Juan Gérvas / Mercedes Pérez Fernández

Mallas transvaginales, la mujer como carne de cañón de una medicina arrogante y sin ciencia

25 de Agosto de 2024
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Mallas transvaginales, la mujer como carne de cañón de una medicina arrogante y sin ciencia

La mujer es carne de cañón de una medicina que se encarniza con ellas, que abusa en razón de género y que hace escarnio de su sufrimiento.

Lo demuestra bien el caso de las mallas transvaginales, un ejemplo de irresponsabilidad en que, como mucho, serán las industrias las “cabezas de turco”.

¿Quedarán impunes los médicos, los ginecólogos y urólogos (de ambos sexos) que recibieron dinero, regalos y apoyos de las industrias para implantar ese tratamiento brutal en los cuerpos de las mujeres?

Recordemos el principio de esta tragedia, los trabajos del ginecólogo sueco Ulf Ulmsten, del Hospital Universitario de Upsala, que en 1997 recibió una oferta de un millón de dólares si un ensayo clínico confirmaba los buenos resultados del estudio piloto en su departamento (de las mallas vaginales en la incontinencia urinaria). ¿El pagador? Johnson and Johnson, una de las industrias implicadas en la producción de las mallas. Naturalmente, el ensayo clínico publicado en 1998 obtuvo resultados impresionantes: en 131 mujeres, en seis hospitales de Finlandia y Suecia, el 91% fueron curadas de la incontinencia urinaria con la implantación de la malla vaginal (un 7% mejoró significativamente). Para obscurecer el panorama, en 2009 un fuego destruyó la documentación clave sobre el “asunto Ulmsten”.

Dolor de cuerpo y de alma

Las pacientes con daño por el uso de mallas para reparar el suelo pélvico y los problemas vaginales lo expresan por igual en todo el mundo:

“Lo que más nos duele es la insensibilidad de los profesionales que no tienen ni un átomo de empatía”.

La mayoría de los profesionales no se pueden hacer idea del profundo dolor y la inmensa desolación de sentirse engañada, de la incomodidad y el desagrado que produce la malla vaginal. No es necesario el diagnóstico sino la empatía (y pedir perdón y reparar el daño en lo que se pueda).

Durante décadas, la tragedia de miles de mujeres fue ignorada y su sufrimiento minusvalorado, tanto por médicos clínicos como por los garantes de la seguridad del paciente. Al prolapso de órganos pélvicos (útero, vegija, intestinos) y/o la incontinencia urinaria se unían las complicaciones generadas por “el remedio”.

En 2024, en el Reino Unido, ciento cuarenta mujeres han ganado un juicio contra las industrias fabricantes, y han logrado una compensación monetaria millonaria pero quedan miles en el propio Reino Unido, y en el mundo (incluyendo España) que no cuentan ni siquiera con esa compensación económica. En España es asombrosa la dificultad para establecer una demanda al respecto. Además, se podría haber evitado la tragedia porque ya en 2003 hubo un juicio en Estados Unidos contra uno de los fabricantes que concluyó a favor de las reclamantes, seguido de otros muchos con la misma conclusión.

Efectos secundarios de las mallas

¿Qué efectos secundarios han sido más frecuentes?

  • erosión de la malla vaginal (también llamada exposición, extrusión o protrusión)
  • dolor (incluidas las relaciones sexuales dolorosas, conocidas como dispareunia)
  • infección
  • problemas urinarios
  • hemorragia
  • perforación de órganos
  • prolapso recurrente
  • problemas neuromusculares
  • cicatrización/contracción vaginal
  • problemas emocionales
  • tratamiento quirúrgico
  • hospitalización

La violencia obstétrica que no cesa

En muchos casos, el uso de las mallas es prolongación de una violencia obstétrica también insensible pues el embarazo y el parto se han convertido en el epítome de la prevención que daña.

Dicha prevención es creciente por la difusión de la ideología de "primero el feto" (“el bebé”, dicen), que convierte a la mujer en simple “vientre”, que ha de cuidarse en favor del “otro” (“el niño”, dicen), y va contra la lógica, los usos y costumbres, la ciencia, la filosofía, la ética y el bien social (y la ideología previa de "la mujer primero").

Creencias contra ciencia

En la fase final del parto, cuando la cabeza del feto está emergiendo de la vagina y empuja el periné, parece lógico que un corte quirúrgico limpio pueda “ampliar la salida” y evitar más daños y desgarros; es la episiotomía (lo que muchas mujeres identifican en el postparto con “los puntos”, la sutura de dicho corte).

Sin embargo, sabemos desde 1984 que las episiotomías no disminuyen los desgarros perineales. Al contrario provocan mayores desgarros, mayores lesiones, mayor daño rectal y uretral y más alteraciones del piso pélvico y dispareunia (dolor en la relación sexual con penetración) que el simple devenir del parto vaginal.

Lamentablemente, la episiotomía es el pan nuestro de cada día, en parte por ignorancia, en parte por violencia obstétrica y en parte por desprecio al futuro funcional del suelo del periné de las mujeres. En España su frecuencia ha disminuido pero sigue siendo excesiva.

