Hoy en día estamos todos sumergidos en el mundo de la gestión. Unos por razones empresariales, otros, autónomos, por la maldita Agencia Tributaria. Y los profesores, porque han de gestionar una agenda en la que no pueden dejar fuera los contenidos marcados. Con lo que su gestión del tiempo es vital. Así que todos hemos aprendido a gestionar. La sociedad en la que vivimos nos obliga a ello.
Sin embargo, hablar de gestión en el mundo sanitario siempre es bien recibido y se entiende. Pero cuando pasamos del sector sanitario al sector médico, las cosas cambian. Las perspectivas ya no son las mismas. Y nosotros quisiéramos que lo fueran. Por varias razones. Una de ellas, porque gestionar bien implica, tanto si se busca como no, aspirar a una ISO9000, que nos diga que todo lo hacemos bien, que no olvidamos ningún apartado en el camino, que nuestra gestión y nuestra comunicación es holística y no olvida nada. Y que, por tanto, nuestra aplicación científica a la medicina es de carácter sistémico. Y eso no siempre ocurre. Es cierto que la Medicina alopática es la más científica porque no admite nada que no esté probado experimentalmente antes. Pero, esto no implica la unicidad y exclusividad. Y es lo que tenemos. La homeopatía, la Medicina China o su terapia la acupuntura, por ejemplo, están fuera de la Seguridad Social, cuando no lo están en Francia o en Alemania.
No voy a extenderme por este lado. Pero, lo que me gustaría es contar siempre con una medicina que busque la causa de una enfermedad. No, que me cure, duerma o distraiga el síntoma, porque así no voy a ir muy lejos, sobre todo, si el contexto es grave, porque me hace perder tiempo. Y con ello, pido que no me confundan patología (lo que se ve como anormalidad fisiológica), con enfermedad (que es lo que yo siento y describo en la historia clínica). Y la Medicina de hoy, la de escuela alopática, la tradicional, basa sus propuestas en el amago del síntoma como primera opción, o bien en la búsqueda de la patología (a través de pruebas diagnósticas: radiografías, skanners…). Pero, claro, cuando la dolencia, irregularidad o anormalidad que yo noto y describo es solo funcional, no hay patología, porque la fisiología es normal. Y, en realidad, no es que no la haya, es simplemente que el médico no está preparado para indagar en unos análisis que no sabe pedir o que la mutua o la Seguridad Social no cubren, sino que solo se limitan a los habituales.
La Medicina Ortomolecular y la también llamada Integrativa bajan del estatus establecido por la medicina tradicional, y buscan la causas. Una Dermatología Integrativa, por ejemplo, se preocupa muy mucho de una dieta, no solo de lo que muestra una piel. Y la Medicina Ortomolecular se exige un conocimiento profundo de la funcionalidad orgánica. Y desde luego, de su bioquímica, para poder solicitar unos análisis adecuados, en los que, por ejemplo, verá unas deficiencias a solucionar con una acción vitamínica o la de un oligoelemento o la de una enzima.
Pero, cuando debatimos esta realidad con el mundo médico establecido, se nos dice que en realidad, esto es Prevención. Y yo me digo que si lo es, hay que volver a cambiar la definición de Salud que se adoptó en Alma Ata (estado de Kazakhstan, antigua URRS, hacia los años 70 del pasado siglo), donde la OMS acordó definir como salud el estado de plenitud de cuerpo y psique. Una definición que desplazó a aquella otra que consideraba la salud como “el estado de no enfermedad o ausencia de la misma” y que olvidaba la salud mental y el estado de pre-enfermedad o desequilibrio, que es exactamente al que nos referimos aquí. Así que si situamos a la salud como el estado de plenitud, ello equivaldría a decir que cuando un organismo goza de plena salud está en aquel punto denominado “homeostasis”, en el que no le sobra nada ni le falta nada, porque sus niveles de secreciones están en su punto perfecto.
Pero hay otra connotación que nos advierten los especialistas ortomoleculares: los niveles de vitaminas, oligoelementos y enzimas que recomienda la OMS son niveles de mínimos necesarios para no enfermar. Y estos niveles distan muchos de los niveles óptimos que son aquellos en los que estamos en homeostasis. Por tanto, ni aquí coinciden los criterios.
Y si tomamos este estado de homeostasis como punto de partida y establecemos una metáfora activa, lo podemos comparar con el estado de un coche, que sale del mecánico que ha revisado todos sus niveles, ajustado sus válvulas y que funciona a la perfección y con el que vamos tranquilos porque no nos va a dejar tirados. Y encima, somos conscientes de que toda inversión en este sentido es productiva, porque el coche nos va a durar más.
Llegados aquí, el anti-envejecimiento es esto.
- ¿Por qué no nos planteamos para nosotros la inversión que hacemos con el coche, precisamente gestionándolo para que dure más y no nos deje tirados?
Ello significa llevar a cuestas un organismo con sus niveles en su punto de perfección. Y para ello, hay que pasar las revisiones necesarias, con asesores que sepan pedir y valorar la información adecuada. Porque el mercado farmacéutico ya nos ofrece todo tipo de oligoelementos, enzimas, coenzimas, y vitaminas, que bien administradas nos hacen funcionar en homeostasis. Pero, de manera natural, este punto orgánico natural solo es el propio de los veinticinco a treinta cinco años. Después, ese organismo necesita ayuda, como la ha necesitado cuando crecía. Yo me pregunto que, si los deportistas de élite, para funcionar en su grado máximo, tienen buenos asesores ortomoleculares que les recetan los complementos adecuados, junto a la dieta óptima, ¿por qué yo no puedo hacer lo mismo y pedirle a mi organismo, sea a la edad que sea, funcionar en ese máximo grado, como ellos? Es mi derecho.