El republicanismo, como filosofía política, ha sido una corriente de pensamiento que, como el Guadiana, ha aparecido y desparecido de la escena política y social. El liberalismo y el comunismo parecieron barrerla pero resurgió de la mano de los neomaquiavélicos, del althusserianismo y algunos filósofos que deseaban confrontar el liberalismo en su fase “neo”. Siempre ha estado ahí, como se dice en el libro (aunque en una nota a pie) incluso Karl Marx tenía poso republicanista. Sin duda fueron algunos de los padres fundadores de EEUU y sus posteriores seguidores los que lo pusieron en boga para luego quedar como un “algo más” que llegaría hasta Alexis de Tocqueville.
Ahora una parte de la izquierda se ha abrazado al republicanismo. Quien dice ahora, dice desde hace unas décadas. El principal pensador que comenzó con ese tercer concepto de libertad (en su «La libertad de las repúblicas: ¿un tercer concepto de libertad?»), Quentin Skinner, ya marcó que la libertad no era ni negativa, ni positiva —como había establecido el liberal Isaiah Berlin— sino que la libertad como no dominación era otra forma de concebirla. Posteriormente Philip Pettit aprovecharía todo ese bagaje intelectual a lo que añadiría toques de las diferentes teorías de la Justicia, especialmente las de Amartya Sen y su seguidora Martha Nussbaum (la justicia basada en las capacidades, algo que se refleja en el pensamiento de los republicanos obreros del libro). A ello se le sumarían dos postmodernidades: la teoría del reconocimiento de la Escuela de Frankfurt y los retoques de la Escuela francesa de filosofía para dar lugar a lo que hoy es, casi, el pensamiento de izquierdas.
Atrás quedó el marxismo, aunque se acaba citando a Marx como una especie de necesidad de reconocimiento izquierdista, el pensamiento socialdemócrata y el liberalismo de corte humanista. Ahora la nueva-nueva izquierda se divide entre populistas y republicanistas, y el libro que hoy se presenta aquí (La República cooperativista, Capitán Swing) es parte de esa segunda corriente. El profesor Alex Gourevitch ha dedicado bastante tiempo a analizar un grupo olvidado pero entroncado con el republicanismo obrero, los Caballeros del Trabajo. Un sindicalismo, pues entendían que «todos los trabajadores, cualificados y no cualificados, blancos y negros, tenían el derecho a defender colectivamente sus intereses y, por ello, tenían un interés común en pertenecer a una única organización obrera».
La historia los ha casi sepultado, hasta este buen libro de historia del movimiento obrero, porque en vida fueron sepultados por los pistoleros de la patronal. En cuanto tuvieron cierto éxito y su republicanismo cooperativista captaba a más y más trabajadores (blancos y negros), la agencia Pinkertonmovilizó a sus pistoleros para ir acabando con algunos de los dirigentes, como bien recoge el ensayo. Nada nuevo en esos tiempos en los que el propio Nelson Rockefeller disolvía las huelgas en sus fábricas de químicos a tiros.
La Noble y sagrada orden de los Caballeros del Trabajo se fundaría entre los trabajadores textiles de Filadelfia, pero se extendería por el sur. Entendían la libertad como no dominación y la solución a la que pretendían llegar era lograr que todos los trabajadores estuviesen bajo el régimen de cooperativa. Si las empresas pertenecían a todos los trabajadores, esa dominación que existía más allá de la libertad liberal quedaría, en parte, abolida. No eran, como buenos estadounidenses, muy partidarios del uso de la estructura del Estado para conseguir las mejoras sociales para toda la población, pero entendían que además del cooperativismo algo más se podría hacer mediante el sistema político.
Un libro sumamente interesante para el público en general, en el cual encontrarán no solo la historia de un grupo de trabajadores que pensaron la sociedad de forma distinta, sino una nueva forma de pensar la realidad. La libertad, tal y como ha sido implantada por la clase dominante a lo largo del tiempo, se puede pensar de otra forma. La dominación tiene diversas caras y no es solamente directa, hay dominaciones indirectas, sibilinas, subliminales, que están ahí. Es algo que los marxistas de los años 1970s, los pocos que quedaban, ya habían aprendido a discernir, aunque en favor del republicanismo está la utilización de un lenguaje asimilable por todo el mundo, no solo por los cuatro de la secta.
El cooperativismo ha sido implantado, de unas formas u otras, en Europa. De hecho, muchos conservadores estadounidenses, los “no-liberales”, se asombran del desarrollo y éxito que han tenido algunas empresas cooperativas. Más que un libro para conseguir algo similar, es una llamada a la acción colectiva de todos los dominados, de una u otra forma. La historia de los Caballeros, además, añade algo que muchos no entienden hoy en día: el comportamiento virtuoso. Seguramente fuesen calificados de rojipardos, pero la virtud pública, la hidalguía en el comportamiento —el que no tuvieron contra ellos los capitalistas—, se ha perdido en la izquierda en favor de tontás y de relatos y más relatos. Se puede aprender que la lucha se puede realizar mediante un comportamiento virtuoso, voluntarista en muchas ocasiones, pero al final del camino más efectivo. Como más efectivos fueron los gradualistas frente a los revolucionarios en Europa y EEUU. Léanlo, disfruten y apunten en un cuaderno.