Son las ocho y cuarto de la tarde. Hace rato que se apagó la luz del sol y que las bombillas de las farolas volvieron a nacer. La calle Preciados, es una constante procesión de estatuas de pedigüeños, músicos callejeros y hasta malabaristas que intentan sacarse un jornal con el que pagar la pensión, el cartón de Don Simón o unas patatas con ketchup en el «Borriquín» o en el «McRoñas» más cercano.
Alguien camina agarrando fuerte una carpeta y sube despacio por la Gran Vía. Su destino es uno de esos «McRoñas» situado en la esquina con Callao. A esa hora, seguro que está lleno. Mientras se acerca, le van temblando las piernas y le acaba de entrar una especie de perlesía en las manos. De tal forma que la carpeta que lleva asida con la mano izquierda acaba resbalando y cayendo al suelo. No se derrama su contenido porque está bien cerrada. La seguridad mostrada durante la confección del comunicado y después, haciendo fotocopias a escondidas en la oficina, ahora se resquebraja por momentos. ¿Y si sale mal y le acaban agrediendo? ¿Y si por un casual, no se da cuenta y dentro está la policía? No es que lleve encima propaganda subversiva ni tampoco que haga apología del terrorismo, pero tal y como están las cosas, cualquiera sabe que en esta coyuntura, por nada te acaban llevando a comisaría y cuando sales te acompaña, como mínimo, una multa de 600 euros.
Ante la inacción del gobierno de España y de los demás gobiernos de la Unión, con el genocidio masivo que está cometiendo Israel en Palestina, además de su contribución a la defensa del pueblo palestino en redes sociales, Agrado cree que hay que hacer algo más. El boicot a todas aquellas casas comerciales como las del «McRoñas» que han prestado apoyo al ejército genocida es el camino que cree que hará más daño a ese gobierno que dirige un sátrapa nazi como Netanyahu.
Recoge la carpeta del suelo. Respira despacio y hondo. Una, dos, tres, cuatro… y se pone de nuevo a caminar. Ya está llegando a la puerta del tugurio. Vuelve a inhalar profundamente y entra. Está hasta la bandera. Todas las mesas ocupadas y hasta hay gente por el pasillo con su bandeja en la mano buscando sitio para sentarse. Se queda un rato mirando al mostrador y abre la carpeta. Va sacando octavillas y poniendo una sobre cada uno de los tableros. Sin decir nada, en un silencio absoluto, recorre poco a poco todas las mesas. La mayoría de los comensales ni siquiera tocan la octavilla. Otros como si fuese una pastilla de veneno o tuviera piojos, aparta la octavilla con cara de asco y dos dedos, dejándola encima de la bandeja con los desperdicios de la comida. Alguno hay que se pone a leer el contenido. En una mesa, incluso hay quién agacha la cabeza y se ajusta la gorra como evitando ser reconocido. Le avergüenza la situación. Muchos creen que se trata de lo de siempre. Alguien que deja un papel con un mensaje pidiendo dinero encima de la mesa y que vuelve después a recoger el papel o el euro o los dos euros de voluntad de la buena gente ante las situaciones amargas de la vida. Por eso no tocan las octavillas. Saben que si el tipo vuelve y el papel está en el mismo lugar dónde lo dejó, es que no quieren contribuir a su causa.
Cuando está a punto de llegar a la última mesa, una voz desde atrás le llama la atención. Una chica joven, de no más de veintidós años, vestida de uniforme pero distinto al de los que están tras la barra poniendo los pedidos, se dirige a él. La interrumpe uno de los dos motoristas de globo que esperan turno para recoger los pedidos que han hecho a través de esa aplicación. Agrado deja el último panfleto sobre el último tablero y ahora si, la chica se dirige a él con voz enfadada. “Aquí no puedes pedir. Márchate o llamo a la policía”. Agrado le dice que no está pidiendo. La chica, cada vez más irritada, sube la voz y le grita, “deja de hacer eso o llamo a la policía”. Agrado entonces, abre la carpeta, saca el resto de octavillas y en tres veces las lanza al aire, mientras se dirige a la puerta de salida. Cuando cruza la puerta, escucha a lo lejos un “gilipollas”.
