Acaban de salir de la asamblea. La situación es complicada. El comité de empresa, al abrir la reunión, ha comentado que la dirección quiere dejar en la calle a 150 compañeros y trasladar la fábrica a la otra localidad de la zona. Han aconsejado ir a la huelga. Tiene que ser indefinida y masiva para poder lograr salvar los puestos de trabajo. Las cosas se han puesto muy calientes. Ha habido gritos e insultos y si no han llegado a las manos es porque algunos lo han impedido. Mientras, desde la cristalera del primer piso, los encargados y el jefecillo del turno de tarde, sonreían constantemente viendo el espectáculo de los disidentes.
Raúl Alfonso es uno de los que ya tenía la decisión tomada antes de asistir a la asamblea. El no ha montado algarabía. Ha permanecido callado y semioculto entre dos grandes fardos de papel reciclado. Por supuesto ha votado que no. Una huelga le supone una pérdida de dinero importante y, según su opinión, nunca arregla nada. Además, está convencido de que, si van a despedir a 150, los primeros serán los que secunden la huelga.
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Han pasado cuatro meses desde que se votó mayoritariamente acudir a la huelga y, después de tres meses y mucho sufrimiento, ha habido acuerdo. Serán 45 los despedidos y, de momento, la fábrica no se traslada. Si al final acaba ocurriendo, la empresa pondrá vehículos que recorran los barrios y lleven a los trabajadores hasta la nueva factoría. Uno de los despedidos es Raúl Alfonso. En la lista, han tirado por los que nunca se dejan hacer notar, (curiosamente ninguno secundó la huelga), porque, tanto el comité de empresa como los jefes saben que son los menos conflictivos y los que los demás asumirán su destino sin protestar.
Desde que fue despedido, Raúl Alfonso, que siempre fue un tipo apocado y temeroso, se ha convertido en una persona rencorosa y amargada. Estuvo cobrando el paro hasta que se le agotó y luego, ha ido encadenando trabajos sin cualificación por los que le han pagado una miseria y con muchas horas de dedicación. Un vecino, compañero suyo en la fábrica que montó un bar con la indemnización, le ofreció un trabajo de camarero por setecientos euros mes. Eran casi 60 horas a la semana y le pareció un abuso. El trabajo que él rechazó lo cogió un peruano que vive en uno de los bloques de abajo y que tiene seis bocas que alimentar. Le pareció muy mal.
Cada vez que ve a la mujer del peruano llevarse dos carros repletos de fruta y otras viandas del banco de alimentos que Cáritas tiene en los bajos de la oficina municipal, le llevan los demonios. Dice que ellos son los que acaparan las ayudas mientras para los españoles no hay nada. Pero él, si no acude a Cáritas no es porque no le haga falta sino porque le da vergüenza que le vean. Porque para ir con el coche al banco de alimentos que tienen los del movimiento ciudadano en el local de la FRAV, dónde no le conoce nadie, no tiene reparo.
Aunque nunca fue un activista político, cuando tenía trabajo en la papelera, y ganaba un buen sueldo, votó a Podemos en las europeas. Estaba, como otros tantos españoles, harto del sistema, de la corrupción política y de la injusticia. Ahitado de que no hubiera casas para los jóvenes como sus compañeros que no podían independizarse y saturado de que, después de tanto sacrificio y estudios, los chavales se tuvieran que irse del país para poder sobrevivir de lo que habían estudiado.
Pero eso era antes. Se ha llevado tantas decepciones, le han defraudado tanto los partidos de izquierda que se comportan igual que los de la derecha que se ha radicalizado y ahora está de vuelta de todo. Dice que la seguridad social es una mierda. Su mujer ha tenido que esperar casi quince meses para que la operaran de la rodilla. Al final se ha quedado coja. Cree que la educación es otra mierda. Sus sobrinos pequeños se han quedado sin beca de comedor, mientras que a los del cuarto, que tienen dos buenos sueldos porque ambos trabajan en un banco, les financian la mitad de la cuota del colegio privado al que llevan a sus hijos y encima les dan beca comedor. Con todo, cree que la culpa la tienen los extranjeros que han venido a España. Ellos son los que colapsan la sanidad y los colegios porque están todo el día folgando. Ni se le pasa por la cabeza que su vecino, el que trabaja en el bar de su excompañero, está igual de explotado que él y que quién incumple no es el camarero sino su jefe. No se da cuenta de que la ecuatoriana del tercero, ingeniera eléctrica, trabaja limpiando culos de viejos en una residencia porque ni él ni su mujer, están dispuestos a hacer este trabajo. No son los migrantes los que rebajan el salario al aceptar lo que les den, sino los empresarios a los que no les importa las penurias de sus empleados. Ellos sólo miran lo que llaman “su” bienestar: conducir un Mercedes o un Porche o pagarse unas buenas vacaciones de 15 días en un hotel de cuatro estrellas. No tienen reparo en explotar a sus trabajadores, mientras tengan para frecuentar restaurantes de a sesenta euros el plato o mientras puedan irse a Punta Cana con la querida gracias a las sesenta horas que les mete su empleado al negocio por menos de ochocientos euros en media jornada de contrato.
