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Partido Popular, Ciudadanos, Vox, la modernización del franquismo

20 de Diciembre de 2018
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Se ha celebrado el 40º aniversario de la Constitución en un momento histórico y político de profunda crisis que abarca todos los intersticios y entretelas del Estado monárquico. Crisis política, social, institucional y territorial, que es el resultado de las contradicciones que emanan de un régimen donde los intereses de las élites extractivas y estamentales son cada vez más incompatibles con la soberanía democrática de las mayorías sociales y de la propia cualidad democrática del Estado. Por ello, las minorías influyentes están implementado como respuesta a la decadencia del régimen de poder una redefinición de la violencia simbólica, en los términos conceptualizados por Pierre Bourdieu, fundamentada en la abolición de la política, la criminalización del disidente, la imposibilidad de profundizar en la democratización institucional y la reforma del Estado conducente a ubicar los intereses de las mayorías sociales como elemento axial de la vida pública, la inexistente división de poderes, la influencia autoritaria de las élites, todo lo cual supone tal exceso de adherencias autoritarias que la democracia se hace difícil y lejana.Los poderes fácticos y sus epígonos derechistas están imponiendo drásticamente a la baja el espacio de la vida pública que delineó la Transición desde la perversa cosmovisión de que la crisis sistémica se define por un exceso democrático (el “se ha llegado demasiado lejos” de la aznaridad) que hay que resituar mediante escenarios públicos con una escasa capacidad de asunción de políticas alternativas que no se compadezcan con los intereses de las élites económicas y estamentales, pero eso conduce a lo que nos advertía Norberto Bobbio, que la democracia no se caracteriza por el hecho de que se pueda votar sino por la posibilidad real de que se puedan elegir auténticas alternativas.La esclerosis política impuesta por el régimen de poder que consolidó la Transición ha mantenido el ascua mortecina de un nacionalismo español anclado en los tópicos retardatarios de siempre, que tanto mimó el franquismo, fermentados en un espacio político donde el debate ideológico se ha diluido ante un pragmatismo ad hoc al establishment  que expulsa de su formato polémico elementos sustanciales de la vida pública. Esto conlleva la ruptura de todo diálogo social y la imposición de una sola realidad que implica que cualquier circunstancia en el ámbito político tenga que resolverse en términos de vencedores y vencidos. El ecosistema conservador siempre ha mostrado poca comprensión para todo aquello que no fuera concebir la verdad como coincidente con sus deseos e intereses lo que le lleva a una visión restrictiva y reduccionista de los problemas y que las soluciones sean cada vez más exóticas ya que, como afirmaba Ortega, lo menos que podemos hacer, en servicio de algo, es comprenderlo.La izquierda, abolido en su seno el pensamiento crítico y adicta a una transversalidad que no es sino una inhibición ideológica, tiene que hacer un esfuerzo para reconocer la realidad. ¿Por qué en Andalucía los votantes que abandonaron al PSOE no fueron a Podemos? ¿Por qué hay ciudadanos que votan el PP o a Vox en contra de sus propios intereses? La izquierda necesita un proyecto que movilice, para sacarnos de la estrategia de la decadencia política, fundada en el autoritarismo y en la construcción del enemigo y de la intolerancia, en la que la derecha está instalada, en una enésima forma de franquismo sociológico.
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