Durante la pandemia, en un muro frente a mi casa, alguien escribió con letras muy grandes: INTENTA ENTENDER ALGO”. Efectivamente, la voluntad de intentar comprender la lógica, las causas de los acontecimientos, sobre todo los que nos sacuden con fuerza inusitada, es probablemente lo que define mejor la esencia humana.
Para comprender el mundo que nos rodea, condición indispensable para poder tomar decisiones adecuadas que permitan resolver nuestros problemas, no hay instrumento más útil que el análisis marxista. El desarrollo del sistema edificado sobre la explotación del trabajo humano, revela cómo la precarización generalizada de las condiciones laborales y la destrucción masiva de empresas es la única respuesta posible del capitalismo en crisis, ante la imposibilidad de mantener el crecimiento de la tasa de ganancia.
La centralización y concentración de capital es una constante histórica del desarrollo capitalista, acelerada en cada episodio de crisis. Se acompaña de la sustitución progresiva de fuerza de trabajo humana por máquinas, lo que conlleva la reducción constante de la producción de valor. Como Marx demostró sólo el trabajo del ser humano produce plusvalía, y su apropiación por parte de quien detenta la propiedad privada de los medios de producción es la columna vertebral del capitalismo.
Ese proceso de sustitución de capital vivo, el trabajo humano, por capital muerto, las máquinas, tiene un límite objetivo, material, llegado al cual la tendencia al crecimiento de la tasa de ganancia se detiene y las relaciones sociales capitalistas de producción empiezan a tener problemas para reproducirse.
En estos momentos, los centros dirigentes de la oligarquía mundial cuyo centro es el Foro Económico Mundial de Davos, ante la evidencia de que en las condiciones actuales el capitalismo es insostenible se plantean llevar a cabo cambios drásticos, un “Gran Reseteo” lo llaman, una modificación general de las reglas del juego, que garantice a las élites del imperialismo euro-estadounidense mantener el control del poder.
Los instrumentos de la llamada IV Revolución Industrial: robótica, nanotecnología, neurociencia, inteligencia artificial, biotecnología, etc, que de estar en manos de la clase obrera permitirían reducir significativamente la jornada laboral y sustituir por máquinas los trabajos más penosos, permiten a la burguesía llevar a cabo una destrucción masiva de empresas y de puestos de trabajo que calculan superior al 40%, fundamentalmente en los países más industrializados. La inteligencia artificial inserta en la lógica de la mercancía, contra la humanidad, es en realidad una empresa "tecnológica" al servicio de las mismas ofensivas económicas y políticas que intentan sustentar la esperanza de supervivencia del mercado mundial.
Esta destrucción masiva de empleo, mantendría solo los puestos de trabajo de personal altamente cualificado, y se cebaría en los sectores más precarizados en los que predominan las mujeres y la clase obrera inmigrante. Además, y en unas condiciones en las cuales la resistencia obrera está enormemente fragmentada y debilitada, la ofensiva se acompaña de la precarización creciente y de la privatización y degradación de los servicios públicos y de las pensiones.
La explotación capitalista, exacerbada en las condiciones actuales, aliena al ser humano, lo cosifica y lo convierte, en palabras de Marx, en “la más miserable de todas las mercancías”. Y no es sólo el robo en el salario de la plusvalía que la clase obrera produce. La miseria, la individualización y la competitividad aplastan la dignidad, la creatividad, la cooperación inherente al desarrollo de la humanidad, y en definitiva, la esencia humana. Este proceso de deshumanización se expresa en el aumento sin precedentes de la enfermedad mental y el suicidio, como gritos de angustia y como síntomas inocultables del malestar social que el capitalismo genera.
La respuesta del poder burgués, ante su incapacidad estructural para resolver los problemas de la inmensa mayoría, es la inducción al consumo masivo de medicamentos, como ansiolíticos y antidepresivos, o de drogas cada vez más aniquiladoras, especialmente entre la juventud, como el fentanilo, para que la desesperación, ante la falta total de expectativas, no se transforme en revuelta social.
