Constructores y chapoteadores son las dos caras de la misma moneda, pues ambos son necesarios para que el fango que enfanga el discurso público perviva y se expanda a cotas de irrealidad sin límite, que dejan boquiabierto a todo ser pensante, con el fin de desdibujar la realidad objetiva y verificable, para superponer otra. Una sobre realidad interesada y espuria, donde la racionalidad desaparece sustituida por la tergiversación de los hechos, la mentira, la víscera y la ensoñación de la vuelta a principios y valores que ya no sirven para ahormar la sociedad diversa al gusto de los poderosos de siempre. Y menos en un contexto global que visibiliza la cruda realidad social de aumento de la desigualdad y recorte de derechos civiles.
De ahí la necesidad de los que nunca quieren que nada cambie para mantener sus privilegios, de subir el grado de oposición frente a todo lo que signifique progreso, al punto de que vuelve a estar de moda el término <<progre>> expresado en el mismo tono despreciativo y rabioso con el que la derecha lo usaba en el postfranquismo. Igual sucede con el comunismo, el socialismo o cualquier otro ismo que signifique repartir la riqueza o sirva para atacar a los que quieren aquilatar las diferencias de clase. En los cuarenta y seis años de democracia, nunca como ahora habíamos visto tanta exaltación en la caverna, tanta radicalidad, tanto desprecio, insultos y vulgaridad desplegada contra el enemigo ideológico como en los últimos cuatro años y, en especial, los dos últimos. Y todo, porque hay un gobierno, legítimo y progresista, que aprueba medidas que cambian el tablero de juego tradicional, por otro más distributivo e igualitario.
Tablero en el que saber usar las TIC es esencial en el modelo comunicativo que han generado: global, horizontal y trasversal en el que cualquier usuario recibe, produce y lanza contenidos al mundo a velocidad luz, con la única limitación del número de palabras que componen el texto del mensaje, pero sin control sobre la veracidad de la información que difunde. Hecho del que se aprovecha el discurso conservador que, por su simpleza, no tiene que proponer nada que requiera de una explicación argumentativa: <<voy a gobernar como Dios manda>>, dijo Rajoy, y fue Presidente de 2011 a 2018. Cuando la propuesta es cambiar lo que no funciona porque ha quedado obsoleto o trasnochado, hay que explicar por qué y para qué, lo cual requiere de un tiempo y espacio que las tecnologías digitales no favorecen, lo que dificulta y complica la difusión del mensaje progresista.
El efecto es la floración deldiscurso cavernario difundido por pretendidos medios de comunicación digitales —montados con cuatro pesetas, pero financiados con millones de dinero público—, destinados a construir el marco para la polarización, el fango, con noticias e informaciones sin contrastar y titulares hiperbólicos que no se corresponden con el contenido, pues su único fin es dar pábulo a la mentira mediante la estrategia de acusar sin verificar la veracidad de lo que se cuenta, para que el concernido se vea obligado a defenderse. Es decir, ya no hacen falta las pruebas fidedignas, porque lo que se busca es esparcir la duda, que coloca al acusado en la obligación de justificar su inocencia. El derecho vuelto del revés
Burda, pero eficaz, degradación de un periodismo que se doblega al interés político del sector conservador, reforzado y expandido por los que chapotean en el fango que, con sus acciones profesionales, aportan el agua para fraguar y engrandecer esa argamasa. Chapoteadores son algunos jueces, muy conocidos, que estiran sin fin la instrucción de sumarios sin fundamento —incluso con informes de los Cuerpos de Seguridad del Estado que avalan la inocencia del investigado—, solo para prolongar la duda sobre la honorabilidad del condenado en el juicio mediático. ¿Dónde está el poder judicial que controle los desmanes de los jueces en su jurisdicción? Chapoteadores son los <<todólogos>> cuyos comentarios contribuyen al juego de la polarización, y los enfadados con el mundo porque ya no pintan nada, que se dejan usar por los medios hacedores del fango, para soltar su bilis rabiosa contra aquel por el que se sienten ninguneados, dilapidando su poco rédito político. Si les queda alguno. ¡Vivir para ver!