Al acecho entre los cascotes de uno de los pilares de lo que era un paso elevado del transvase, Fandila y sus colegas esperan el momento propicio para asaltar una tubería que lleva el agua hasta las fincas de la empresa Pestilé cuyo acceso tiene vetado él y todos los que a duras penas sobreviven en una tierra que hace siete lustros producía la mayor parte de las frutas y verduras que se consumían en Europa y que ahora, se ha convertido en un erial, sembrado de minúsculos oasis verdes, protegidos por altas paredes de hormigón y alambre de púas electrificadas, dedicadas al cultivo masivo de verduras y pequeños frutales como naranjos y melocotoneros que la multinacional Pestilé, vende en exclusivos mercados a los pocos que aún pueden permitirse el lujo de sobrevivir en comunas cerradas, valladas y con más seguridad que el cuartel general de la CIA.
Iberia es un lugar inhóspito con altas temperaturas durante el día, con lluvias escasas, ciclones habituales todos los veranos que provocan lluvias torrenciales que todo lo arrasan, vientos huracanados y cambios bruscos de temperatura. Es muy habitual que a una mañana de sofocante calor, le suceda una tarde con granizos del tamaño de pelotas de tenis. Se han convertido en habituales los inviernos con temperaturas cercanas a los treinta grados y de pronto, una nevada que todo lo cubre y que apenas dura unas horas sobre la tierra. No hay cosechas, salvo los cortijos protegidos por enormes vallas de cemento y bóvedas acristaladas con metacrilato pulido a prueba de granizos y hasta de proyectiles.
Las altas temperaturas y los cambios bruscos de tiempo fueron mortales para la agricultura. Eso, añadido al abandono progresivo de la extracción de petróleo porque ya no era rentable, cambió la tierra en cuestión de dos décadas. La falta de alimentos, como consecuencia de la imposibilidad de mantener el ritmo habitual de las labores del campo, así como la extinción de muchos de los insectos que polinizaban las plantas por falta de comida, provocaron hambrunas terribles. (Las abejas, por ejemplo, casi han desaparecido de en el planeta porque ya no hay flores de las que sacar néctar con el que criar a sus larvas. Las que quedan, están en colmenas dentro de las pocas fincas abovedadas con metacrilato y son vendidas y alquiladas a precio de caviar de beluga en el siglo XX). El hambre y las escaramuzas en el pillaje, provocaron millones de muertos. Los que sobreviven aún, pocos, están enjutos, desnutridos y desesperados. Todos los que no tienen la “suerte” de trabajar de sol a sol siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año en alguna de las fincas de las multinacionales como Pestilé, sobreviven a base de lo que la ley denomina pillaje. Las consecuencias para los que malviven míseramente robando agua de tuberías de acero por las que se lleva el escaso y apreciado líquido de las desaladoras o de los últimos pozos cada vez más escasos hasta los cultivos, son terribles. Si no roban el agua mueren de sed. La escasa lluvia, almacenada aunque también es delito, apenas si les da para un mes, y si lo roban y les pillan mueren también. Se juegan la vida constantemente. Porque también la comida tienen que obtenerla del pillaje. Se las han apañado para recolectar soldadoras de acetileno antiguas con las que horadar las tuberías en las que insertan una goma y por succión acaban llenando los bidones que cargan en carretillas de cuatro ruedas tiradas por ellos mismos. Los muros de hormigón no se pueden tocar porque saltan las alarmas, peo si se pueden utilizar viejos cauces y galerías subterráneas para acceder a las fincas aunque lo más fácil es aprovechar desfiladeros en los que prender emboscadas que acaban con la vida de los guardianes y confiscando toda la carga del camión.
Fandila y sus colegas ya han accedido a la tubería. El agujero, sin embargo, no provoca que el agua salga a chorro. Hace ya demasiado tiempo que eso no sucede. Chupan, pero no sale nada. Hacen una abertura un poco más grande y comprueban que apenas si corre un hilillo por la misma. Taponan hasta conseguir que el agua salga por la goma. Últimamente casi no hay camiones que abandonen de la finca. No saben que dentro se prepara una revuelta porque ya casi no hay cosecha por la falta de agua y los obreros tampoco comen.
Los señoritos que están en las ciudades protegidas por drones y vigilantes, no podrán hacer nada porque a ellos, también les ha llegado la extinción.
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Las guerras del hambre
Hace unos días, José Roales, agricultor de Villamayor de Campos, presidente de la Cámara Agraria provincial de Zamora y responsable nacional de cultivos herbáceos del sindicato agrario COAG, nos volvía a advertir de que “Estamos llegando al fin de la era de los alimentos baratos”.
Por su parte, en el periódico digital “La política Online” podíamos leer que en un estudio de la revista científica “Nature” los científicos que impulsaron la investigación advierten de que las cosechas están en riesgo sistémico debido al cambio climático y que, eso, a su vez, es un riesgo para la seguridad alimentaria humana.
