En un mundo donde la identidad es cada vez más fluida, ha surgido un nuevo colectivo que desafía la lógica y la economía: los "trans-pobres".
Estos individuos, aunque sus cuentas bancarias gritan lo contrario, se sienten millonarios atrapados en un cuerpo de pobre, convencidos de que en realidad son ricos, persuadidos de que la sociedad ha sido especialmente injusta con ellos, frustrados por lo anodino de su día a día.
¿Cómo se manifiesta esta curiosa condición?. Comprando cualquier idea, producto o medio, por estrambótica que sea, que ponga en su título “libre” o “libertad”, votando a la derecha y ultraderecha, rajando hasta de su padre en las redes sociales y gastándose lo que no tienen en gurús que les auguran riqueza e influencia inmediata.
Y realmente, dan infinitamente más pena que los trans-sexuales, uno de los objetos de su ira; que éstos, como todos nosotros, solo buscan querer a alguien que les quiera.
Los trans-pobres son aquellos que, sin importar su realidad económica, abrazan con fervor las políticas que históricamente han favorecido a los más ricos, creyendo que su suerte cambiará en cualquier momento. Es como si el simple acto de hacer ruido y votar por los intereses del 1% pudiera conjurar una varita mágica que transforme su cuenta corriente en un paraíso fiscal en las Islas Caimán.
El origen de esta identidad es complejo y digno de un estudio antropológico. Algunos expertos apuntan a la poderosa influencia de las redes sociales y los reality shows, que han conseguido vender la idea de que cualquiera puede ser millonario si tiene suficiente desvergüenza y lo desea con suficiente fuerza, aunque en la práctica, la única realidad sea la acumulación de deudas. Otros señalan el fenómeno de la auto-negación: reconocer que se es parte de la clase obrera está mal visto y es demasiado doloroso, así que mejor creer que se está "temporalmente sin fondos" y eres clase media venida a menos por culpa del estado totalitario en el que vivimos. Y finalmente, otros señalan la educación recibida, tanto en casa como en el colegio que han creado generaciones de reyezuelos sin casta ni cultura.
Lo curioso es que, en esta fantasía de riqueza inminente, los trans-pobres se convierten en los aliados más leales de las políticas que perpetúan su situación. "¡Más recortes a los servicios sociales!", gritan, pensando que ellos jamás los necesitarán, aunque la realidad les muestra una y otra vez lo contrario. “España, una y no cincuenta y una” y “los políticos son unos traidores”, espetan envueltos en una rojigualda comprada en los chinos, llevando la camiseta de la selección; masculina por supuesto.
Pero eso sí, dejarían media vida por ser funcionarios o un carguito. Una paguita, y que trabajen los tontos.
Y así, en cada elección, los trans-pobres continúan su quijotesca lucha, defendiendo los molinos de viento de la austeridad (para los otros), del bulo más repetido, de la violencia contra el diferente, creyendo que en cualquier momento sus nombres aparecerán en la lista de Forbes o les llamarán para ser ministro. Porque ellos arreglarían el mundo en dos días
Solo hay que ver el juego que están haciendo a la gentrificación planificada por los fondos buitre, con el tema de los “okupas” y defendiendo el turismo sin control, mientras continúan viviendo en casa de sus padres porque no pueden pagarse ni un piso compartido.
Mientras tanto, el resto del mundo observa con una mezcla de incredulidad y temor, preguntándose cuándo despertarán de su sueño perruno para enfrentar la realidad.
Y es que eso de que la tierra es redonda, ya lo descubrieron los griegos y los egipcios y ha permanecido presente en todos los cetros de todos los reyes desde el siglo séptimo antes de Cristo, hasta ahora. Que esos, los monarcas, sí que han sido, y son, ricos.