En la era de la sobreinformación, quienes nos dedicamos de alguna manera a la comunicación tenemos la responsabilidad de ser especialmente conscientes del poder de la comunicación verbal y no verbal, de los mensajes directos y de los que a menudo pasan desapercibidos, los mensajes subliminales. Vivimos en una sociedad saturada de información, pero carecemos del espacio y el espíritu crítico necesarios para reflexionar sobre los impactos que ciertos mensajes pueden tener, no solo a nivel consciente, sino también en las capas más profundas de la psique colectiva.
Un ejemplo de ello es un vídeo publicado por el Ministerio de Sanidad en el marco de una campaña para advertir sobre los peligros de las pseudoterapias y concienciar sobre la falta de evidencia científica de ciertos tratamientos no convencionales. Por supuesto, el objeto de este artículo no es valorar si deben emplearse o no esos tratamientos; eso debe recaer en la libertad de cada persona, siempre tras una decisión informada. Sin embargo, la forma en que se presenta el mensaje en el citado vídeo puede generar equívocos y colocar la alimentación como una pseudotereapia.
El vídeo busca deslegitimar las pseudoterapias con una música infantil por todos conocida, letra adaptada y mostrando a personas disfrazadas de frutas, en concreto de limón y frambuesa. Si bien el mensaje explícito parece estar más o menos claro en cuanto a los riesgos de las pseudoterapias, e incluso la letra de la canción recuerda que debemos poner en entredicho la información que sobre salud y bienestar circula por Internet, los disfraces de frutas lanzan un mensaje subliminal mucho más ambiguo. No olvidemos que todo comunica.
En un país donde las campañas oficiales de promoción de una dieta sana y equilibrada hacen hincapié en la importancia del consumo de frutas, el uso de estos disfraces puede dar la impresión de que la fruta —un alimento básico y saludable— ya no tiene un impacto positivo en la salud. Y, si nos ponemos en lo peor, puede confundir y distorsionar la relación que los ciudadanos deberían de tener con la alimentación saludable.
Pero el problema va más allá de un simple error de comunicación. Al asociar el consumo de frutas con la frivolidad o con una aproximación superficial a la salud, la campaña está indirectamente desacreditando a profesionales con una formación rigurosa y una titulación oficial avalada por el Ministerio de Educación, a los graduados en Nutrición Humana y Dietética y a los técnicos en Dietética y Nutrición, cada vez más presentes en el sistema sanitario público. La formación de estos especialistas no se basa en modas ni en pseudociencias, sino en estudios y evidencias científicas que sostienen que una dieta rica en frutas y verduras es clave para la prevención de enfermedades crónicas y el mantenimiento del bienestar general. Y no sólo eso, sino que estos profesionales también estudian cómo ciertas frutas pueden interaccionar positiva o negativamente con fármacos aprobados por la Agencia Española del Medicamento. El tema no es tan baladí como pueda parecer.
En lugar de ser una herramienta educativa, esta campaña de concienciación se ha convertido en un vehículo de desinformación que, al intentar ridiculizar las pseudoterapias, cae en la trampa de transmitir un mensaje contradictorio sobre un tema de salud pública importante: la alimentación. Si el propósito de la campaña es advertir sobre los peligros de las pseudoterapias, ¿por qué incluir las frutas y lanzar un mensaje que puede llegar a provocar que los ciudadanos cuestionen la validez de una práctica saludable como es el consumo de frutas?
Lo preocupante es la forma en que trata la cuestión del pensamiento crítico. En lugar de informar a los ciudadanos para que piensen de manera reflexiva sobre qué es una pseudoterapia y qué no lo es, la campaña parece querer imponer un criterio dogmático que descalifica de antemano cualquier práctica que no se ajuste a la ciencia oficial. El peligro de este enfoque radica en que no se promueve el desarrollo de un pensamiento autónomo, sino que se busca que los ciudadanos acepten lo que se les dice sin cuestionarlo. La comunicación debe ser una herramienta que impulse a la reflexión y el discernimiento, no una simple propaganda que ponga barreras al pensamiento crítico.
Desde el sistema sanitario público se insiste cada vez más en la importancia de un ciudadano informado que participe en la toma de decisiones sobre su salud, pero ello debe estar respaldado por una educación que fomente la capacidad de discernir entre la información veraz y la que carece de fundamento. Las campañas del Ministerio de Sanidad, al igual que otras iniciativas gubernamentales, sería conveniente para todos que estuvieran alineadas con ese principio, proporcionando herramientas claras y comprensibles para que los ciudadanos puedan tomar decisiones informadas. No se trata de alabar o demonizar las pseudoterapias u otras prácticas alternativas, sino de ofrecer la información suficiente para que las personas puedan tomar decisiones al respecto por sí mismas.
En resumen, lo que seguramente pretendía ser una campaña educativa en favor de la salud, se convierte en una oportunidad perdida para fomentar la educación sanitaria crítica y autónoma de los ciudadanos. En lugar de “reírse” de las pseudoterapias con disfraces de frutas, tal vez hubiera sido más efectivo promover una comunicación que invitara a la reflexión.
Al final del día, la verdadera evidencia no se encuentra en las imágenes que nos rodean, sino en la capacidad que cada persona tiene para interpretar esa información con criterio y libertad.