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¿Hacia dónde va la Medicina?

25 de Agosto de 2024
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Creo que tras 42 años ejerciendo la profesión de médico, he tenido el tiempo y la experiencia suficientes como para forjarme, con lo que he visto y vivido, un criterio propio sobre el tema de la salud y la enfermedad.

Mi paso por la Universidad me convirtió en un técnico teórico con conocimientos sobre las diversas enfermedades que afectaban al ser humano. Y digo teórico porque cuando tuve que afrontar a las personas que aparecían tras la mesa de despacho, me di cuenta de la falta de preparación con la que salía el médico, al menos en mi época, de las facultades de Medicina.

Mi bautismo de fuego se desarrolló acompañando y luego sustituyendo en pequeños contratos de vacaciones a diversos médicos de atención primaria. Allí me di cuenta, como ya he comentado antes, de la poca medicina que sabía tras 6 años de aprendizaje teórico.

Posteriormente, trabajé un año en una mutua de accidentes laborales, y allí aprendí que lo que realmente se espera de los trabajadores es que produzcan, que sean rentables. Y, para ello, se emplea una medicina que palíe los síntomas para que el trabajador vuelva a su puesto de trabajo lo antes posible.

El destino me llevó a ocupar una plaza de médico en el Servicio Especial de Urgencias de Pamplona. Estuve unos 6 años. Allí aprendí a observar el papel de la Medicina actual: su eficacia a la hora de sacar de un bache de gravedad profunda a las personas, sirviéndose de fármacos potentes y técnicas quirúrgicas cada vez más desarrolladas.

A la vez, también me di cuenta de que el proceso más generalizado de la Medicina convencional era transformar las enfermedades agudas en procesos crónicos, mantenidos por la aplicación de fármacos que tienen como misión ocultar o neutralizar síntomas, en lugar de centrar la atención en el origen de las enfermedades y la modificación del terreno, en las propias personas, con su idiosincrasia y sus hábitos.

En esa etapa de mi vida profesional, me abrí a maneras de observar la salud y la enfermedad desde otros prismas muy diferentes y muy antiguos: la medicina tradicional china, los procesos alquímicos desde su vertiente vegetal (la espagiria), las prácticas manuales de movilización de energía (la terapia de polaridad).

Comprendí la importancia del hecho energético en los seres humanos y cómo genera consecuencias muy diferentes gestionar bien o mal los contenidos emocionales y el discurso mental. Fue fundamental para mí el trabajo con los traumas emocionales.

Me salí del sistema en 1996, habiendo compatibilizado durante los últimos años las dos maneras de manejar la enfermedad. Fue una especie de esquizofrenia, aunque tengo que agradecer que en el SEU me dieran permiso para hacer lo que mejor sabía hacer, en la medida en que no interfiriera en el orden general del servicio.

No voy a contar toda mi vida… Sólo decir que he presenciado el deterioro constante de cómo el sistema de salud concibe la salud, la enfermedad y cómo es la atención a las personas que acuden en petición de ayuda.

El sistema se ha centrado formalmente en lo que se define como la Medicina de la evidencia. En principio, no me parece mal, en absoluto. Otra cosa es cómo se determina la existencia de algo evidente y su teórica consecuencia: la eficacia y la eficiencia.

La «Medicina basada en la evidencia» ha entrado en una dinámica que hace aguas por todos los lados.

Actualmente, en pos de esa Medicina basada en la evidencia, se descartan como valorables las experiencias personales, las experiencias de caso, así como los estudios observacionales. Y se dejan como única prueba de evidencia los resultados de estudios aleatorios con doble ciego. Son los únicos que van a sustentar una relación causa-efecto y, en definitiva, qué sirve y qué no sirve.

Pero aquí entra en juego la gran industria farmacéutica, que ha manipulado, mangoneado esta búsqueda de la verdad en el tema sanitario.

Actualmente, la industria farmacéutica, ese conjunto de empresas que han sido frecuentemente demandadas y sentenciadas con multas milmillonarias por ocultamiento de efectos perversos, engaño…, es la misma que dicta indirectamente qué enseñar en las facultades de Medicina, qué establecer en los protocolos o guías a seguir ante una enfermedad, y es la que encarga montañas de estudios para probar la eficacia de sus productos.

