Siempre he sido curioso por naturaleza, cuestionándolo todo. La religión, los profesores, los dogmas, la ciencia, la medicina, haciendo preguntas que intentaban responder a muchos porqués. Con los años, pero sobre todos con las experiencias propias, las preguntas se vuelven más incómodas y molestas.
Hace unas semanas, leyendo un artículo, me di cuenta de que esta manera de ser es parte de los que los científicos llaman humildad intelectual. En una sociedad tan polarizada, dedicada más a defender posiciones propias que cuestionar y cambiar de opinión, esta manera de enfocar la vida es cada día más importante, porque se practica cada vez menos.
Por definición, la humildad intelectual es una forma particular de humildad relacionada con nuestra manera de ver el mundo. La humildad intelectual engloba todas las facetas de nuestra propia visión de la vida, en temas tan importantes como las creencias religiosas, las tendencias políticas, los compromisos sociales, los conocimientos profesionales, las vivencias propias o cualquier otra convicción fuerte que define nuestro carácter. La humildad intelectual no solo se proyecta hacia el exterior, sino que afecta muy especialmente a nuestro interior.
La humildad intelectual implica siempre ser consciente de nuestras propias limitaciones y prejuicios, poniendo en duda todo lo que sabemos y sobre todo como lo hemos aprendido. Como pasa en la ciencia, requiere de la voluntad de revisar por pares nuestras propias opiniones y someterlas siempre a debates contradictorios.
Pero no nos engañemos. La humildad intelectual no significa someterse siempre a la opinión de la mayoría. Es tener ideas propias, defenderlas con tenacidad, pero sin cerrar ninguna puerta a otros puntos de vista como forma de aprender.
La humildad intelectual no entiende de ego porque necesitamos presentar nuestras ideas de manera modesta y respetuosa, exponiendo sin tabús nuestras creencias, nuestros puntos de vista en una actitud abierta, admitiendo que podemos estar equivocados cuando lo estamos. Actuando así, demostraremos que para nosotros, es más importante seguir aprendiendo que tener razón demostrando nuestra superioridad intelectual.
Aunque no me gusta elaborar manuales del perfecto líder, hay algunos aspectos que caracterizan la humildad intelectual.
Tener una mentalidad abierta, evitando perjuicios, prejuicios, dogmatismos que encorseta el debate y estar siempre dispuesto a revisar las propias creencias
Ser intelectualmente rebelde, buscando siempre nuevas ideas, formas de desarrollarse y crecer, cultivando la discrepancia, siendo capaz de cambiar de opinión frente a evidencias sólidas.
Ser realista de cómo somos, con nuestras cualidades y nuestros defectos, admitiendo nuestras limitaciones, aceptando el mundo tal y como es y no como nos gustaría que fuera.
Tener la humildad de desaprender, de debatir sin agresividad para volver a aprender y tener una enorme capacidad de adaptarse a los nuevos conocimientos.
No hay un manual de instrucción para aplicar la humildad intelectual. Todo es transparencia, honestidad intelectual y autocrítica sobre nuestro propio ser.
Todos somos el resultado de nuestras circunstancias que acabarán afectando y limitando nuestra capacidad para aprender y desaprender. La humildad intelectual es cultivar la empatía a la hora de expresar opiniones, es la capacidad de abordar discusiones difíciles con curiosidad y humildad para convertirlas en fuentes de aprendizaje y crecimiento.
El liderazgo, del que tanto se habla y se escribe, carece a menudo de esa humildad intelectual que obliga a conocer a las personas antes de poder liderarlas.
La humildad intelectual no es una debilidad. Es un activo y de los más importantes. En una sociedad cada día más polarizada, donde la cultura del éxito se mide por el número de visualizaciones en Tik Tok, Twitter o LinkedIn, es cada día difícil nadar a contracorriente.
Pero hay que perseverar en ese camino porque hacerlo tiene muchas ventajas.
Los grandes avances sociales, culturales y tecnológicos de la historia fueron posibles porque alguien admitió que no lo sabía todo y busco el conocimiento con curiosidad y humildad.
Progresar es admitir que no sabemos y buscando aprender algo nuevo.
La humildad intelectual consiste en defender que el otro pueda expresar libremente su punto de vista, aunque no estemos de acuerdo con él.
La humildad intelectual ayuda a mejorar las relaciones con los demás, aceptando sin prejuicios a las personas que tienen puntos de vista diferentes a los nuestros para abrirse a nuevas ideas. Cuando fomentamos el respeto a la discrepancia, estamos creando un marco de confianza que evitará que el otro esté a la defensiva por miedo a plantear su punto de vista. De esta manera enriquecemos el debate hasta límites insospechables.
Finalmente, la humildad intelectual es la clave para el desarrollo personal que mejora el conocimiento de uno mismo. Admitir nuestras propias limitaciones nos predispone a pedir ayuda aceptando e incorporando ideas ajenas. Si te cierras en ti mismo, acabas perdiendo innumerables oportunidades de crecer.
La humildad Intelectual genera esa autenticidad que es la base de cualquier líder sólido.
"Saber que no sabemos nada" como decía Sócrates y también cantó Jean Gabin, es la base sobre la que se construyó y la que sigue alimentando los conceptos del Profit Thinking como cultura de empresa y su modelo de liderazgo del margen.
No hay secretos, solo tabúes y dogmas que hay que derribar.