Detrás de él, salen dos tipos de mediana edad. Agrado ve que siguen sus pasos y en la puerta de la FNAC, para y espera. Cuando los dos señores llegan a su altura, le dicen que han leído su octavilla y que es un alborotador subversivo y un radical. Que no se puede molestar a la gente que está tranquilamente comiendo una hamburguesa con problemas políticos que sólo le interesan a él. Agrado, tranquilo les dice que la octavilla puede ser cualquier cosa menos subversiva. Lo que está pasando en Palestina nos debería poner los pelos de punta a todos. Pero sus dos acompañantes no opinan lo mismo. Insisten en que ha perturbado la vida de los que estaban en el establecimiento. Se identifican como policías secretas y le cachean. Cuando sacan una credencial de periodista que lleva junto a la cartera, le devuelven sus cosas, le dicen que circule y que no se le ocurra volver a realizar un acto así. Si le vuelven a pillar, tomarán otras medidas. Agrado les pregunta si lo van a detener. Ellos contestan que por esta vez no, pero que hay otras formas de hacerle entrar en razón.
*****
La izquierda de alta cuna y de baja cama
Ardiente admiradora
De un novelista decadente
Ser pensante y escribiente
De algún versillo autora
Aunque ya no estén de moda…
Cecilia, DAMA, DAMA
El relato que encabeza este intento de opúsculo, es un suceso que el otro día contaba Antonio Izquierdo (@aizquierdo777) en su muro de X. Un suceso que yo he novelado a mi manera, pero que cuenta en esencia lo sucedido. Y con el que podemos sacar la conclusión de que se ha prostituido tanto el lenguaje, se ha tensado y manipulado tanto la sociedad que podemos llegar a la conclusión de que hoy la libertad es algo tan banal como poder comerse una hamburguesa en un establecimiento. Y que aunque sea una cadena que fomenta la explotación laboral y parte de sus ganancias provengan de la miseria en la que se encuentran los trabajadores y aunque acaben promocionando y «patrocinando» un genocidio masivo como el que está cometiendo Israel en Palestina, al personal de a pie no sólo le da igual, sino que, además, no siente ningún remordimiento y se enfada si se lo echas en cara in situ. Acciones que antes eran habituales y que la gente consideraba como parte de la normalidad en la lucha por las ideas y el relato, hoy se han convertido en radicales y casi en delito. Cosas de elementos subversivos con los que hay que acabar a toda costa. Luego hay miles de personas preguntando por qué la extrema derecha gana elecciones en Madrid, por ejemplo.
Lo hemos visto con decepción e incredulidad esta semana pasada con el fichaje y marcha atrás posterior del exministro Garzón por la consultora ACENTO fundada por el exministro «Pepín» Blanco del PSOE y que tiene entre sus miembros al exalcalde de Vitoria y exdiputado del PP Alfonso Alonso, la exvicesecretaria general del PSOE Elena Valenciano o la exsecretaria de Estado de Economía, Energía y de la Pequeña y Mediana Empresa y exdiputada del PP, Elena Pisonero Ruiz. Una consultora cuya principal función es ejercer presión (Lobby) sobre ciertos asuntos desde el fútbol, a Marruecos, pasando por la telefonía móvil, a favor de Huawei o las casas de apuestas. Una empresa que ha obtenido 1,5 millones de beneficio en el último balance y cuyo mejor currículum para que te contraten es tener muchas relaciones con altos cargos. Y nada mejor para ello que un exministro o un alto cargo de un partido. Recordemos que el señor Garzón, pasó por el Ministerio de Consumo con más pena que gloria, sin querer enfrentarse a las casas de apuestas, si mojarse en absoluto sobre la escalada de precios de los alimentos y cambiando el discurso tradicional de su formación IU (ahora SUMAR) sobre el Sáhara y a favor de la pretensión marroquí de que esa excolonia española sea territorio marroquí.
