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Los inolvidables empleados de El Corte Inglés de Méndez Álvaro

12 de Febrero de 2024
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El Corte Inglés

Dentro de un par de semanas entrarán las palas y la dinamita. Borrarán todo. El gran parking, que no sólo es subterráneo, sino que llega hasta las últimas plantas. Las espléndidas rampas mecánicas. El suelo. Los techos. Los cables. Las luces… pero sobre todo: tanto amor, tanto esfuerzo, tanto ejemplo para todos los otros centros del Corte Inglés… y también para el mundo entero.

El Corte Inglés de Méndez Álvaro ha sido mi inspiración para artículos que han llegado a superar holgadamente el millón de visitasy ha sido el corazón del barrio de Adelfas y de la zona de Méndez Álvaro; todavía lo es: quedan dos semanas.

Vicky, la chica de la charcutería a la que tanto admiro y de la que me ha acabado haciendo amigo, se sabe el nombre de centenares de clientes. Y como Vicky muchísimos de sus compañeros. En Méndez Álvaro estuvo de jefe el genial e inigualable Aurelio Bermejo (¡pedazo de personaje con sus patillas de “ni se te ocurra pensar que soy cualquiera”). A Aurelio le había conocido en el Corte Inglés del Bercial, donde Isidoro llevaba sólo a los mejores, con motivo de las celebraciones que se hacían en el marco del Festival Getafe Negro. En el tiempo que estuvo en Méndez Álvaro fui a verle muchas veces, sólo por el placer de conversar con alguien con personalidad y talento.

Hace unos días entré por la puerta principal en busca de… ¿qué importa? Ni me acuerdo. Sólo me acuerdo de mi tristeza, de lo desolador que me resulta vivir en un mundo que tira a la basura lo que ya está hecho y funciona perfectamente. Un mundo que desprecia las almas de todos los empleados, los magníficos y conmovedores empleados del Corte Inglés que son capaces siempre de hacer subir una sonrisa a su rostro a pesar del cansancio y la dureza de sus muchísimas horas de trabajo. Un mundo que también desprecia a todas las personas: a los clientes que habían convertido el centro en su centro. Su centro de compras y también su centro de referencia.

Entrarán las palas. Estallará la dinamita o lo que se utilice ahora. Tantas cosas que funcionan con eficacia de reloj suizo serán destruidas. El pretexto es que había una irregularidad en el contrato… ¿después de veinte años? Y a cambio en el barrio habrá un edificio más de oficinas (a pesar de que alrededor hay varios edificios de oficinas que están prácticamente vacíos o vacíos por completo). Y a los vecinos y usuarios les dirán que para compensarles por la perdida van a hacer algún jardincito donde poder llevar a hacer sus necesidades al perro (el parque Tierno Galván está a unos pocos metros).

Un jardincito, ay… Ya a nadie le llamará Vicky por su nombre cuando vaya a comprar el jamón de york o el queso. Ya a nadie, aunque sea un imbécil y no sepa pedir las cosas con buen tono, le sonreirá alguien capaz de ser más fuerte y grande como persona que su propio agotamiento. Ya nadie… irá a recoger su compra al aparcamiento.

Ya nadie.

Aunque unos cuantos… Unos cuanto sí, y por supuesto, ganarán montones y montones de dinero. Destruyendo y construyendo.

Nada podemos hacer para evitarlo. Así es el mundo en el que vivimos y así son las actuales reglas del juego.

Me atrevo a asegurar que ni Ramón Areces ni Isidoro Álvarez (compañero de facultad y buen amigo de mi padre) estarían contentos.

No puedo evitar una lágrima, que quizá sean muchas cuando pase por primera vez después del día 29 de febrero y las máquinas hayan comenzado ya con la destrucción de Méndez Álvaro. Porque más que un centro comercial, para mí el Corte Inglés de Ménzez Álvaro es -ha sido- un templo.

A todos los empleados que han pasado por allí mi agradecimiento y admiración. Y por favor, si lees este artículo apláudeles conmigo desde tu corazón. Te prometo que se lo merecen por completo.

Excelsior.

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