El premio Nobel de Economía ha ido este año a parar a los economistas David Card, “por sus contribuciones empíricas a la economía del trabajo”, junto a Joshua D. Angrist y Guido W. Imbens. En el trabajo premiado de David Card se recoge un estudio que demuestra empíricamente que subir el salario mínimo no acarrea directamente destrucción de empleo. David Card ha explicado que su análisis trata sobre un evento específico, pero que la literatura científica no ha encontrado relación entre salarios mínimos y desempleo. Estas conclusiones chirrían con los argumentos que se han vertido sistemáticamente en televisiones, radios, prensa escrita y digitales desde que el Gobierno de España anunció la medida de la subida del SMI, arrastrado por el acuerdo de coalición.
Los mismos defensores a ultranza de la valía de la acientítica Curva de Laffer, los mismos que apuestan categóricamente por bajar impuestos para “aumentar” la recaudación, son los que han machacado con el mito de la relación directa entre subida del salario mínimo y la destrucción de empleo, como si fuera una verdad irrefutable. Los gurús económicos del Partido Popular, como Lacalle y Rallo, han martilleado su verdad en prime time anunciando el apocalipsis al que llevaba subir el salario mínimo 15 euros. En este sentido, el Banco de España desarrolló este verano un estudio de economía ficción en el que se aventuraba a estimar no ya los puestos de empleo destruidos, que no se destruyeron, sino los trabajos que se dejaron de crear. Una elucubración inaudita para esta institución mientras otras, como la OCDE, indicaban lo positivo de la medida, al contribuir a un crecimiento inclusivo y ofrecer un mínimo de protección social que evite empleados de extrema precariedad sin una vida digna. Las conclusiones de la OCDE resonaron menos en los medios de comunicación españoles.
Los gurús de la secta de autorregulación de los mercados también pasaron de puntillas sobre el mayor estudio de otro de los puntos de sus puntos de conflicto ideológico, la renta básica. El año pasado, en 2020, se presentaron los resultados del mayor estudio realizado sobre esta prestación en Europa. Se concluía que los perceptores no dejaron de buscar un trabajo mientras aumentaba su seguridad económica y su bienestar mental. Es muy destacable este punto en un momento en el que se está evaluando la verdadera magnitud del problema de la salud mental. Falta un sistema de asistencia que afronte los problemas mentales, pero también propiciar las condiciones materiales que eviten muchos orígenes de esos problemas. El gobierno finlandés efectuó en estudio en 2016 para comprobar si entregando 560 euros al mes sin ningún tipo de condición a un grupo de desempleados se podía incentivar la búsqueda de empleo y reducir la burocracia.
Y mientras el dogma de la desregulación contaba con todos los altavoces y con la capital de España como laboratorio y centro de propaganda, un premio Nobel ha puesto sobre la mesa lo que hacía años que se estaba estudiando. Nunca se ha encontrado relación entre el salario mínimo y desempleo. Esto lo han defendido otros autores como Joseph Stigliz o Paul Krugman, ambos también con un Nobel en economía. Al contrario, existen estudios que demuestran que la subida de los salarios crea empleo, como el elaborado en 2020 por Christian Dustmann, Attila Lindner, Uta Schönberg,Matthias Umkehrer, y Philipp vom Berge analizando la creación de un salario mínimo en Alemania en el año 2015. Se mejoraron los salarios del 15% de la población sin que aumentara el desempleo. La evidencia internacional basada en meta-análisis, combinando cientos de resultados en estudios previos, en países como los Estados Unidos o el Reino Unido indica que el efecto sobre el desempleo no es estadísticamente significativo. La conclusión de esos meta-análisis es que, de acuerdo al consenso en la disciplina, el aumento del SMI no debería aumentar el desempleo. Pero a los seguidores de la mano invisible que regula los mercados parecen no interesarles las evidencias empíricas, sólo la ideología.