La presión de SUMAR con las inminentes elecciones galegas que se celebraron este domingo, y su delicada situación ante el trance más que posible de quedarse fuera del parlamento (recuerden que estoy escribiendo esto antes de que se sepan los resultados), le hicieron renunciar al puesto.
Y es aquí dónde vemos la mierda de sociedad en la que nos hemos convertido. Decía un afamado periodista “El triunfo de la izquierda «tiquismiquis» impide que una persona valiosa de la izquierda, retirada de la política, haga que esta alcance, y quizás contagie positivamente nuevos espacios. Pero hay que mantener la pureza aunque estos sean tiempos impuros”. Ya lo decía el maestro de periodistas Emilio Romero «La derecha gobierna para doscientas familias. Y eso no da votos suficientes para ganar elecciones. Por eso tiene que mentir». Hemos llegado hasta tal extremo de porquería, a tanta falta de valores que, por lo que se ve, ahora también quienes se dicen de izquierda y dan lecciones, tienen que mentir para justificar lo injustificable y así poder ganar elecciones, porque como dice mi compañero Toni “las hipotecas no se pagan solas”. Osea que, ahora, usar las relaciones que has hecho como ministro para apoyar políticas contrarias a tu electorado (que por ideología deben ser los tuyos) y que benefician a la empresa para la que ejerces presión y a la que es más que probable que ya hayas favorecido durante tu ejercicio político, es un salto positivo y una forma de ganar nuevos espacios. Y para ello nada mejor que actuar como la derecha. ¿Qué será lo próximo? ¿Comprar votos? ¿Llevar ancianos de la mano para que metan en la urna el voto que tú les has dado? ¿Amañar elecciones? ¿sobornar para recibir subvenciones ilegales?
Las ruedas de molino y las tragaderas son del tamaño de los chapiteles de la catedral de Burgos. Algunos de sus compañeros de coalición salieron en su defensa alegando que es la única salida que tiene un político de alto nivel cuando deja la política. En realidad lo que quieren decir es que es la única forma de no volver al mundo real y seguir instalados en esa burbuja de privilegiados, dónde no hay problemas para llegar a fin de mes, irse de vacaciones a una de esas islas paradisiacas, tener varios churumbeles en colegios elitistas de pago, poner la calefacción sin mirar la app del precio de la luz o comer pescado más de tres días por semana y poder consumir frutas y verduras sin tener que mirar si te da para pagar el alquiler. Cualquier ministro que deja de serlo tiene derecho a cobrar una indemnización de 5.294 euros al mes durante dos años. Cualquier trabajador que se queda en el paro, con suerte, le quedará un máximo de 1.575 euros (menos impuestos) que podrá cobrar durante seis meses. Luego se quedará con 1.300 (menos impuestos) euros con un máximo de 18 meses más. Eso habiendo cotizado el máximo durante los últimos seis años. Si además tienes más de 50 años, la posibilidad de volver al mercado del trabajo es casi nula. Al llegar a los 52 te quedarán 480 euros hasta que te jubiles con 66, 67 o más a no ser que tengas muchísima suerte y encuentres trabajo o te hagas autónomo. Si eres un trabajador normal y pides una excedencia para ser alcalde, por ejemplo, de un pueblo, cuando dejes de serlo volverás, con mucha suerte a tu puesto de trabajo sin indemnización de ningún tipo. ¿Por qué Garzón o cualquiera de sus precedentes son distintos? En los proyectos políticos de la izquierda, siempre lo importante ha sido el proyecto no la persona. Y los que estábamos en el 15-M reclamábamos además de moderación salarial para todos los altos cargos, acabar con los lobbys porque son nidos de ratas que manejan los intereses de corporaciones en contra de los trabajadores y acaban legislando a favor de las multinacionales. ¿Dónde ha dejado aquello Garzón y todos sus coleguillas de SUMAR, como Cocacolo que van dando lecciones en las televisiones?
