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Occidente no es ciego, pero no ve

17 de Abril de 2025
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Occidente no es ciego, pero no ve

En cordial diálogo con Jeffrey D. Sachs

He escrito varios textos sobre la sociedad de transición en la que nos encontramos. Siempre que lo hago me viene a la mente el famoso pensamiento de Gramsci: ni lo viejo ha muerto del todo ni lo nuevo se ha afirmado del todo; la transición es una época de fenómenos mórbidos (que algunos han traducido como monstruos). Lo que está ocurriendo en el mundo me hace dudar de que el concepto de transición siga siendo útil para caracterizar nuestro tiempo. Cada vez más convencido, pienso que si hay que recurrir a manifestaciones célebres y sucintas de nuestra condición, la mejor elección es el aguafuerte de Goya de 1799, El sueño de la razón produce monstruos. En lugar de la metáfora del movimiento, la metáfora de la condición.

Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, he coincidido con los análisis de Jeffrey Sachs (JS) e incluso hemos intercambiado mensajes sobre nuestras convergencias. En un texto publicado el 11 de abril en OtherNews, titulado «Giving Birth to the New International Order», JS utiliza el concepto de transición para caracterizar nuestro tiempo: de un mundo unipolar dominado por Occidente desde el siglo XV (en los últimos cien años, por Estados Unidos) a un mundo multipolar centrado en Asia, África y América Latina. Su propuesta central para asegurar esta transición radica en el ascenso de India (que compara favorablemente con China) y la conversión geopolítica de este ascenso en la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU con la concesión de la condición de miembro permanente a India.

No estoy en desacuerdo con la propuesta de JS, aunque es problemático elogiar a India en el peor momento de su vida democrática gracias al hinduismo político que convierte al 20% de la población (musulmanes) en ciudadanos de segunda clase. Discrepo, sin embargo, de la importancia que JS concede a su propuesta. Su propuesta se basa en dos premisas desgraciadamente falsas: que la ONU sigue existiendo con cierta eficacia; y que existe un orden mundial unipolar. Quizá desesperadamente, JS sigue creyendo en el papel internacional de la ONU. ¿Es posible creer en la ONU después del genocidio de Gaza que se retransmitió en directo todos los días y a todo el mundo durante más de un año? ¿Es posible creer en la ONU después de todas las mentiras toleradas en los Balcanes, Irak, Siria, Libia, Yemen, Afganistán y Ucrania? Señalemos dos hechos trágicos: todas esas mentiras fueron denunciadas de forma creíble en el momento en que se hicieron públicas, y quienes las denunciaron sufrieron duras consecuencias: silenciamiento, deportación, persecución mediática y judicial; todas esas mentiras fueron confirmadas como tales años después, a menudo por las agencias que las propagaron o por sus portavoces, ya fueran el New York Times o el Washington Post, y por la inmensa cámara de eco que poseen y retransmiten a los medios hegemónicos de todo el mundo. Nunca se pidió perdón a los que tenían razón cuando estaba prohibido, ni se compensó a los pueblos destruidos por actos de agresión basados en mentiras. ¿Alguien recuerda que Libia tenía uno de los mejores servicios de sanidad pública del mundo?

La segunda premisa es que existe un orden mundial unipolar. No puedo entrar aquí en el debate sobre si el orden mundial era unipolar incluso en la época del bloque soviético. En cualquier caso, existió durante un tiempo. Por ejemplo, existía cuando Narendra Modi fue expulsado de Estados Unidos en 2005 por violaciones de los derechos humanos (la masacre de islamistas en Gujarat en 2002). Pero, ¿existe hoy, cuando un criminal de guerra es ovacionado por el Congreso estadounidense? ¿No se trata más bien de un desorden mundial que puede considerarse unipolar sólo porque el país con más poder es el que causa más desorden? ¿Es posible creer lo que se dice hoy de China si lo que se decía de ella hace sólo cinco años era cierto (aunque entre bastidores hacía tiempo que se preparaba lo que ahora aflora a la superficie)? ¿Es posible creer en la solidez del orden unipolar basado en la dicotomía democracia/autocracia cuando los «mejores amigos» del presidente del país democrático más poderoso son todos autócratas? El libro de jugadas que sigue la clase política estadounidense desde hace algunos años (especialmente desde el 11de septiembre de 2001) se basa en la idea de dominación imperial y no en la idea de orden mundial. Basta con leer el “Proyecto para el Nuevo Siglo Americano” o la “Doctrina Wolfowitz”, donde queda claro que EEUU debe actuar de forma independiente en la escena internacional siempre que «no se pueda orquestar una acción colectiva». No se trata de un principio de orden. Es un principio de desorden.

