21 de Septiembre de 2021
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estallido social

Llueve. Cientos de gotas hacen gorgoritos al chocar contra el agua retenida en las aceras. Mal día para trabajar en la calle. Peor si además tienes que evitar que no se moje el cemento que no vas a usar y que se encuentra, junto al que necesitas, bajo una gran lona azul a merced de la intemperie. Mientras escurres uno de los sacos fuera del toldo, será casi misión imposible que el agua no caiga sobre los otros. Aguantar, mientras tiras de él, los insultos de un encargado que no sería capaz, no ya de situar en el mapa la provincia de Jaén, sino ni siquiera de acercarse a su situación geográfica, ni de decirte, sin usar los dedos, cuanto suman ocho mas trece, pero que se cree arquitecto porque lleva más de diez años trabajando en la empresa y que trata a todos sus compañeros como si fueran idiotas por la simple conclusión de que no hacen las cosas como las haría él, hará que te den ganas de soltarle un puñetazo en la boca y que el día acabe siendo aciago.

Pablo José es un chico de barrio de extrarradio. Uno de esos jóvenes a los que nunca les gustó estudiar y que, a trancas y barrancas, por la insistencia de sus padres, hizo el esfuerzo inhumano de acabar la secundaria. Cuando dejó el instituto, colgó los libros y se puso a trabajar. Entonces no era difícil. En el aeropuerto siempre había necesidad de maleteros y mozos de almacén y más si tenías contactos. Allí estuvo un tiempo. Allí conoció a Lucía, su novia. Una chica también de la periferia que acabó la carrera de magisterio y que, sin embargo, tuvo que acudir a su madre para que le buscara un puesto de limpiadora en la T4 porque no fue capaz de aprobar la oposición a la que se presentó en tres ocasiones. En el cuarto intento, el ambiente en casa con su padre, se volvió muy tenso y desistió. Ambos estaban haciendo planes de futuro cuando llegó la pandemia de Covid. Pablo José estuvo unos meses en ERTE pero la empresa acabó quebrando debido a la falta de vuelos y fue despedido. A Lucía, que estaba en los meses de prueba, le finiquitaron el contrato de la noche a la mañana.

Pablo José, siempre ha querido ser policía. Su padre es vigilante de seguridad y como a él le atraen las armas, el uniforme y el poder sobre los demás. Durante el ERTE, se apuntó a una academia para preparar las oposiciones. Pero fue incapaz de pasar el primer examen teórico. Un conocido del barrio, le buscó trabajo en una empresa que realiza obras en en los aledaños y que lleva varios meses trabajando en la zona, con una previsión de al menos otros dos años. Lucía, a través del jefe de su futuro suegro, ha encontrado trabajo como cuidadora de comedor en un colegio de pago no muy lejos del barrio en el que ha crecido. Entre ambos, ingresan mil cien euros. Quieren emprender una vida juntos, pero es imposible. Cualquier alquiler en el mismo suburbio en la que ambos comparten habitación (en la casa de sus suegros) no baja de los ochocientos euros. Luego hay que pagar los recibos de la luz, el agua, el gas… Y comer. Imposible con esos mil cien euros de salario. Que además es provisional porque el trabajo de Pablo J (como le llaman en casa) se acabará en dos años y el de ella, a final del curso.

El ambiente en casa de los padres de Pablo J. se ha espesado. Tanto que se podría cortar con un cuchillo. Porque hay más hermanos y la casa tiene los metros contados. Cincuenta y ocho metros útiles distribuidos en tres habitaciones, un salón pequeño, un mini baño y una cocina en la que tres ya son una marea humana. Los padres de Pedro José, no quieren que Lucía y su hijo pongan dinero para la compra. Pero los otros dos hermanos mayores han comenzado a quejarse por lo que consideran trato discriminatorio. Porque, desde que trabajan, ellos sueltan doscientos euros cada uno que contribuyen a la economía familiar. La hermana, además ayuda a su madre en las labores del hogar. Lo que no hacen ni sus otros dos hermanos, porque para eso son chicos, ni tampoco Lucía, que como está de paso... Además ella ha tenido que irse a dormir al salón. La madre intenta apaciguar los ánimos. Lucía y Pedro J. quieren irse a vivir juntos y necesitan ahorrar, explica. Vicente, el hermano mayor, dice que él también quiere ahorrar para poder irse a vivir con su novia Leticia. Pero que, al contrario que Pedro J., no la ha metido en casa. La otra hermana, Eva, se queja de que a su novio, ni siquiera le permiten subir a casa.