Escucha las noticias que llegan de Argentina y se alegra. Piensa “Un Milei es lo que hace falta aquí” “Un tipo con motosierra que acabe destrozando todos los males”. Claro que Raúl Alfonso cree que él será de los que aprieten el gatillo de la motosierra, cuando en realidad sólo es el serrín lleno de sangre que quedará tras la poda.
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Gobiernos del Sí…. BWUANA
Hoy comienza el gobierno del SÍ.
Tenemos por delante grandes retos
y os aseguro que vamos a estar a la altura.
Yolanda Díaz, 1,60.
Decía el otro día una de esas ilustradísimas mentes que votaron a Milei como presidente que gracias al desquiciado personaje que ha prometido dolarizar Argentina, “Ahora gano 100.000 pesos al mes. Gracias a Milei ganaré 100.000 dólares y además pagaré por un café menos de un dólar”. Todo un pensamiento digno del mejor pupilo de la filosofía del catecismo de la ignorancia, la estupidez y la arrogancia.
Ante la victoria del fascista Geert Wilders en Holanda, aparte de que es muy probable que con sus 37 escaños sean imprescindibles para el gobierno, lo que dejaría en el olvido el pacto no escrito del «cordón sanitario» antifascista, se afianza, en un estado más, la terrible coyuntura de que el fascismo toma alas y se está adueñando de las sociedades del primer mundo. Una española afincada en Holanda contaba el otro día las causas de este giro hacia la ultraderecha. Unas causas comunes a todo el hijoputismo: en primer término, privatizan todo lo público. Luego añaden la explotación laboral que acaba creando cada vez más desigualdady luego violencia. Cuando eso sucede (violencia) le echan la culpa a los pobres y desfavorecidos a los que llaman ultras, antisistema, anarquistas o comunistas. Entonces, de los mismos que han provocado el caos, surge un mesías diferenciador y populista que se erige en salvador de la nación, de su grandeza histórica (aunque esta no exista) y que promete acabar con la violencia y con la desigualdad. Cuando ganan, más represión, más policía, más violencia, más explotación, más miseria, menos derechos, lloros y el consabido «yo no he sido». En el caso de los Países Bajos, el problema del malestar general de la gente han sido las privatizaciones, los salarios cada vez más bajos e indecentes, la falta de maestros y personal en colegios y guarderías y un transporte público cada vez más ineficaz. Mientras todo eso sucedía, el metro cuadrado de vivienda está por los 7.000 €. ¿De verdad que no nos suena todo esto?
El fascista Wilders ha ganado con un discurso xenófobo, centrando en los migrantes como culpables de toda la pobreza y del colapso de los servicios públicos, prometiendo expulsar a quién, en su mayoría, ya son holandeses por nacimiento (segunda y tercera generación) que sin embargo, junto con otros de la UE (polacos y españoles principalmente) asumen los trabajos que los blancos nativos no quieren hacer. Como siempre, centran el discurso en los más pobres obviando que han sido ellos y su sistema de mierda (hijoputismo) el que ha llevado a la situación actual de extrema desigualdad y miseria tanto social, como económica.
Cuando los supuestos gobiernos de izquierda, como ha ocurrido aquí con el anterior gobierno fake del mayor progresismo de la historia y ocurrirá con el actual, fake de la socialdemocracia, o como ha ocurrido en toda la UE, incluidas Suecia y Finlandia, actúan en políticas sociales, económicas y de servicio público con la misma hoja de ruta que lo harían los democristianos, liberales, derechistas y fascistas, lo que acaba ocurriendo es que la gente acaba hartándose de tener que elegir siempre entre lo malo y lo peor (fascismo), llegando a un punto de hartura, que lo que acaba siempre sucediendo es que se decide entre la opción política de la muerte o la del suicidio.Ese constante mantra de «yo o el caos» acaba escorando la aguja de la brújula social cada vez más a la derecha, lo que produce desafección, confusión y empacho. La sociedad acaba tan harta de promesas incumplidas, de la desigualdad, de la intolerancia judicial con los pobres mientras que los ricos acaban saltándose las normas a base de dinero o simplemente con la ayuda judicial que acaba sobreseyendo los casos por prescripción en el tiempo, que en un momento dado, se echa en brazos de los demagogos dementes como Miley, Ayuso o Wilders. Unos, creyendo fielmente que estos caraduras salvapatrias van a luchar por los de abajo (¡Pobrecitos ignorantes!), otros, como forma de echarse al monte, con la esperanza de que las cosas acaben tan mal que haya una revuelta social que ponga todo patas arriba. Y esto tiene un doble peligro. Habitualmente son los pobres los que mueren y los ricos siguen siendo ricos aquí, allí o dónde puedan porque, aunque están todo el día con la patria en la boca, su única devoción nacional es la del capital.
