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Parábola de la mascarilla

23 de Mayo de 2020
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foto mascarilla

El clima de convivenciaen España camina hacia un progresivo encabronamiento que parece no tener máslímite que el que llegue alguien, saque la pistola y se líe a pegar tiros,quien sabe si a diestro o a siniestro, aunque sea siniestra la palabra quemejor lo calificaría. Será entonces cuando sobrepasemos ese límite al que antesaludía y nos encontremos en condiciones para proponer otro aún más sangriento,siguiendo esa doctrina clásica que es tradición en este país, para goce dequienes siempre se han enfundado en una bandera como excusa y le han cogido elgusto a la percusión metálica de la cacerola.

Sería aconsejable, ahoraque estamos a tiempo de continuar con nuestra taurina tradición que, quienespuedan, porque no todo el mundo está capacitado, pero sí una gran mayoría,tornaran a la senda de la escucha en lugar de al grito, a optar por entender enlugar de imponer y, en definitiva, tratar de debatir sobre ideas en lugar desobre personas. Porque cuando las ideas se relegan en el debate aparece laviolencia. Y en términos de violencia ya sabemos quiénes han ganado siempre.Porque en un duelo, si dejamos que el contrario elija las armas en las que esespecialista, tenemos todas las de perder. Y lo que se gana con violencia seperpetúa con sangre.

Hora es de que quiencreemos en el diálogo lo retomemos y seamos radicales en esto. Porque debemosreconocer algo que posiblemente sea la única verdad que hay en la situación queacontece, que es que, nos guste o no, no todos pensamos de la misma manera y,sobre todo, no nos explicamos bien. Ya, es difícil la escucha en un estado deexcitación desmesurado como el que existe ahora, pero si no lo hacemos hoy,mañana será aún más difícil. Porque no se trata de convencer a quienes piensancon la billetera que les adorna el culo, sino de persuadir a otras personas quecreen que esos tipos, los que creen que una cacerola es un instrumento musicaly no el utensilio con el que les cocinan, van a devolverle lo que ellos mismosle sustrajeron. O a esos otros a los que la inestabilidad les origina vértigo ypriorizan el sosiego y el equilibrio sobre todas las cosas.

Necesitamos restablecerun marco de convivencia que, hay que reconocerlo, es difícil de restituir porculpa de esa minoría tan ruidosa y con tantos medios, económicos y de losotros, dispuestos a desestabilizar. Pero continuar por la misma senda nosllevará inexorablemente a un callejón sin salida. Y hay que reconocer que parasalir con vida de un callejón sin salida las armas que se necesitan no sonprecisamente intelectuales.

Equivocamos el debateporque en este se necesitan más preguntas que respuestas. No son las respuestaslas que desarman al adversario sino las preguntas. Son las dudas y no lasafirmaciones las que señalan los avances. La victoria debe ser un lugar deacogida en lugar de un campo de batalla. No permitamos que venzan quienesesgrimen la violencia en lugar de la razón. Rehuyamos de la razón y abracemosel razonamiento.

El debate político actualse asemeja a los diferentes tipos de mascarillas con los que hoy podemos ydebemos cubrirnos los ojos y la boca. Y es el momento de elegir con qué tipo demascarilla queremos caminar por el mundo.

Llevar mascarillashigiénicas o quirúrgicas no protege a quien la porta de contraer la enfermedad,pero sí evita que se infecten los que están a nuestro alrededor. Sonmascarillas económicas y generosas con los demás. Protegemos a los otros y los otrosnos protegen a nosotros. La libertad, según estas mascarillas, la marca losderechos del otro. El destino es común. Todos vamos juntos, todos peleamos enel mismo bando y lo que venga, será consecuencia de nuestra acción colectiva.

Las mascarillas FFP2 sinválvula, o las KN95, en cambio, nos aíslan del mundo. Yo no te contagio, perotú a mí, tampoco. Son mascarillas respetuosas, pero individualistas. Parecendecirnos que allá cada cual con lo que haga con su vida, son las mascarillasdel liberalismo. Yo voy a mi bola y que cada cual apechugue con lo que le toca.Si tú llevas mascarilla, bien; y si no, también, es tu libertad, no la mía;allá tú. Y lo que suceda tiene que ver con la acción de cada uno. A diferenciade las anteriores, y como las siguientes, el tejido puede incorporar diseño.Por ejemplo, una banderita nacional. Aunque el sentido de patria se definamejor por la mascarilla quirúrgica, aquellas no pueden portar distintivo alguno,porque su tejido es muy frágil y cada poco tiempo hay que renovarlas,actualizar el compromiso que representan, porque la patria no es más que unedificio en permanente construcción. Sin embargo, las FFP2 sin válvula y sushermanas KN95 representan como ninguna esa falsa patria de los equidistantes ylos indiferentes. De los apolíticos, de los tibios, también de los cobardes. Delos que jamás lucharon por nada y que permitieron con su tradicional silenciola llegada al poder de los peores genocidas de la humanidad con tal desalvaguardar su pellejo.

Y quedan las mascarillasFFP2 con válvula. Ejemplifican como ninguna el modelo de patria que representanlos vecinos de la calle madrileña dedicada a un conquistador, por cierto,decapitado por su aclamado Imperio. Estas mascarillas protegen los intereses dequienes la llevan y les importa un bledo los de los demás, porque puedencontaminar a los incautos que se acerquen más de lo recomendable y corran elriesgo de sucumbir a los bufidos que se expelen por sus espitas. Mucho cuidadocon quienes la llevan. Mantengamos distancia física, y también social, conellos. Son tan contagiosos que incluso son capaces de abducir a quienes más perjudican.

Seamos mascarillashigiénicas o quirúrgicas. Olvidémonos de las demás. Promovamos el encuentro conel otro, unamos nuestro destino, hagamos un frente común que nos sostenga. Hoy,más que nunca, pero como siempre, necesitamos sentir la fragilidad de quienporta una mascarilla quirúrgica y entrega su supervivencia a su vecino, a sucompatriota. Gritar desde un púlpito, el que sea, es como llevar una mascarillacon válvula. No construye. Todo lo contrario, contamina, infecta. Y lo hace deun virus que es más contagioso y letal que ningún otro. Una gripe española queno hace tanto costó centenares de miles de muertos y un estado de alarma decuarenta años que, por lo que parece, todavía no hemos superado.

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