Los Gómez, son una familia en conflicto que acabará como el rosario de la Aurora. El dinero y la herencia siempre son un problema cuando las personas creen un derecho que no tienen. Y más cuando aún viven los padres y les queda una “jartá” por vivir. Todos son conflictos que se enquistan, porque, en lo único que están de acuerdo todos los miembros de esa familia, es que la culpa de que no puedan alquilar ni una chabola, no es del trabajo precario, ni de la mierda de sueldos que consiguen trabajando para los conocidos. La culpa es de los comunistas bolivarianos que quieren acabar con la unidad de España.

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Polvorín

Cada día que pasa, nos encontramos con una nueva materia prima, con una nueva actividad u otro bien de consumo de primera necesidad que escasea o cuyo precio se multiplica por diez.

A la subida del transporte marítimo, tradicional medio por el que llegan en contenedores las manufacturas desde China, en mayo el transporte de un contenedor estaba entorno a los 2.000 euros y ahora roza los 20.000, se le suma el elevado precio de los cereales: el precio del trigo está entorno a un 17 % más caro, la cebada aumenta un 28 %, la soja un 20 % y el maíz entorno al 40 %. De igual manera nos encontramos que, ante la subida exponencial del precio de la electricidad y del gas, empresas como Fertiberia, han decidido tomar descanso y parar la producción de abonos químicos.

Nos encontramos con la paradoja de que la inflación permanece más o menos estable (entorno al 1,6 % en la UE, y un 0,9 en el subyacente de precios al consumo), y sin embargo, nuestro poder adquisitivo es cada vez menor. La caída del consumo se debe principalmente a la falta de empleo o a la precariedad del mismo que además lleva consigo salarios de miseria. En el R.U., no encuentran camioneros porque no pagan lo suficiente. En USA, McDonalds pone anuncios para contratar niños de 14 años, En Galicia, los de siempre se quejan de que no hay mano de obra para la vendimia. Así nos encontramos con que, en España,tres de cada cinco familias (monoparentales o no) menores de 35 años no pueden acceder a una vivienda, ni siquiera en régimen de alquiler, porque las cuotas superan con creces el importe del salario que perciben. Y sin embargo, el metro cuadrado de compra de vivienda es ahora 32 euros más caro que hace un año. Claro que, no es de extrañar si consideramos que los fondos de inversión acumulan gran parte de ese capital especulativo. Sólo el fondo buitre BlackRock acumula capitales equivalentes al 10 % del PIB mundial. Y ahora, a partir de la nueva FP aprobada por el PSOE, van a por los centros de Formación Profesional.

En este hijoputismo que llaman liberalismo y que no es otra cosa que neofascismo, las personas no sólo no cuentan, sino que únicamente son dientes del piñón de transmisión de esta cadena especulativa. La economía hace años que no se basa en la producción de bienes, sino en la especulación de capitales. El dinero, desde que hace 50 años el obsceno e inmoral Nixon abandonó el patrón oro, ya no cuenta con el aval de algo material que lo respalde. Se empezó creando billetes por los Bancos Centrales para acabar extendiéndose a números en un balance de cualquier entidad bancaria.

Con este panorama, nos enfrentamos a una situación de precariedad mundial en la que, debido a la necesidad imperativa que marca el cambio climático de intentar que la situación no vaya a peor (revertirla es ya materialmente imposible), se han incrementado de forma exponencial la exigencia de materias primas que cada vez son más escasas. Al «Peak oil» se le sumarán otros como el del cobre, el aluminio o el tungsteno. Debido a la insistencia de los ricos de ser cada vez más ricos, y puesto que la pobreza del resto es cada vez mayor, y la riqueza, como la energía, no se crea sino que cambia de manos, se sigue apostando por el crecimiento económico infinito. Y eso no es posible. La única forma de seguir creciendo (de que los ricos sigan añadiendo dígitos a sus inconmensurables cuentas corrientes), es seguir abaratando los salarios y seguir creando pobres en el mundo, lo que también es materialmente imposible. Pero sin pobres, ¿cómo van a seguir especulando sobre el precio del trigo, la cebada, o el petróleo a futuro?

