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El ruido de los tangos oscuros

27 de Noviembre de 2023
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Milei

Algo ha cambiado cuando ahora contemplamos la genial interpretación de Charlot en la película El gran dictador, porque se tenía la percepción, casi absoluta seguridad, que la parodia era una mirada hacia atrás, a un tiempo pasado y vencido en sus máximos horrores. Pero con lo que está pasando, en latitudes distantes y diferentes, se establece un principio de incertidumbre que dirige la mirada tanto al presente, como al futuro.

Nada se repite igual, los fascismos de los años treinta no serán las imágenes que veremos reflejadas en los espejos de las múltiples realidades que vivimos, pero si como hacia Valle Inclán miramos en esos espejos deformantes que distorsionan la imagen convencional pero nos ofrecen una imagen distorsionada, pero descubren partes ocultas, se le pueda dar el nombre que se quiera, el monstruo, ésta ahí.

Es fácil  hacer una parodia del recién elegido presidente argentino, lo que es difícil de entender es porque más de catorce millones de personas lo han votado. Si la excentricidad del personaje produce repulsión, sus propuestas políticas producen escalofríos.

La sociedad del espectáculo que definió Guy Debord se ha hecho plena en la política dominante, hasta el punto de que nos ha llevado a la pre-política, un espacio heredado del antiguo régimen aunque disfrazado y que nos lleva a los Milei. Sin posibilidad de revolución o transformación social, naufragadas las utopías que nacieron con el desarrollo de la Ilustración, queda la reacción, es decir ir hacia atrás pero con un traje moderno, lo que el filósofo Byung Chul-Han define como tardomodernismo.

 En un curioso cartel de los que en estos días se manifestaban contra la amnistía se decía: “La nación está por encima del estado.” Es decir la modernidad nacida de la revolución francesa, de los derechos del hombre, del liberté, igualite, fraternite, como emblemas, retrocedemos al viejo régimen, a la nación mítica, la melancolía de imperio español o la de la primera potencia mundial que Argentina habría sido y que ahora ocupa el puesto ciento no sé cuántos. Y resulta curioso como historias y realidades muy diferentes se aproximan y crean ensoñaciones y enemigos, traidores y no sé cuántas cosas más, y todo enarbolando un bonito termino: Libertad.

 Habría que analizar en profundidad cuando la izquierda, los sectores progresistas e incluso la derecha democrática, perdieron la bandera de la libertad, que ha ido convirtiéndose en otra cosa. La  libertad es la libertad de consumo para el modelo neoliberal y Milei llega a definirse como libertario, lo que en realidad es un liberticidio, en definitiva, la capacidad de los poderosos para imponer sus normas. En la dialéctica amo-esclavo, la libertad no sería liberar al esclavo, sino que el amo tenga la libertad para hacer esclavos y la libertad de los esclavos para aceptarlo. Porque las palabras son engañosas, es falso el ultraliberalismo que llama a librarse del estado, Milei habla de quitar la sanidad y la educación pública, servicios sociales, entre otros, pero alguien le ha escuchado que vaya a quitar el ejército o cuando menos reducirlo, lo mismo con los aparatos policiales u otras burocracias del monopolio de la violencia, que en el caso argentino no son pocas, al contrario, ahí sale la voz autoritaria, el imperio de la ley, el conflicto social resuelto bajo el palo y tente tieso.  Ahí sí parece que la nación necesita al estado, que la ensoñación nacional necesita de la fuerza para sostenerse. ¿Y para defender qué? Ahí está la cuestión clave, los tan defensores de la libertad del mercado y la producción, necesitan que les defiendan, eso que literalmente proclamó el argentino y que tantas veces hemos escuchado hasta la saciedad: el imperio de la ley. Es decir estado social no o mínimo, estado gendarme sí y posiblemente con los limites menos posibles y los derechos humanos más reducidos.

 La cuestión del estado es poliédrica y compleja, pero sí hay una cuestión básica, que el estado como garante de derechos básicos en sanidad, educación, derechos sociales y humanos, no es algo que sea gratuito, sino logros conseguidos por muchas décadas de luchas y movilizaciones sociales, en muchos casos con derramamientos de sangre a lo largo de los en cada época, defensores del “imperio de la ley”. Y no es extraño en este sentido que Milei olvide y hasta ponga en duda un pasado reciente, él mismo que habla de pasados gloriosos.

  Durante muchos años la Argentina de las Juntas Militares junto al Chile de Pinochet representaron a un continente asolado por las dictaduras militares, los asesinatos y las desapariciones. Y fue la sociedad civil, a trancas y barrancas, con muchas oposiciones, quien ha ido estableciendo esa memoria a la que Sábato diese nombre y estableciendo unos mínimos principios de justicia, que ahora Milei quieren olvidar y hasta ponen en cuestión.

Es precisamente Ernesto Sábato el que en su tiempo señaló el resurgimiento del fascismo: “ No es una hipótesis aventurada: el fascismo ha nacido en la crisis general de un sistema” y situaba el apoyo y la complicidad de las élites económicas, y también que sin ser determinante, los fascismos asumían las partes más oscuras de las características nacionales.  Así no es difícil ver en Milei a alguno de los personajes nacidos de la pluma a pie de calle de Roberto Arlt, quien en mejor se encuentran el argentinismo y las viejas pasiones.

Por desgracia Milei ni se encuentra sólo, ni es algo aislado, sino todo un proceso que tiene varios padres, pero uno fundamental y común: el modelo de gestión liberal que hoy nos rige. Los fascismos y autoritarismos, se ponga el nombre que se quiera, pueden ir más allá de lo establecido, pero no sin ni casuales, ni un producto del azar, incluido el apoyo popular que hoy tienen. Como han definido los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari: “No, las masas no fueron engañadas, ellas desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación, esta perversión del deseo gregario.”

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