“Homosexual y altísimo poeta”, así definió José Agustín Goytisolo, el autor de las míticas Palabras para Julia, a Jaime Gil de Biedma (1929-1990), el gran escritor de la generación del 50, en la que lo encontramos junto a colegas como Carlos Barral o Ángel González, entre otros. Sin embargo, él nunca se tomó demasiado en serio este tipo de clasificación. Decía que los grupos literarios no eran más que “promociones editoriales”. Lo que está claro es que la suya fue una de las voces más intensas y originales de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. Paradójicamente, nunca ganó ningún premio. Sin embargo, esta falta de reconocimiento no impidió que ejerciera una amplia influencia. Así lo demuestran los congresos y tesis doctorales dedicados a su figura.
Hijo de una familia aristocrática de origen castellano, su padre se estableció en Barcelona para trabajar en la Compañía de Tabacos de Filipinas, en la que él también iba a desarrollar también una carrera como ejecutivo. Esta no era su vocación, pero le permitía disfrutar de una desahogada posición económica. Entre tanto, se dedicaba a la poesía con su estilo que mezclaba elementos cultos y coloquiales. Como otros jóvenes miembros de familias conservadoras, su ideología se distinguió por un claro antifranquismo. Quiso afiliarse al PSUC pero este partido le rechazó por su homosexualidad.
La editorial Cátedra, bajo el título Las personas del verbo, acaba de publicar la primera edición crítica de su obra poética completa. Lo primero que salta a la vista del lector es que no se trata de un libro especialmente voluminoso, sobre todo teniendo en cuenta el espacio que ocupan los apartados dedicados al estudio de su producción. Gil de Biedma, en efecto, no se distinguió por ser demasiado prolífico. Tal vez por pereza, tal vez por el tiempo que le robaba su trabajo empresarial. En 1968 publicó Poemas póstumos, su último libro de versos, titulado así porque entendía que la persona que había sido ya no existía. A partir de aquí se mantuvo en un silencio solo roto por alguna contribución aislada. Sobre el porqué de esta renuncia a la poesía solo podemos especular. Lo más probable es que un escritor tan extremadamente perfeccionista tuviera miedo de repetirse.
Su obra puede analizarse desde múltiples puntos de vista. Un acercamiento posible sería a través de su crítica a la sociedad de su tiempo. La guerra civil, la dictadura franquista y España ocupan un puesto principal entre sus preocupaciones, por lo que su obra constituye una ventana para asomarnos a nuestro pasado y enriquecer nuestra comprensión del mismo.
En uno de sus poemas, Infancia y confesiones, rememora, con un claro eco del Autorretrato de Antonio Machado, su niñez en un entorno bienestante al que se refiere como su “pequeño reino afortunado”. Fuera de este mundo protegido, sin embargo, hay otro que el protagonista empieza a intuir: “Se contaban historias penosas, inexplicables sucedidos donde no se sabía, caras tristes, sótanos fríos como templos. Así, de esta manera sutil, el autor alude a los vencidos en la Guerra Civil, humillados por un régimen que se dedica a pisotearles sistemáticamente. Su tragedia es algo que resulta por completo desconocido en los círculos de la alta burguesía, que viven de espaldas a los problemas del pueblo llano.
Durante la Guerra Civil, la familia Gil de Biedma se había refugiado en Castilla, en la zona “nacional”. Allí, según confesión propia, pasó lo años más felices de su vida. Le quedó, de aquella experiencia, una nostalgia imborrable. En uno de sus poemarios reconoce aquel tiempo feliz fue el resultado de la catástrofe colectiva puesto que, sin la contienda, no habría salido de casa: “Mi amor por los inviernos mesetarios es una consecuencia de que hubiera en España casi un millón de muertos”. Pero este recuerdo no tenía nada que ver con sus ideas. Una cosa era como lo veía en 1939, con apenas diez años, y otra lo que pensaba en los años cincuenta, cuando sus opiniones ya habían experimentado un cambio sustancial. Esta es una evolución común a muchos jóvenes de familias franquistas, que descubrieron un mundo muy distinto al suyo en contacto con la oposición clandestina.
Gil de Biedma creció en un país donde las autoridades, una vez sí y otra también, le echaban la culpa de todo a las siniestras conspiraciones de masones y comunistas. Por eso, en El arquitrabe, se burla con humor y desenfado de estas paranoias. “Hay quien habla, también, del enemigo: inaprensibles seres están en todas partes, se insinúan igual que el polvo en las habitaciones”. El arquitrabe, como es sabido, es un elemento arquitectónico que se utiliza para sostener el peso de una estructura. Aquí se convierte en metáfora del sistema político que empieza a parecer menos sólido que antes. Gil de Biedma escribe después de las movilizaciones estudiantiles de 1956, en la que una juventud que no ha vivido la Guerra Civil pone en cuestión el franquismo. Es por eso que la dictadura se ve amenazada: “El arquitrabe está en peligro grave”.
El escritor se rebela, en nombre de la vida, frente a un régimen que representa la barbarie y la muerte. Ha descubierto que, ante lo injustificable, “por lo visto es posible decir no”. Este verso seguramente es una referencia a Albert Camus, el humanista francés, que había escrito que el hombre rebelde es el hombre que no acepta lo que no se debe aceptar. La sublevación del poeta, en este caso, es contra la soberbia de los vencedores de la Guerra Civil: “Media España ocupaba España entera con la vulgaridad, con el desprecio total de que es capaz, frente al vencido, un intratable pueblo de cabreros”.
La humillación colectiva posee también una vertiente de género. De una forma que nos estremece, Gil de Biedma nos habla de las mujeres republicanas obligadas a prostituirse para sobrevivir: “Por la noche, las más hermosas sonreían a los más insolentes de los vencedores”. Estas mujeres, hijas, viudas o esposas, han de sustituir a sus hombres para sostener a sus familias y por eso han de sufrir “los modos peores de ganar la vida”.
En los eternos debates sobre el ser de España, la contribución de Gil de Biedma resulta ineludible. Sobre todo por el celebérrimo poema Apología y petición, del que se acostumbra a citar este desencantado fragmento: “De todas las historia de la Historia sin duda la más triste es la de España, porque termina mal”. El autor, en apariencia, viene a decir que España no solo es un país que fracase sino un fracaso en sí. No tendría redención posible.
Pero, si nos tomamos el trabajo de seguir leyendo, comprobamos enseguida que ese no es el mensaje. Hay lugar para la esperanza porque el desastre viene dado por las circunstancias, una dictadura que ha transformado el país en una inmensa prisión, y no por una especie de ADN que condenaría para siempre a los españoles: “Quiero creer que nuestro mal gobierno es un vulgar negocio de los hombres y no una metafísica, que España debe y puede salir de la pobreza, que es tiempo aún para cambiar su historia antes que se la lleven los demonios”.
La poesía, como hemos podido comprobar, puede aportarnos claves importantes acerca de las emociones con las que viven una época sus protagonistas. Gil de Biedma fue testigo de una etapa dura de la historia de España y encarnó, con sus poemas, el grito de libertad de una generación que se había hartado ya de la opresión franquista, tanto en su vertiente siniestra como en sus tonterías cotidianas.