Los últimos acontecimientos vividos en Vallecas han servido para que, de nuevo, los mass media y sus tertulianos saquen a pasear frases hechas en torno a un supuesto ambiente de polarización y tensión social. Además, las imágenes y el discurso se enmascaran de una “objetividad” que, de forma poco sutil, responsabiliza a las organizaciones y movimientos de izquierdas como los únicos y principales responsables de un creciente ambiente de violencia. La construcción de este discurso, ya sea de forma malintencionada o por desconocimiento, trata de inclinar la balanza de la opinión pública hacia los postulados radicalmente neoliberales que, en este caso, representan los populares y la ultraderecha madrileña.
El punto de partida para entender la “radicalización” de la derecha en Madrid –así como en otros territorios con una situación parecida– encuentra su punto de partida en el giro socioliberal que la globalización capitalista realizó para hacer frente, de forma inteligente y porque estructuralmente era necesario, a la crisis de la COVID19. De esta forma, la apertura en la eurozona de un “interregno socioliberal”, con incremento del déficit público y coberturas sociales, dejó fuera de juego a los ultras más radicales del neoliberalismo que, pese a la situación de desamparo y pobreza que vive la mayoría social, preferirían que el laissez faire continuase a lo suyo. Ante tal atentado contra la libertad del Dios mercado, los neoliberales han tomado para sí dicha bandera y, frente a los socialistas o comunistas que pretenden aprovechar la coyuntura para implantar una dictadura, ellos defienden la verdadera libertad (de mercado).
La realidad es, pese al empecinamiento de los más recalcitrantes neoliberales, que la puesta en marcha de postulados socioliberales es, hasta la fecha, la respuesta más solidaria que el capitalismo puede dar de sí sin ponerse en riesgo o desaparecer como tal. Sobre todo, porque no se trata de medidas revolucionarias sino, más bien, de un discurso sosegado y paliativo que se combina, según qué Estado, de gestos paternalistas desde el sector público y privado en forma de ayuda directa (prohibición de desahucios, moratoria en pago hipoteca, ERTEs…) con promesas futuras en forma de leyes o inversión pública (ingreso mínimo vital, mejora de la cobertura sanitaria, reforma de la legislación laboral…) que permiten contener a los agentes sociales y mantener la economía en marcha.
Así lo ha entendido, por ejemplo, el mismo BCE que en la pasada década imponía a los Estados miembros de la UE austeridad y privatización para combatir la crisis. Estas mismas medidas han sido tomadas en Gran Bretaña y EEUU siendo, éste último, uno de los que más está apostando por ayudas económicas directas (la UE sigue inyectando liquidez a través de los Bancos) y estudiando la posibilidad de realizar reajustes fiscales que hagan pagar más a lo que más tienen (impensable que esto saliera de la boca de un presidente electo norteamericano). Ahora bien, no nos engañemos, hasta el momento las medidas socioliberales propuestas han sido más discursivas que realmente operativas porque, en realidad, esta estrategia consiste precisamente en servir de muro de contención que no haga caer a la globalización capitalista y, a su vez, tampoco abra el campo de las reformas a la izquierda. Un difícil equilibrio que los hooligans neoliberales no alcanzan a comprender.
¿Y qué es de la izquierda? Bueno, la izquierda que mejor se mueve en este ambiente es, debido a su discurso sosegado y moderado (apenas crítico con el sistema), la de carácter reformista. Estos postulados son, en momentos de crisis, los que más y mejor entran en el marco conceptual de la mayoría social y, por tanto, sus partidos políticos se mueven con mayor comodidad y fluidez. Las medidas que otrora estaban olvidadas en los cajones y parecían de origen bolchevique vuelven a ser contempladas con seriedad e, incluso, se debate abiertamente sobre conceptos como los de justicia, autodeterminación, Memoria o libertad de expresión. Por otro lado, la izquierda transformadora también se ve beneficiada, aunque en menor medida, de un contexto y unas clases populares más receptivas al cambio. La suma de todo ello hace que, en las calles, Parlamentos y, sobre todo, en los medios independientes y alternativos, se empiece a discutir las contradicciones del sistema y dar visibilidad a las realidades que más incomodan a los conservadores.
En el Estado español, encontramos un gobierno de coalición en el que conviven dos formas diferentes de entender la organización y administración del territorio. No obstante, dicha administración ha dado curso a las medidas socioliberales que, como hemos visto en otros tantos Estados poco sospechosos de comunistas –los casos de Alemania o Francia– también están articulando. En ese sentido, a la derecha neoliberal más conservadora solo le queda, para presentarse como una alternativa claramente diferenciada de la corriente mayoritaria, radicalizar su discurso y generar el mayor ruido mediático posible (discursos incendiarios, provocaciones, salidas de tono y violencia). Esto es, en resumidas cuentas, lo que estamos viendo en Madrid.
Pero, no todos los neoliberales conservadores piensan o actúan igual. Frente al PP de Madrid tenemos, por ejemplo, los de Andalucía, Galicia, Castilla-León o Murcia (hasta que se desató la tormenta de la moción de censura) que, con sus salidas de tono y diferentes variantes abogan por un discurso que se desmarca del radical madrileño centrado en el “comunismo o libertad”. Esta actitud parce indicar cierto reconocimiento hacia el valor de mantener un discurso conservador pero en una línea próxima al socioliberal. Y no es que sean menos neoliberales, es que están viviendo la crisis desde el poder político y en contacto con una población que, en estos momentos, demandan mayor cobertura y protección institucional. Es decir, las organizaciones de dichos territorios apuestan, a diferencia de Madrid, por mantener un discurso de baja intensidad que les garantice estabilidad y tranquilidad hasta agotar la legislatura.
Por tanto, la clave para entender el clima de aparente polarización y radicalidad de la vida política madrileña no pasa por responsabilidad y criminalizar a la izquierda sino, más bien, por realizar una buena lectura del contexto socioliberal por el que transitamos. Solo de esta forma podemos entender que lo sucedido en Madrid, así como lo que pueda pasar hasta la fecha de las elecciones (como mínimo), es fruto de la contraofensiva neoliberal que el PP y sus aliados de ultraderecha están poniendo en marcha para desviarse de la corriente política mayoritaria. Además, la Dirección madrileña, en manos de hooligans neoliberales, solo entiende la política a través de radicales postulados que les garantice, de una parte, ganar con holgura el Parlamento de la Comunidad y, de otra, no ceder espacio y gozar de una posición privilegiada para cuando el neoliberalismo postcovid se ponga en marcha.