En las últimas elecciones en España, la gente, una vez más, optó por lo malo para evitar lo peor. Cuando en los presupuestos del 2024, llegue de nuevo Perroxanxez con las rebajas y vuelvan las políticas sociales restrictivas, nuevas subidas de los alimentos básicos, la electricidad, carburantes, impuestos, comisiones bancarias, IPC, nuevos recortes a la sanidad y a la educación y en general a todos los servicios públicos, la gente, como ha sucedido en Holanda y en otros países, seguirá pensando que da igual a quién votes porque ni el gobierno es soberano (ya se encargarán de especular que la culpa es de la UE, de la herencia recibida o de la coyuntura rusa, china o de sursuncorda) ni les importa una mierda lo que les pase a los ciudadanos. Si además suceden cosas como que una famosa cantante tenga de pagar 7 millones por haber defraudado más de 17 y además sea condenada a tres años de prisión y sin embargo no vaya a pisar la cárcel cuando el fiscal general del estado pide para personas decentes y comprometidas como Juan Bordera y sus otros compañeros activistas climáticos, que rociaron la escalinata del congreso con zumo de remolacha diluida en agua para protestar por el cambio climático, veintiún meses de cárcel, alegando que el cambio climático es un cuento, la gente lo que percibe es que la justicia es indecente, parcial y distinta dependiendo de la chequera, lo importante que seas o, lo que es peor, de lo que arremetas contra el sistema.
Hemos consentido que las empresas se conviertan en monstruos mafiosos. Apoyados por nuestros políticos que trabajan para ellas en lugar de para los ciudadanos, acaban destrozando el planeta como con los envoltorios de plástico para la fruta que la UE, por la presión de los lobbys, se niega a prohibir, envenenando a la gente como ocurre con el herbicida glifosato, que, a pesar de sus efectos cancerígenos probados y su peligro para el medioambiente, la Comisión Europea, aprueba seguir con su uso durante 10 años más. O como ha sucedido en Polonia con Pzifer, acaban costándonos miles de millones, porque la farmacéutica de las vacunas covid-19 solicita 1.500 millones de dólares de indemnización porque Polonia ya no va a comprar más dosis. Es tremendo. Hace unos meses nos contaban la milonga de salvar a Ucrania de las garras rusas. Se produjo un bloqueo que iba a acabar con la economía de Putin. USA fue capaz hasta de dinamitar el gasoducto que llevaba gas barato a Alemania. Ahora, tras miles de muertos, una Europa empobrecida y ruinosa, resulta que van a hacer firmar la paz a Zelenski por las malas y Rusia no sólo no está arruinada sino que goza de una salud cien veces mejor que la de Europa. No pueden ser más sinvergüenzas nuestros gobernantes. Y todo para que las empresas americanas hagan su agosto, durante y tras la guerra.
Este comportamiento, de políticos y mafiosos empresarios, es la base del hijoputismo, de los cambios sociales hacia el fascismo y por si fuera poco, de la contaminación y el cambio climático. Ellos, con nuestra generosa ayuda por no poner coto a políticos indecentes y por entrar en su rueda de consumismo desacerbado, son las causantes de que este mes de noviembre hayamos rebasado por primera vez los dos grados de temperatura promedio previstos como tope para el 2050. Un cambio del que no queremos ser conscientes pero que desarrolla datos catastróficos como que gran parte del planeta en 2099 superará los 37 ºC y tendrá un rendimiento agrícola negativo del 40 %. Y resulta que el 80 % de las calorías que consume el ser humano en todo el planeta son cereales. Cuando las temperaturas alcanzan esos 37 °C, las plantas no pueden transpirar y el crecimiento se detiene. Con este rendimiento sólo se puede alimentar a dos mil millones de habitantes. ¿Qué harán con los otros seis, ocho mil millones? ¿Matarnos, abandonarnos, o dejar que muramos?
Los efectos del comportamiento indecente de los supuestos partidos de izquierda, como el PSOE de Madrid, que presume de la llegada del fondo BlackRock a España, el fondo del que depende en gran parte el problema de los exorbitados precios del alquiler de la vivienda en España (tiene casi 150.000 viviendas), y como contábamos en el anterior artículo muy dado a técnicas de dudosa legalidad para echar a los vecinos, lo que acaba sucediendo es que la gente, harta de tanto hijoputismo, se arroja en manos de los fascistas. Luego vendrán los lloros, las lamentaciones y el placebo de «yo no los he votado».
Ya sólo nos queda, para poner la guinda a la fiesta, que como en la epidemia de cólera de 1834 o el terremoto de Lisboa de 1755, que salgan los obispos diciendo que todo esto es un castigo divino. Y hasta eso es posible en un estado supuestamente aconfesional dónde la iglesia sigue campando como si fuera la religión oficial aunque cada día tengan las iglesias más vacías.
Ya no hay solución ni con más escuelas, ni con una república.
Salud, feminismo, ecología, decrecimiento y monte.