La sociología de las ausencias: el sueño de la razón

A pesar de toda la clarividencia de JS, su análisis y sus propuestas producen dos ausencias, dos realidades que, aunque existen, se producen como inexistentes y como tales ya no pueden contribuir a ningún diagnóstico o solución. La inexistencia de tales realidades no es el resultado de un acto de voluntad por parte del analista. Proviene de los presupuestos epistemológicos del análisis. Proviene del sueño de la razón. El problema de Occidente no reside tanto en el estado al que ha conducido al mundo, sino en el epistemicidio que ha provocado a lo largo de su trayectoria histórica, es decir, en los conocimientos y experiencias del mundo que ha destruido activamente para imponer su dominación y neutralizar cualquier resistencia. Esta destrucción no ha sido sólo de cuerpos y modos de vida. Ha sido también la destrucción de conocimientos, sabiduría y ética, de formas de convivencia entre personas y naciones, de culturas de relación con la naturaleza, con los vivos y los muertos, con el tiempo y el espacio. Esta destrucción multifacética ha producido una forma específica de ceguera que consiste en mirar sin ver, explicar sin comprender, observar sin saber que no se puede observar sin ser observado. Entre otras muchas, distingo dos ausencias: lo diferente/inútil más allá del amigo/enemigo; vivir y dejar vivir más allá del orden y el desorden.

Lo diferente y lo inútil

El colonialismo y el capitalismo son las formas gemelas de la dominación moderna. Ambas se basan en lógicas jerárquicas: superior/inferior, propietario/no propietario. En ambos casos, la primera categoría determina la segunda. El inferior sólo es inferior a la luz de los intereses del superior; puede ser superior a la luz de muchos otros criterios, pero esto es irrelevante para el superior; el propietario define lo que tiene valor (material o inmaterial) y quién lo posee; el no-propietario puede poseer muchas cosas que no tienen valor para el propietario y, por tanto, son irrelevantes o inexistentes. Ambas lógicas están entrelazadas, aunque revelan diferentes caras de la dominación. Ser superior sin tener bienes valiosos es una contradicción, un oxímoron. Estas dos lógicas han creado dos tipos dicotómicos de relaciones sociales dominantes: el útil y el perjudicial; el amigo y el enemigo. El primer tipo fue bien teorizado por Jeremy Bentham, el segundo por Carl Schmitt.

El pensamiento capitalista colonial occidental ha entrenado sistemáticamente a los seres humanos para no reconocer la importancia de lo diferente y lo inútil porque no encajan en ninguna de las dos lógicas jerárquicas. Por ello, los ha ignorado o relegado a un ámbito sobrante y no peligroso: el arte. Les ha dado el aura de lo innecesario.

Vivir y dejar vivir

Las dos lógicas jerárquicas del colonialismo y el capitalismo antes mencionadas han condicionado la vida y la muerte desde el siglo XV. Como la vida que merecía ser protegida era la de los superiores y de los propietarios, y como la inmensa mayoría de la población mundial no era ni lo uno ni lo otro, la era moderna estuvo dominada por la experiencia de la muerte e incluso por el espectáculo de la muerte. La muerte no sólo se abatió sobre los seres humanos inferiores y no propietarios, sino sobre todos los seres vivos: la naturaleza en general. La muerte de ríos, montañas y selvas donde los superiores podían acumular su propiedad de preciosos recursos naturales estaba teológica, ética, científica y, sobre todo, económicamente justificada. Así es como hemos llegado al momento de colapso ecológico en el que nos encontramos. La limpieza étnica de Gaza no es más que el episodio más reciente y atroz de una larga historia de limpieza etno-social-natural de seres humanos, subhumanos y no humanos.

Un orden mundial, unipolar o multipolar, basado en las mismas premisas epistémicas y éticas que han dominado desde el siglo XV, no hará nada para que triunfe el principio de vivir y dejar vivir.

Conclusión

La transición de un mundo unipolar a un mundo multipolar no es buena ni mala en sí misma. La verdadera alternativa consiste en ampliar los espacios de la diferencia y la inutilidad como valores civilizadores: la diferencia como diversidad, la inutilidad como utilidad-otra. La verdadera alternativa consiste en valorizar el valor de la vida, un valor que sólo puede respetarse viviendo y dejando vivir.

Tras cinco siglos de adoctrinamiento cultural, epistémico y ético, tengo serias dudas de que el pensamiento occidental pueda concebir o protagonizar la creación de un mundo multipolar. Nunca sabrá ser uno inter pares. Es más, los valores de lo diferente y lo inútil, de vivir y dejar vivir, están mucho más presentes en el pensamiento originario de las regiones del mundo en las que JS deposita alguna esperanza -Asia, África y América Latina- que en el pensamiento dominante del mundo occidental. Este hecho en sí mismo no es ninguna garantía, ya que tras cinco siglos de dominación global, el pensamiento occidental está insidiosamente presente sobre todo en las élites de los países de estas regiones, las élites que muy probablemente serán las que formulen el nuevo (viejo) mundo multipolar. Por eso, para mí, las clases explotadas y oprimidas de esas regiones son las que más pueden hacer para combatir el epistemicidio multisecular. Lo harán en la medida en que recurran a su experiencia multisecular. Esa experiencia siempre ha oscilado entre la guerra y la revolución. Hoy, mientras caminamos sonámbulos hacia una Tercera Guerra Mundial (si es que no estamos ya en ella), tal vez deberíamos revisar los conceptos de revolución y liberación en nuevos términos. Sólo así la razón despertará del sueño al que la han condenado el capitalismo y el colonialismo.

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