Este pensamiento lo he utilizado en diversas ocasiones en mi blog con diferentes variantes a lo largo de los años. Por ejemplo: «lo que no se busca… no se encuentra». Y se podría continuar con eso de que «lo que no se ve… no existe».
Acabo de leer un artículo en «diariomedico.com» cuyo título dice:
«Las complicaciones postoperatorias están ahí, pero no se notifican». Hasta que no se mira y se recuenta, no existe, con lo que no es posible aprender de los errores y avanzar en el cuidado de la salud de las personas.
Eso me recuerda a lo que sucede con las reacciones adversas a las vacunas y, por extensión, al resto de fármacos que utiliza la medicina académica. No hay que olvidar que, aunque no se hable ni se quiera hablar de ello, los actos médicos, tanto por acción como por omisión, suponen (dependiendo de la fuente elegida) entre la tercera o cuarta causa de muerte en países tan avanzados como los EEUU de Norteamérica.
¿Cuántas veces un médico se plantea en su práctica que los síntomas que presenta una persona que consulta puedan ser derivados de un fármaco del que no se quiere sospechar que es capaz de producirlos?
Esto sucede a diario en la práctica médica.
Es sabido que las notificaciones que se elevan a los servicios de farmacovigilancia están infravaloradas en un rango de entre el 1- 10%, según estudios oficiales norteamericanos.
Más aún, se ha constatado que la mayor parte de las notificaciones de reacciones adversas a las inoculaciones frente a covid-19 las han rellenado particulares, no personal sanitario, no médicos, al contrario de lo que era habitual en la historia anterior de los servicios de farmacovigilancia.
¿Qué significa esto? La primera respuesta que se me ocurre es que el médico no piensa (ni se atreve a sospechar) que cualquier cosa que le ocurra a la persona que atiende al otro lado de la mesa del consultorio, aunque se constate en el prospecto médico como posibilidad, pueda ser debida a la toma o inoculación de estos productos.
La segunda posibilidad es que el profesional no se quiere molestar en rellenar un formulario que parece ser bastante latoso y que le va a consumir, al menos, media hora de su valioso tiempo.
Consecuencia directa: no existen las reacciones adversas a dichos productos.
Consecuencia directa: las inoculaciones son seguras y efectivas.
En la cultura vasca ancestral hay una máxima: «lo que no tiene nombre… no existe».
Pues eso.
Si los forenses norteamericanos, no sé si también pasa en «la piel de toro», no tienen casillas para marcar en los certificados de defunción las vacunas como elementos contribuyentes a la mortalidad… ¿cómo va a haber registro de casos de defunción por aquella causa?
Consecuencia directa: casi no hay mortalidad debida a esos productos.
Acabo de revisar un artículo de los CDC norteamericanos en el que se afirma con contundencia precisamente eso: la no correlación entre las muertes súbitas en personas jóvenes y la vacunación covid-19.
Da igual que hayan estipulado arbitrariamente el límite de 100 días tras las inoculaciones para contar las muertes producidas. Más allá de esa línea roja suponen que no puede haber consecuencias fatales cardiacas o vasculares, de coagulación, inmunológicas. ¿En qué se basan?
Da igual que se hayan limitado a contabilizar 3 fallecimientos de personas entre 16 y 30 años dentro de su margen temporal en el Estado de Oregón, cuando entre las fechas de recogida de datos para el estudio hubo 40. Curiosamente, esos 3 fallecimientos, según los certificados de defunción, no se debieron a las inoculaciones.
Da igual que los forenses no tuvieran casillas para introducir en los certificados de defunción que las personas fallecidas se habían inoculado previamente.
Da igual que no se comparara la incidencia de muerte cardiaca antes y después de la introducción de las inoculaciones covid-19.
Da igual que los autores de la revisión retrospectiva tengan un historial de vinculación económica con los CDC. Quien no ostentó anteriormente un cargo en dicha organización, ha recibido financiación de los CDC entre el 78-85% de sus publicaciones.
Por supuesto que ese estudio-revisión no mencionó los estudios de grandes muestras, estudios revisados por pares, en los que sí se constata el vínculo entre esos inyectables y patología fatal de origen cardiovascular. No interesa mirar más allá de lo que los organismos públicos quieren que se sepa. Y lo que no se mira… no se ve…y no existe.
Así avanza, paso a paso, la «ciencia con minúsculas».
No podemos quedarnos con los titulares de las noticias ni con los resúmenes de los artículos médicos. La literatura médica está llena de mensajes falsos, de informaciones erróneas que sirven a programas interesados. Pura desinformación.
Y luego pretenden censurarnos a nosotros achacándonos desinformación, precisamente. El mundo al revés.
Salud para ti y los tuyos.