Ah, la España de la Constitución que promete "una vivienda digna y adecuada para todos", pero que solo unos pocos afortunados logran ver cumplida. ¡Qué cinismo! Aquí estamos, contemplando cómo los grandes señores del ladrillo, con su sonrisa de tiburón y cuentas de banco offshore, siguen especulando con algo tan básico como un techo. Y mientras tanto, el gobierno, ese ente amorfo que todo lo promete y nada cumple, sigue mirando para otro lado. Pero, ¿saben qué? Hay algo que les aterra. Lo sabemos. La desobediencia civil les pone los pelos de punta.
Sí, señores. La posibilidad de una huelga masiva de alquileres les quita el sueño. Que no nos vengan con cuentos de "diálogo" o "medidas a largo plazo". La historia lo ha demostrado. Cuando la gente común se harta y se organiza, el poder tiembla. ¿O acaso ya se olvidaron de la huelga de alquileres en Barcelona allá por 1931? Claro que no, porque es el tipo de amenaza que les da urticaria. Esta vez, la manifestación en Madrid y Barcelona con miles en las calles no es una marcha más. Es un grito de rabia, de generaciones enteras que fueron engañadas con la promesa de que con un título universitario y trabajo duro conseguirían una vida digna. ¿Y qué tenemos? Alquilar a precios que te dejan sin comer, si es que encuentras algo.
Vamos al grano: el artículo 47 de la Constitución es tan claro como ignorado. "Derecho a una vivienda digna", dicen. Pues vaya burla. Aquí, la única dignidad parece ser la de los fondos de inversión que se apropian de bloques enteros para alquilarlos a precios que harían llorar a cualquiera. Y mientras tanto, ¿qué hace el gobierno? Oh, sí, la famosa Ley de Vivienda. Un montón de papel mojado. Porque a la hora de la verdad, esa ley ni se aplica ni sirve para nada. Las casas siguen siendo un lujo para los ricos y un sueño imposible para el resto.
Ahí está el bono de alquiler social, la gran solución del gobierno. ¿Es una broma? Un parche temporal que no llega a todos, y los que lo reciben, apenas pueden seguir el ritmo del aumento constante de los precios. O sea, acabará en el bolsillo de los especuladores. Es como darle una aspirina a un paciente con cáncer. Lo que se necesita es una cirugía radical: un control real de los alquileres y un aumento drástico del parque de vivienda pública. ¿Pero qué tenemos en cambio? Un mercado controlado por tiburones. La realidad es que en España la vivienda pública no llega ni al 6%. En otros países europeos es ocho veces más. Así que, ¿de qué estamos hablando?
El alquiler turístico, señoras y señores, es la plaga moderna. Plataformas que todos ustedes conocen han convertido los barrios en parques temáticos para turistas. El Lavapiés de siempre, el Raval auténtico, la Playa San Juan, ahora son coto privado de nómadas digitales, turistas y expatriados con buena cartera. ¡Qué maravilla para los inversores! ¿Y qué pasa con los que han vivido allí toda la vida? Desalojados. ¿Y los jóvenes que buscan vivienda?Expulsados. ¿El resultado? Ciudades vacías de alma, de vida, porque la vida de barrio ya no es rentable. Todo es para el que llega, gasta y se va.
No hay más tiempo para palabras huecas. La huelga de alquileres es el primer paso, un grito que despierta a los dormidos. Pero hace falta más. Urge un control real del precio del alquiler, aumentar el parque de vivienda pública hasta niveles decentes y ponerle un freno al alquiler turístico que está desangrando nuestras ciudades. Y el gobierno, que deje de pedir "solidaridad" a los caseros. La solidaridad no paga el alquiler. Hace falta una política que ponga a las personas por delante de los beneficios.
En definitiva, esta #HuelgaDeAlquileres no es una protesta más. Es una lucha por la dignidad. Si el gobierno no se despierta, si los grandes tenedores no aflojan, que no se sorprendan cuando vean las calles llenas de nuevo y el principio del fin de su imperio.