Entramos de lleno en el tema de los conflictos de interés. La industria farmacéutica intenta utilizar el lenguaje de la forma más benigna posible para sus intereses. Así, los pagos o dádivas a los profesionales de la medicina, a las organizaciones de médicos especialistas de lo que sea, por arte de birlibirloque, se han transformado en «transferencias de valor».

El caso es que según las mismas fuentes de Farmaindustria, se cuentan por varios cientos de millones de euros lo que la industria farmacéutica se gasta en forrar la riñonada de unos insignes colegas, blindando la más mínima objetividad en lo que van a aconsejar como expertos sanitarios de diversos ámbitos.

Uno de esos ámbitos especiales es el de las vacunas en general y, más concretamente, las vacunas pediátricas. Hay un ramillete de

«expertos» que salen en los medios y que generan opinión por mostrarse confiables y llenos de razones basadas en conocimientos. Y dentro de ese ramillete de ilustres colegas de profesión se encuentran personas que reciben anualmente de la industria farmacéutica cantidades de hasta 6 dígitos.

¿Dónde puede estar la imparcialidad de estas personas? Está claro que un perro no va a morder la mano de la persona que le alimenta.

¿Qué he visto en el desarrollo del tema pandémico desde 2020? Para mí ha sido todo un proceso de pisar el acelerador, de tal manera que se ha utilizado la Medicina como una herramienta generadora de miedo, produciendo la ocasión adecuada para restringir las libertades individuales, la desaparición de los consentimientos informados, conculcando tratados internacionales.

Desde el primer momento, la cosa me olió a chamusquina, y me recordó lo vivido en el anterior entrenamiento pandémico con la gripe porcina de 2009. Una entelequia que fue estimulada por la OMS bajo los auspicios de la industria farmacéutica.

Menos mal que las acciones del Dr. Wodarg, en aquel entonces presidente de la Asamblea Parlamentaria del Comité de Salud del Consejo de Europa, permitieron tirar del hilo y mostraron claramente el montaje.

En la llamada «pandemia covid-19» parece que remediaron los posibles errores de la intentona anterior y desarrollaron un escenario de pánico con el que dominaron a la población, diciéndoles desde las estructuras de poder político y sanitario qué hacer y, por supuesto, qué no podían hacer.

Una de las primeras cosas que me llamó la atención es la aparición sincrónica en todos los medios de comunicación la necesidad de esperar a que se desarrollara la vacuna salvadora. Y durante ese periodo de espera no pudo haber ningún otro apoyo terapéutico.

Se gestó una batalla a muerte frente a procedimientos alternativos, dado que si se demostraba que alguno era efectivo, todo el montaje construido desde la situación de emergencia: la investigación acelerada de las mal llamadas vacunas, los falsos procedimientos diagnósticos (las PCR), la utilización de la masa poblacional como conejillos de indias en un experimento alienante… todo se iría al garete.

Salieron a la luz un gran contingente de estudios que, o bien eran incompletos o francamente sesgados, o literalmente falsos. Da vergüenza ajena los casos de retractación de revistas como The Lancet o The New England Journal of Medicine.

La literatura médico-científica está plagada de falsedades, de mentiras. El prestigioso epidemiólogo de Stanford Dr. John Ioannidis defendió desde un principio que los datos de letalidad del fenómeno que se manejaban estaban excesivamente inflados. Nadie le hizo caso.

Este especialista de la epidemiología es autor de un estudio que es récord de citaciones en otras investigaciones científicas. En este estudio, Ioannidis afirma sin ningún género de duda y sin pelos en la lengua que la mayoría de las publicaciones no son creíbles. De hecho, el título de ese artículo escrito en 2005 es: «Por qué la mayoría de los resultados de las investigaciones publicadas son falsos».

Este prestigioso autor muestra la incuestionable realidad de que la industria organiza los estudios necesarios para dar sustento de evidencia científica al posterior negocio de venta de los productos investigados.

Los estudios pueden ser desarrollados por sus propios científicos o por otros autores que estén subvencionados por la industria. Prácticamente la totalidad de los estudios así diseñados emiten resultados favorables a sus intereses, aunque estén basados únicamente en un valor estadístico aislado de una probabilidad estadística menor a 0’05.

