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El PSOE que se aleja de sí mismo

22 de Junio de 2017
Actualizado el 02 de julio de 2024
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El consenso, aquella argamasa con la que se construyó la transición, y del que tantos apologistas oficiales, oficiosos y coequipiers de ambición trepadora cercana al diván del psicoanalista hicieron ovina glosa como cortazariano “modelo para amar”,ha mostrado sus más crudos ijares de simple complot desde esta perspectiva de crisis múltiple: económica, institucional, política, social y territorial. No se trataba en realidad de acabar con las dos Españas, sino simplemente renovar el feudalismo consuetudinario de las minorías dominantes en un marco aparentemente civilizado. Decía Adorno que no hay vida verdadera en la falsa y, por ello, entró en escena la apariencia, en sus hechuras de suplantación, al objeto de presentar los intereses de esas minorías como los intereses del conjunto de la sociedad.
Había que garantizar, como consecuencia, que si la izquierda llegaba al Gobierno ejerciera un poder administrativo sin que con ella arribaran a las funciones ejecutivas las demandas o necesidades de las mayorías sociales. Evitar, en definitiva, aquella lógica que planteó Salvador Allende al Parlamento de su país cuando dijo que Chile tenía entonces en el Gobierno una nueva fuerza política cuya función social era de respaldo no a la clase dominante tradicional, sino a las grandes mayorías y que a ese cambio en la estructura de poder debía corresponder, necesariamente, una profunda transformación en el orden socioeconómico. La transición fue el aparataje político y estratégico para que no fuera posible variación en el régimen de poder.
Un ecosistema político de tal cochura se basa en la desnaturalización de las ideologías que no sean las conservadoras y el ostracismo del pensamiento crítico. Para Marcuse el pensamiento no denuncia tan sólo lo existente, sino que además, al criticarlo está abriendo la posibilidad de una real transformación y el propio Engels reconocía que los individuos toman conciencia de los conflictos que se verifican en el mundo económico en el terreno de las ideologías. Las reglas del juego se establecieron, por todo ello, exiliando cualquier sesgo ideológico, filosófico o pensamiento crítico, centrando la esgrima política en los extrarradios de los intereses y la influencia de las élites económicas, financieras y sociales, y donde los ciudadanos sienten, por decirlo en palabra de Leibniz, que “todo conspira.” No de otra manera se puede entender la explotación máxima de la crisis económica por las minorías dominantes y sus adherencias políticas y mediáticas para que la depauperación, la malnutrición de sus hijos, la exclusión social y la pobreza generalizada de las mayorías sociales haya financiado a los bancos y las grandes corporaciones de este país, con la coda necesaria de un zarpazo jugoso a la calidad democrática con merma de derechos cívicos y libertades.
No es de extrañar que la ciudadanía muestre desafección hacia el sistema y que el más perjudicado sea el Partido Socialista cuya adaptación al régimen nacido de la transición le ha llevado a una desnaturalización profunda en cuanto a los valores y modelos ideológicos que deberían constituirlo. Sin embargo, sus responsables siguen inmersos en un bucle vicioso adicto a los atajos, las inercias y las rotaciones nominales que estiman lo sanarán todo. Karl Mannhein revela cómo el pensamiento de los grupos dirigentes puede estar tan profundamente ligado a una situación por sus intereses que les incapacite para percibir los hechos que impugnarían su sentido del dominio. En determinadas situaciones, nos sigue diciendo Mannhein, el inconsciente colectivo de algunos grupos oscurece la percepción real de la sociedad, y de este modo tenebroso cree estabilizarla.
Durante excesivo tiempo el Partido Socialista ha considerado como virtud dotarse de una gran dosis de inmunodeficiencia metafísica, de tal manera que su objetivo, más que transformar la realidad, fuera administrarla sin gabelas ideológicas. Las ideas ya no fueron entendidas como principios que estuvieran presentes en la realidad asegurando la armonía y la coherencia del todo. La crisis económica se ha convertido en una crisis sistémica en la que el régimen intenta refundarse sobre una realidad impuesta que, a su vez, supone la fines realitas de la ciudadanía como portadora de derechos y libertades cívicas. Esta ciudadanía paulatinamente y como consecuencia, sólo podrá identificarse con propuestas políticas que surjan fuera de un régimen que limita su bienestar material y sus libertades democráticas y sociales. Y el socialismo no debería estar en un lugar distinto al de la mayoría social.
Sin embargo, después de los acontecimientos del 1 de octubre, el PSOE está viviendo por medio de la gestora y sus patrocinadores, una aceleración y un vértigo de sus propias contradicciones intelectuales y políticas propiciadas, en gran parte, por la necesidad de sostener un régimen de poder en plena descomposición y decadencia, que, por fidelidad ideológica, en lugar de apoyar debería combatir. Las esquizoides falacias conceptuales de intentar ser sostén parlamentario del Gobierno y oposición al mismo tiempo, combatir las excrecencias del sistema como la corrupción, pero evitando que caiga el ejecutivo del partido más corrupto o intentar inflexionar las políticas antisociales sin propiciar la salida del poder de quienes han infligido tanto sufrimiento a las clases populares y a los trabajadores, son actos de prestidigitación política que sitúan al Partido Socialista en un espacio extravagante y poco creíble de la vida pública. El malestar de la militancia es el signo de una vitalidad que puede ser la salvación del PSOE si no se logra ser silenciada, como tantas veces, por aquellos que creen que su futuro personal y político consiste en que el Partido Socialista se aleje lo más posible de sí mismo, es decir, de su historia, su ideología y sus principios.
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