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Globalismo, fase terminal del capitalismo

30 de Noviembre de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Se me revuelven las tripas cuando escucho a los de la derecha alternativa hablar de “globalismo comunista”. Y es que su franquismo sociológico les impide hacer un análisis certero de la realidad geopolítica, económica y social de los estertores del primer cuarto de siglo XXI.

Lenin ya teorizó sobre la etapa que le tocó vivir: el imperialismo como fase superior del capitalismo. Tras el desarrollo industrial de las potencias europeas (Inglaterra, Alemania, Francia, etc.) y de las pujantes EEUU y Japón de los Meiji, las grandes burguesías nacionales iban a necesitar –para continuar con esta carrera industrial y armamentística- mano de obra barata, materias primas a bajo coste y nuevos mercados donde colocar la producción nacional. Esta competición terminaría enfrentándolas en una devastadora Gran Guerra (1914-1918) en la que millones de trabajadores de todas las naciones caminaron alegres y orgullosos hacia una muerte segura para luchar por los beneficios de los grandes burgueses europeos.

El orden impuesto tras la conflagración, como todos sabemos, fue un desastre: la inoperante Sociedad de Naciones, el vengativo Tratado de Versalles que pavimentó el ascenso al poder de Hitler, el Crack de Wall Street de 1929, etc. Todos estos desatinos terminarían desembocando en la Segunda Guerra Mundial, más larga, destructiva y ruinosa que la primera. Una ruina a la que ni siquiera las élites del momento escaparon, por lo que empezaron a sentar las bases del nuevo orden mundial globalista en la conferencia de Bretton-Woods (1944) con la fundación de las instituciones supranacionales encargadas de velar por la estabilidad y prosperidad financiera global (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial).

El triunfo de la revolución soviética en Rusia y el auge de los partidos comunistas al otro lado del “telón de acero” obligó a estas élites cuidar y mimar a su mano de obra –la clase trabajadora- para evitar que se dieran a cualquier exceso revolucionario: nace así el Estado de bienestar, que empezaría a demolerse progresivamente conforme la amenaza comunista se desvanecía.

Y de esta guisa llegamos a 2020, cuando un supuesto virus se expande a la velocidad del sonido por todo el planeta llevándose por delante vidas, derechos y libertades, en un marco generalizado de alerta, pánico y desinformación promovido activamente por agentes políticos y mass media. Y no puedo sino dejar de pensar que todo esto es muy conveniente como casus belli para profundizar en lo que algunos llaman el Gran Reseteo, que no es otra cosa que la cuarta revolución industrial (digitalización, robotización, inteligencia artificial). No en vano, un estudio del Foro Económico Mundial auguraba que “en 2025, robots y humanos se repartirán por igual los trabajos”.  Pone los vellos de punta pensar que los planes de las élites de nuestro tiempo contemplen la ociosidad forzosa de una buena parte de la humanidad. ¿O es que acaso tienen otro proyecto en mente?

Se habla mucho de la “necesidad” de reducir la población mundial, que es “insostenible”, ya que los recursos son “finitos”. A fecha de hoy, 28 de noviembre de 2021, más de 5 millones de personas (que sepamos) han perdido la vida por el supuesto y referido virus, y eso sin contar los muertos derivados de pincharse repetidamente los fármacos experimentales de las multinacionales que están ganando unos 1.000 dólares por segundo. Además, la Organización Mundial de la Salud estima en 700.000 las personas que morirán en Europa por COVID19 de aquí a marzo de 2022.

No me dirán que no es sospechoso, además de escalofriantemente lógico: las élites del globalismo ya no sólo no necesitan a su mano de obra (ni mucho menos cuidarla o mimarla) sino que es que además les sobra y estorba en su proyecto de default, ya que el capitalismo está entrando en su fase terminal. El capital está chocando con los límites finitos del planeta, y sus arquitectos necesitan chivos expiatorios, esto es, la población mundial “parásita” a sus ojos, la población no indispensable para cubrir las necesidades de esta nueva etapa que (re)inicia.

Por último, y para aderezar esta macabra historia, las élites globalistas aprovechan el metarrelato covidiano para introducir lo que será el primer Documento de Identidad Digital a nivel Global, esto es, el Pasaporte COVID. Al margen de los pingües beneficios de las Big Pharma, persiguen un objetivo de control orweliano de la población, con su correspondiente carnet de buen ciudadano, con el que podrás (o no) viajar y/o entrar en determinados lugares.

Así que, estimado lector, agárrese los machos que estamos entrando en una etapa totalitaria del capitalismo, propia de un modo de producción que se resiste a morir y que, en sus últimos estertores, da sus últimos coletazos.

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