Resulta evidente por qué gana la extrema derecha. A ellos se les ve venir de frente. La izquierda pijoprogre que quiere más derechos para los hombres que se posicionan como mujer que para el resto, incluyendo las propias mujeres y que por ello están dejando de lado al feminismo, ni es izquierda, ni es social. Sólo son el pijerío que pretende seguir dentro de este hijoputismo que enriquece cada vez más a los ricos y acaba llevando a la miseria y a la explotación laboral y social a todo aquel que tiene la desgracia de nacer en una clase media que ya no existe y que en realidad siempre ha sido la clase trabajadora. Lo único que pretenden es coger su ascensor social, que ellos dejen de ser de los de abajo para instalarse en la burbuja de los de arriba, de los que explotan, de los que no miran la cuenta corriente el 15 de cada mes para ver cómo pasar las otras dos semanas hasta que se vuelva a cobrar. La izquierda de los veleros, la que va de intelectual por hacer símiles de la vida con las películas de Hollywood como si eso fuera algo real, los de las fiestas de Ibiza en mondongos de moda, los de los vestidos de alta costura, los de las alfombras rojas,… Los pijoprogres que han estudiado en colegios de pago, que han nacido de familias que han vivido toda la vida de la política, los que son el niño en el bautizo, los novios en las bodas y las viudas alegres en los funerales. Mucho dolor por Palestina, pero desde el gobierno al que pertenecen siguen vendiendo armas al sátrapa genocida Netanyahu. Mucho pacifismo y «no a la guerra», pero apoyan a muerte las decisiones de la OTAN y de USA de meterse en todos los avisperos provocando uno tras otro, todos los conflictos que ahora hay en el mundo. Mucha democracia y mucha libertad pero ahí están en el gobierno usando la ley mordaza como lo hacía la extrema derecha del PP. Ahí están sin mover ni una sola ceja de forma real para la renovación del Poder Judicial para evitar que España acabe siendo un país fallido con una justicia partidista. Mucho ecologismo de pacotilla, pero ahí están en el gobierno dando subvenciones al timo del Hidrógeno Verde. Apoyando ya sea por devoción o por omisión, el riego ilegal que acaba con los acuíferos. Apoyando la exportación de cientos de miles de litros de agua, de una tierra que no la tiene, en forma de hortalizas. Apoyando que España se convierta en colonia energética del norte de Europa. Sin tomar ni una sola medida efectiva contra un cambio climático que cada día es más evidente, con temperaturas en febrero propias del mes de mayo o junio, sin una gota de nieve en las montañas y con media España con problemas de sequía. Y ahí están ampliando puertos, aeropuertos, uniendo estaciones de esquí, ampliando regadíos, usando el poco agua que nos queda para experimentos de hidrógeno que consumen más energía que la que pretenden generar, usando la PAC para la siembra de oleaginosas para producir combustible, subvencionando la ganadería intensiva,…
Como decía aquella niña durante lo peor del COVID, «no pasa nada, peor es morirse» Desde luego si estás todo el día viendo la tele, vivimos en un mundo feliz, un mundo ideal. Los pocos que dan la nota son tratados de radicales. Y si además son dirigentes, son considerados como dictadores y el mal a extirpar inmediatamente. La democracia es USA, un país fallido del cuarto mundo con calles llenas de parados zombis drogados por el Fentanilo, los derechos humanos Israel que asesina sin piedad niños, bombardea hospitales y hasta ambulancias con enfermos dentro. De los aplastados, hombres y mujeres invisibles como los del Congo dónde USA, Francia y la UE están masacrando a la población para llevarse el Coltán ni se acuerdan o si lo hacen como de los palestinos, es para convertirlos en terroristas. No han sido capaces de informarnos sobre quién es el M. Rajoy de los papeles de Bárcenas, ni tampoco como el imperio voló el gasoducto del North Stream, pero saben desde el minuto 1 y sin ninguna duda que Putin se ha cargado a Alekséi Navalni, un nacionalista xenófobo encarcelado en Siberia por el gobierno de Putin al que USA llamaba «oposición» y al que no lo querían ni en la organización de Amnistía Internacional.
Son tiempos de solidaridad, feminismo, de ecología y de apostar por el decrecimiento.
Salud, república y más escuelas.