Si los jóvenes cada vez son más precarios y la desigualdad aumenta, como lo demuestra este gráfico, si cada día que pasa es más difícil poder pagar un techo en el que refugiarse, si cada vez es más complicado alimentarse adecuadamente, lo que trae consigo el quebrantamiento de la salud, si la escasez de materias primas traerá un parón general de la actividad empresarial, si eso además aumentará el paro, empeorará las condiciones laborales y bajará aún más los salarios, ¿como creen los ricos que podrán parar a los insurrectos cuando el hambre, la sed y sobre todo la tendencia natural del ser humano a evitar la muerte, les haga estallar?

Hasta ahora, llevamos una escalada de gobiernos autoritarios que, al servicio de las oligarquías y no de los ciudadanos a los que dicen representar, hacen uso y abuso de quienes deberían estar al servicio de sus conciudadanos, para coartar y contener la ira de la gente a base de porras, gases lacrimógenos, pelotas de goma o chorros de agua a presión. Pero, si esto sigue así, si la gente no toma conciencia de que es imposible seguir esquilmando el planeta sin consecuencias catastróficas, que es imposible que haya componentes electrónicos para sustituir los 1.060 millones de coches que existen actualmente en el mundo, ni tampoco energía eléctrica para cargar sus baterías, que pronto, no habrá agua potable para siete de los ocho billones de seres humanos que habitan el planeta, que si no hay agua para los humanos, tampoco para los animales o las plantas que necesitamos ingerir para seguir viviendo, nos veremos abocados a la desaparición como especie.No sin antes provocarnos un sufrimiento extremo en la lucha por obtener los últimos recursos.

Como advierte el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) el capitalismo es insostenible. Los avisos vienen sucediendo periódicamente desde que en 2005 se llegó al «Peak oil» o producción máxima del petróleo. Pero nuestros gobernantes han preferido seguir haciéndole el juego a los oligarcas narcisistas, fascistas y avaros que nunca tienen bastante. Con el beneplácito del pueblo que vive en la comodidad de abrir un grifo y que salga agua sin preguntarse cómo, de ir al supermercado y encontrar comida sin preocuparse quién y cómo se produce o dejar la bolsa de basura en el contenedor (algunos ni siquiera) sin concienciarse sobre dónde va esa basura, cómo contaminamos con ella o qué consecuencias para el futuro del planeta tienen. Cuando fue evidente que el petróleo era limitado, se empezó a intentar extraer algo parecido de las pizarras, destrozando el medioambiente, el agua y a las gentes a través del fracking. Pocos son conscientes de que cada vez costará más extraer petróleo, gas, wolframio, tierras raras, etc., porque cada vez hay menos.

Confundimos el culo con las témporas. Los propios jóvenes que no encuentran trabajo, que reciben sueldos de miseria, votaron masivamente a una persona incapacitada intelectualmente en Madrid, que representa sin tapujos a los oligarcas que les hacen precarios, porque les daba libertad para salir a la calle, para ir al botellón o para pasar la noche de juerga. Nosotros, los padres, somos culpables por no haberles educado en la empatía hacia los demás y a vivir en sociedad dónde tus derechos acaban donde empiezan los del vecino y siempre tienes que respetar esa regla.

Se avecinan tiempos de ambiente gélido, de alza de precios de la electricidad y del gas que hará que muchos hogares no puedan pasar el invierno sin sufrir frío. Los noticiarios se empeñan en alegrar a su obnubilado público por el fin de las restricciones por el Covid y la vuelta a la “normalidad” de bares y discotecas, pero criminalizan a los jóvenes que beben en la calle.

El pueblo sigue bailando al son de una música imaginaria mientras el agua ha empezado a anegar las bodegas del barco. Y ni siquiera las ratas parecen ser conscientes de ello.

Salud, feminismo, decrecimiento, conciencia ecológica, república y más escuelas públicas y laicas.

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