Las desigualdades sociales y la misera de millones de personas, alcanzan niveles crecientes. Algunos datos son ilustrativos de la violencia social cotidiana que esta situación produce: una criatura menor de 10 años muere de hambre cada cinco segundos, 57.000 personas mueren cada día por causas perfectamente prevenibles, 500.000 mujeres mueren cada año al dar a luz, la mayoría de ellas por una prolongada falta de alimentos durante el embarazo, y más de mil millones, de los ocho mil millones que habitamos el planeta sufren desnutrición grave y permanente y mutilaciones. Todo ello cuando hoy existen las capacidades técnicas para alimentar al doble de la población mundial.
Frente a ello, la ideología dominante, que es la ideología de las clases dominantes, reproduce a través de los medios de comunicación el viejo discurso catastrofista de Malthus de que el crecimiento demográfico es insostenible.
El control absoluto de los medios de información y de creación de opinión es la herramienta del poder mediante la que se inocula el miedo como mecanismo de control social. Al mismo tiempo, el debilitamiento del movimiento obrero, la destrucción de la conciencia de clase y del poder de la clase obrera, han permitido establecer la creencia de que, a pesar del hundimiento de las condiciones de vida del proletariado, no hay alternativa posible al capitalismo.
Durante la pandemia Covid, los métodos de terrorismo de Estado apoyados por las fuerzas armadas y policiales, con el cierre de empresas, el confinamiento, la compulsión a la vacunación con fármacos experimentales, el pase Covid, la mascarilla obligatoria, etc, permitieron llevar a cabo, sin sustento científico alguno, el mayor experimento de control social realizado nunca en tiempos de paz. Los grandes centros de poder, financiados por la industria farmacéutica, como la OMS o las agencias del medicamento (la EMA de la UE, y la FDA de EEUU), con el apoyo de los gobiernos fueron capaces de extender el terror. La censura de opiniones críticas, incluso de los científicos más reconocidos, y el soborno de políticos, de autoridades sanitarias y de medios de comunicación, sobre todo en los países centrales del capitalismo, se extendió sin resistencia alguna por parte de partidos de izquierda y de sindicatos[1].
Esa estrategia, que consiguió borrar de un plumazo derechos y libertades durante la pandemia, pretende perpetuarse instaurando mecanismos dictatoriales, a través de marcos jurídicos, como las leyes de Seguridad Nacional, que se están aprobando por parte de los Parlamentos de todos los países miembros de la UE. Emergencias sanitarias, climáticas, alimentarias, financieras, económicas o militares, declaradas – según su criterio - por los Gobiernos respectivos permitirán, no sólo reeditar las normas instauradas durante el Covid, sino imponer a toda la población prestaciones obligatorias, el control absoluto de los medios de comunicación o la eliminación de las normas vigentes de transparencia de las administraciones públicas.
El convencimiento de que la ofensiva de la oligarquía imperialista euro-estadounidense, de la que forma parte la guerra prolongada de la OTAN contra Rusia y China, la desindustrialización de la UE, la fascistización de los países europeos – que implica el aumento de los gastos militares para financiar y armar a los nazis de Ucrania – coloca a la clase obrera europea y mundial ante retos semejantes a los que desencadenaron la II Guerra Mundial.
La oligarquía capitalista no tiene más alternativa que la destrucción, la fascistización y la guerra.
La reconstrucción del poder organizado del proletariado, de su independencia de clase frente a la burguesía y del carácter internacional de su lucha, exigen hoy abordar la tarea histórica de reedificar el partido comunista[2]. La única forma de evitar que las previsibles revueltas sociales desemboquen en masacres es plantear la necesidad ineludible de la conquista del poder político por la clase obrera y la construcción del socialismo. Se trata hoy, no sólo de la emancipación del proletariado, sino de la esperanza de toda la humanidad.
[1]La Coordinación de Núcleos Comunistas, prácticamente en solitario´en el Estado español, denunció documentadamente la estrategia de control social llevada a cabo con el pretexto del Covid.
[2]https://cnc2022.files.wordpress.com/2022/03/el-covid-como-pretexto-organizaciones-revolucionarias_web-1.pdf