permite".
La postura de Bergoglio es la misma que la Iglesia Católica ha mantenido buena parte de su historia sobre el aborto y otros temas sensibles que encontraron una firme resistencia de parte de la milenaria institución como el divorcio, el matrimonio igualitario y otras cuestiones relacionadas con la salud y la educación.
Lo que Bergoglio ha omitido recordar es que el nazismo contó con el abierto apoyo de la Iglesia en los tiempos del papa Pío XII, cuando millones de hombres, mujeres y niños morían en los campos de extermino. Y no morían como Dios manda ni como Dios permite sino como mandaba y permitía Hitler y la banda de criminales que le acompañaban.
También fue la Iglesia la que acompañó a la sangrienta dictadura de Franco en España donde los treinta mil niños hijos de madres y padres republicanos que quedaron huérfanos y fueron repartidos como regalos de Reyes no lo fueron por la voluntad de Dios sino por decisión de un régimen que cometía las mayores atrocidades en nombre de Dios.
Y si repasamos la historia reciente de la Argentina y nos detenemos en los trágicos años de la dictadura cívico-militar-clerical encontraremos a la Iglesia y al mismísimo Bergoglio involucrados tanto en las acciones como en las omisiones desarrolladas por el terrorismo de Estado.
¿Cuándo se interesaron la Iglesia y el entonces cardenal primado de la Argentina por los cientos de niños arrancados de las entrañas de sus madres en los campos clandestinos para ser repartidos como mascotas?
¿Fue la voluntad de Dios la que decidió la suerte de aquellas madres, la mayoría de ellas asesinadas después de parir a aquellas criaturas?
¿Fue la voluntad de Dios la que decidió la desaparición de las treinta mil víctimas del genocidio?
¿Es la voluntad de Dios la que no permite que el Vaticano abra los archivos en los que figuran los miles de desaparecidos en la Argentina, entre ellos centenares de niños?
Comparar la legalización del aborto con la solución final que el nazismo aplicaba para mejorar la raza aria no sólo contradice el pronunciamiento científico en cuanto al comienzo de la vida humana sino que niega a las mujeres el legítimo derecho a resolver sobre su cuerpo. Que no es otra cosa que defender su vida.
Como diría nuestro querido y admirado José Sacristán, “no creo que Dios exista, y si existe, no tiene perdón de Dios”.