En el mismo periódico se publicaba lo siguiente: “La factura del cambio climático: Europa se queda sin fondos ante la avalancha de desastres naturales”.
Por su parte en el perfil de X de la cuenta @datamania_em se publicaba una tabla con el aumento de precios de productos alimenticios de primera necesidad entre agosto del 2021 y agosto del 2023. Puede que estos datos no sean los que dicen en el INE, pero en el caso más actual como el AVOE (aceite de Oliva Virgen Extra) se le aproxima bastante a los cálculos personales que yo he realizado. Esta lista dice que el AVOE ha subido un 72,6 %, el azúcar un 57,7 %, la leche un 45,1 %, la harina un 40 %, los huevos un 37,5 %...
Desde hace algún tiempo, científicos y activistas en ecología, están advirtiendo de que el decrecimiento es irremediable y que lo que había que evitar es que fuera por las malas. Si hasta el propio secretario general de la ONU, Antonio Guterres advertía hace unos días que el cambio climático está transformando la vida en nuestro planeta, significa que ya hemos empezado un camino en el que no hay vuelta atrás.
El decrecimiento, amigos míos ya ha comenzado. Y como algunos hemos temido desde el principio, de forma drástica; los más perjudicados son los pobres de solemnidad, los ciudadanos que no tienen tal condición en el tercer mundo primero y después los demás que hemos soportado, aupado, consentido y hasta aplaudido que ricos y poderosos sometieran nuestras vidas a través de estados que han llamado democracias pero que en realidad son un simulacro y funcionan como sociedades feudales. Ahí está el caso de Grecia en el que, con una abstención cercana al 50 % los señoritos, representantes del hijoputismo más rancio, se hicieron con el poder y han acabado aprobando jornadas laborales de 13 horas diarias, cambios de destino con un aviso de 24 horas, prohibición de la huelga y jornada semanal de 6 días. Algo que no debería extrañarnos porque aquí cualquiera puede trabajar 80 horas semanales si encuentra dos patrones que lo contraten por 8 horas diarias cada uno y su cuerpo aguanta. En España no duden que con una abstención del 90 % el PP o el PSOE formarían gobierno como si les hubiera votado la mayoría.
Y es que los señoritos, que son los que viajan regular y asiduamente por placer o para evitar impuestos, a Suiza o a Miami, como nosotros lo hacemos diariamente soportando atascos pero para ir a trabajar, son los que más contaminan. Los que con sus aviones más CO2 emiten y los que más han contribuido, y siguen haciéndolo, al cambio climático y con él a la sequía pertinaz, al aumento de la temperatura en la tierra y en los océanos que acaban provocando DANAS y ciclones que a su vez traen vientos y lluvias torrenciales que arrasan cosechas, pueblos y vidas humanas. Pero, no van a poner fin hasta que la Pachamama les pare los pies y acaben extinguiéndose como los demás humanos. Así en la UE dónde se manejan personajes infectos como Borrell o Úrsula Von der Leyen, acaban de aprobar leyes que permiten el extractivismo sin carencia en todo el mundo (la explotación de grandes volúmenes de recursos naturales, que se exportan como commodities) que es otra forma de provocar el cataclismo climático.
Todo apunta, como digo, a que el decrecimiento ha comenzado y seguirá paso a paso hasta el cataclismo final. Un decrecimiento al que llegamos, debido a la escasez, a través de precios de los alimentos inasumibles cada vez para más personas (primero los más pobres, luego los pobres, después los menos pobres y al final, como no habrá ya para nadie, acabará también llegando a los ricos). A los alimentos les seguirá el combustible. Luego acabarán privatizando el agua que al final será sólo accesible para los pudientes. Si, ya sé que parece todo una distopía, pero el propio Banco de España asegura que los precios subirán más aún en el 2024/2025. Si la inflación cada vez es mayor y los salarios se congelan o suben una miseria, cada vez será más difícil comer. (Hoy, según le decía Marc Botenga, europarlamentario belga a Úrsula VDL, ya hay un 30 % de personas en la UE que no pueden hacer tres comidas al día). Si, como está diciendo la prensa a partir del 31 de diciembre se acaban las subvenciones y el precio tasado de la electricidad y los carburantes, si la gasolina ya está alrededor del 1,90 la 95 y apenas si podemos poner la calefacción en invierno porque ya no podemos pagar el precio de la electricidad, si los precios se disparan aún más, como prevé el gobierno, ¿Quién va a poder usar el coche y poner la calefacción o hacer la comida?
Ya lo ha dicho la embajadora para la paz en la ONU, del Reino Unido de la GB, Jane Goodall (la de los gorilas) “Es urgente y necesario reducir el número de personas en el planeta tierra”. Blanco y en botella.
Salud, decrecimiento, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.