Hablando de la Medicina basada en la evidencia, existe un pequeño equipo de investigadores que integran el Centro de Medicina Basada en Evidencia de la Universidad de Oxford. Sus dos cabezas principales no han dejado de mostrar a su gobierno (el británico) y al conjunto de la ciencia en sus diversas publicaciones críticas una realidad totalmente diferente a la que emanó de los cálculos catastrofistas del Imperial College de Londres, proyecciones falsas de modelos de cálculo erróneos que, tristemente, fueron determinantes para construir la gestión de la pandemia tal y como la conocemos.

En resumidas cuentas: ha habido una historia de manipulación encubierta, generadora de miedos, que ha desembocado que hasta hoy mismo se siga mirando la covid-19 con lupa cuando alguien estornuda o se siente cansado, y más cuando aparece la fiebre.

Ya están en la promoción de la vacuna correspondiente a la variante  nº  «n»  en  previsión  de  que  aparezca  la  temida «enfermedad X» que nos lleve sin remedio a la siguiente pandemia. Mucho ruido están haciendo con la gripe aviar.

Actualmente, huele a podrido, y no sólo en Dinamarca sino en todo el mundo, cualquier noticia relacionada con las aves. No paran de realizar investigaciones llamadas de «ganancia de función» cuando, en realidad, son intentos de modificar forzadamente unas sustancias víricas de la naturaleza para fabricar su salto a la especie humana.

¿Su finalidad? Seguir fabricando productos vacunales para impedir que los seres humanos sean afectados por algo que, en su esencia natural, nunca daría ese salto entre especies. Pura psicosis de guerra biológica que está sirviendo para las más oscuras motivaciones de la élite del actual sistema de poder.

Ya estamos más que avisados de lo que pretenden este «grupo de malotes» que controla la humanidad, por lo que espero que cualquier intento que quieran seguir materializando de cara a mantener sus posiciones de poder y sojuzgar al resto de la humanidad, les va a salir rana.

Si tuviera que responder sucintamente a la pregunta del título de este escrito, diría que estamos siendo testigos de un intento paternalista de medicalizar la sociedad para «salvarnos» hipotéticamente de la enfermedad, sea cual sea, sin que importe que la población se encadene a la toma irracional y definitiva de fármacos.

Estamos en la antesala de la utilización masiva de terapias de estructura génica que en el pasado no han logrado atravesar el tortuoso y necesario camino de la verificación de sus efectos beneficiosos en comparación con los daños ocasionados.

Tras el empuje de la falsa situación de emergencia vivida en estos últimos años, estos productos génicos han logrado pasar las lógicas barreras que la sociedad ha creado para demostrar la beneficencia de nuevos avances terapéuticos.

El plan previsible es trasladar a esta nueva plataforma toda la batería de vacunas infantiles y no infantiles, la terapia contra el cáncer y demás patologías que se les ocurra.

Parece más interesante para la industria sacar al mercado una serie de productos, como los nuevos fármacos para disminuir el peso de las personas, en lugar de fomentar la modificación de hábitos insalubres. Así será posible generar un mercado de casi 2.500 millones de personas que actualmente sufren de sobrepeso en el mundo. Un gran negocio.

En fin. Estoy en mi última etapa como profesional de la Medicina y voy a continuar recibiendo y escuchando a las personas que me vienen pidiendo ayuda. Voy a seguir viendo donde están sus predisposiciones, mirando sus mapas natales (Astrología, Diseño Humano, Numerología), herramientas ninguneadas y despreciadas por la actual ciencia, cuando los grandes médicos del pasado eran también astrólogos.

Voy a observar también qué lógica muestra el inconsciente de esas personas cuando organizan una enfermedad o un conjunto de síntomas, y le voy a prestar la ayuda necesaria para que la persona pueda identificar dónde están sus conflictos de base, de tal forma que pueda progresivamente limpiar los posos que guarda y tomar las riendas de su vida en sus manos.

Para ello hace ya casi treinta años que no empleo ningún fármaco, remedio ni suplemento. Confío plenamente en el poder sanador de nuestros propios cuerpos, sólo veo necesario ayudar a que vuelvan al equilibrio que les corresponde.

Salud para ti y los tuyos.

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