Por qué debe dimitir Susana Díaz
03
de Enero
de
2019
Actualizado
el
02
de julio
de
2024
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En el despacho del presidente argentino Juan Domingo Perón irrumpió un grupo de jóvenes justicialistas para exigirle cargos y responsabilidades políticas ya que argumentaban que el mismo Perón había dicho que ellos eran el futuro del país, a lo que el mandatario argentino les contestó que, efectivamente, ellos eran el futuro, pero estaban en el presente. José Antonio Griñán, hombre al que la pedantería y autocomplacencia no le impedía librarse de una debilidad política y de carácter que le llevaba sin enmienda posible a la impotencia y el barullo intelectual, no era en Andalucía ni el pasado, ni el presente, ni el futuro. En su precipitado mutis por el foro político, le entregó a Susana Díaz, a modo de traspaso de poder, una lista de libros de obligada lectura, sin caer en mientes que a la política hay que venir ya leído. Para lavar algún complejo junguiano, Griñán quiso ser el Pigmalión de una camada de jóvenes, a cuya cabeza se encontraba Susana Díaz, sin advertir que por los pasillos de San Vicente, lo mentaban con displicencia como “el viejo.” De la hasta ahora presidenta de la Junta de Andalucía se destacaban por sus acólitos dos valores en alza: era joven y mujer, virtudes sin necesidad de cultivo, puesto que suponían dos eventualidades ajenas a la voluntad de la interesada. Era un grupo generacional con los estudios abandonados y ajeno absolutamente al mercado de trabajo al que jamás habían concurrido, su “modus vivendi” se circunscribía al útero nutritivo del Partido, ni siquiera a la política por el concepto tan restrictivo que de la misma operaba en sus jóvenes meninges.La minúscula política se realizaba en la “cervecita” de íntimos después de las reuniones orgánicas, donde el cotilleo y el comentario doloso iban construyendo un cainismo clientelar que orillaba a grupos o militantes no apocados ante la influencia totalizante de la lideresa. Mediante un maquivelismo grosero de aldea se iban dinamitando ejecutivas locales para reconducirlas mediante gestoras y una quinta columna murmuradora y maliciosa, a las redes clientelares y a un unamuniano fulanismo que hacía que ya no se supiera, desde el poder, hablar sobre ideas, de conceptos, con razones, sino de un nominalismo particularista donde la única alternativa a la incondicional sumisión al líder era el ostracismo, lo cual conducía a un empobrecimiento intelectual, humano y político de la organización y las instituciones que gobernaba. El cargo, el empleo, la canonjía se convertían en objetivos políticos y en los instrumentos del blindaje del voto congresual y el Partido Socialista, como correlato, en un proyecto personalista sin contenido.En contra de la voluntad mayoritaria de las bases del partido, de la ejecutiva federal de impecable legitimidad, de las resoluciones del congreso federal, Susana Díaz, sin aceptar sus clamorosas derrotas después de las lunáticas y desleales aventuras a las que ha sometido al Partido Socialista, pretendió resistir tomando como rehenes a una Junta que mantuvo paralizada dos años por sus cabildeos mesetarios, a un gobierno mal coordinado, donde sus miembros lo eran más por la fidelidad mesiánica a la lideresa que por el talento para los asuntos públicos y un PSOE-A convertido en patrimonio de un círculo clientelar, encabezado por Susana Díaz, que estimaba que la democracia interna era una traición a la docilidad que exigen las relaciones de la militancia con la dirección. La permanente lucha por espacios de poder y el abandono de la política como vehículo de creación de modelos ideológicos que configuren espacios sociales acordes con los intereses del sujeto histórico propios del PSOE, es decir, las mayorías sociales y los segmento menos favorecidos de la colectividad, necesita una resistencia cada vez mayor y, como consecuencia, una tergiversación más profunda de la posición y función política del PSOE. La iniciativa política no puede consistir en el acoso y derribo de quienes puedan inquietar nuestro usufructo del poder. Son otros los cañamazos de la vida pública que construyen el futuro.La quiebra ideológica del socialismo, la malversación de sus valores, el abandono del pensamiento crítico, la degradación de la política, son las consecuencias de los liderazgos mediocres y oligarquizantes, fundamentados en una lucha burda y grosera por el poder y el estatus material que desertizan espacios propios que son ocupados por el populismo ultraconservador en un tiempo histórico donde lo más necesario, desde una cosmovisión de izquierda, es el cultivo intelectual y cultural de un nuevo humanismo socialista que consolide una sociedad fundamentada en la libertad, la igualdad, la justicia y la solidaridad y que recupere la plena centralidad democrática de la ciudadanía. Evitar, en definitiva, que, como dijo Manuel Azaña, las cosas grandes, la gente pequeña las estropee.
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