Mallas transvaginales

La casi universal aplicación de la episiotomía es clave, añadida a la debilidad habitual en las mujeres del suelo perineal anatómico habitual, para la casi universal presencia de problemas perineales en las mujeres. Así, a la incontinencia urinaria y el dolor en el coito vaginal se suman muchas veces al daño del prolapso uterino y otros problemas genito-urinarios-anales. La violencia obstétrica agrava los problemas a largo plazo que puede conllevar el parto.

Se utilizan mallas quirúrgicas para reparar hernias abdominales desde los años 50 del pasado siglo. En los 70 y 80 las empezaron a emplear los ginecólogos y urólogos para tratar quirúrgicamente los prolapsos uterinos y las incontinencias urinarias y en los 90 se autorizaron las primeras mallas transvaginales específicas para ello. En ello fueron fundamentales los trabajos del sueco Ulf Ulmsten en el Hospital Universitario de Upsala.

La malla viene a ser muy parecida a una malla de las que se emplean para las naranjas en la venta en los mercados. En teoría “forman una valla” que devuelve el vigor perineal y repara y evita los daños. 

Las primeras mallas hubo que retirarlas del mercado, por los daños, pero se introdujeron nuevos y múltiples modelos, a veces sin ningún ensayo clínico que justificara su eficacia y seguridad, casi sin control, o con estudios a muy corto plazo.

¿Cómo llegó este tratamiento a la práctica clínica?

Según Carl Heneghan, director del CEBM (Centre of Evidence Based Medicine) de la Universidad de Oxford (Reino Unido), es uno de esos casos en los que se comenzó a utilizar sin que se hubiesen realizado las suficientes pruebas previas. Sin criterios científicos, las mallas pasaron de envolver naranjas a las vaginas de la especie humana.

El hecho de que muchas de las investigaciones se realizasen a corto plazo provocó que los problemas que emergían a la larga no fuesen suficientemente considerados. La primera vez que se alertó a los médicos de los peligros fue en 2008, cuando la FDA (Food and Drugs Administration) estadounidense confirmó que había recibido un gran número de informes negativos: “las complicaciones graves asociadas con esta cirugía no son raras”.

En 2011 la FDA estadounidense emitió un aviso sobre los efectos adversos de las mallas: extrusión, protusión, dolor en el coito (dispareunia), infección, sangrado, alteración de la micción, perforación de órganos, inflamación crónica, etc, requiriendo su uso racional restringido a urólogos y ginecólogos e información exhaustiva a las pacientes.

El 2014 el NICE inglés recomendó la prohibición de su uso y alertó de la falta de ciencia en su empleo.

En 2017 se prohibieron las mallas transvaginales en Nueva Zelanda, y después en muchos otros países como Australia, Canadá, Estados Unidos, Irlanda y Reino Unido.

Lamentablemente, ya se había hecho mucho daño y se siguió haciendo más pues continuó su uso liberal, con millones de mujeres tratadas en el mundo con las mallas transvaginales.

¡Que te den por culo!

Naturalmente, hay miles de reclamaciones judiciales por los daños causados por las mallas transvaginales en Australia, Canadá, Estados Unidos, Reino Unido y otros países.

En los juicios se ha tenido acceso a documentos que prueban las tácticas industriales y médicas de imprudencia en la comercialización y de abuso y escarnio de las mujeres, de desprecio a sus problemas y de minusvaloración de los daños. Por ejemplo, en Johnson & Johnson se propuso como alternativa a los problemas vaginales el sexo anal, y tal consejo se dio por los médicos a las pacientes.

“Our vaginas have been abused by mesh and now doctors are suggesting our anus be abused” [“Han abusado de nuestras vaginas con las mallas y ahora sugieren el abuso de nuestros anos”]

"Lo que sugiere es que una mujer no es otra cosa que un receptáculo para satisfacer al hombre, y que cualquier agujero vale"

Los consejos de este estilo reflejan parte de la sorna con que se menospreció el problema, típico del machismo de muchos ginecólogos y urólogos (de ambos sexos)

El desprecio por las víctimas recuerda en mucho el caso de la talidomida.

El uso indiscriminado de las mallas transvaginales no tiene justificación científica. En realidad habría que prohibir su uso.

Las revisiones científicas, como las de la Cochrane, demuestran que las mallas transvaginales no deberían utilizarse de forma generalizada sino reservarse para algunos pocos y seleccionados casos. Su uso liberal se ha basado en la falta de estudios de calidad y en el seguimiento sólo a corto plazo

Por ejemplo, la Asociación Europea de Urólogos, la Sociedad Europea de Uroginecólogo, la Sociedad Canadiense de Urólogos y la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios desaconsejan su uso en los prolapsos, salvo excepciones, y su uso restrictivo en incontinencia urinaria con información exhaustiva a la paciente sobre tratamientos alternativos y efectos adversos.

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