La crisis del petróleo de 1973 (también conocida como primera crisis energética), comenzó el 16 de octubre de 1973 y finalizó el 17 de marzo de 1974, aunque continuó posteriormente de forma más residual, fue como consecuencia de la decisión de no exportar más a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra que le enfrentó con Egipto. De entre todos los países que se vieron afectados estaba el Reino Unido que, se le agravó la situación por coincidir con la huelga de los mineros del carbón. Esto produjo una grave crisis económica en muchas empresas y el cierre de bastante de ellas.
En situaciones como esta, suele salir a relucir el victimismo de los oriundos del país y, la culpabilidad de los extranjeros venidos a “usurparles sus trabajos”. En ese sentido, se produjeron manifestaciones en contra de los trabajadores foráneos. Claro está, yo era uno de éstos, aunque llevaba residiendo y trabajando en Londres desde mayo de 1968.
Ocurrió un sábado de febrero de 1974 a media mañana. Mi mujer había ido a realizar la compra semanal y yo me quedé en mi casa con mi hija que aún no tenía dos años. Las viviendas del barrio no contaban con telefonillos automáticos y disponían de timbres que tenían adosados los nombres de las personas que las habitaban, como era el caso de mi mujer y el mío. Vivíamos en la planta baja y de repente sonó el timbre y tenía que ir a abrir la puerta que daba a la calle para saber quien era. Eso fue lo que hice con mi hija en los brazos.
Nada más abrir, me encontré con cinco británicos que, enfurecidos, me empezaron a reprochar la usurpación de sus puestos de trabajo. Lo hacían gritándome y con mucha agresividad e incluso, sin reparos viendo que tenía cogida a mi hija, se dedicaron a zarandearme y empujarme. Mi pobre hija asustada y con mucho miedo no paraba de llorar. Afortunadamente en la primera planta vivía un señor británico y al escuchar tantos gritos se asomó a su ventana y vio lo que estaba sucediendo. Inmediatamente bajó y se enfrentó a todos ellos y les dijo: este señor se merece todo el respeto y consideración de todos ustedes, pues es un miembro de la Trade Unions (sindicatos ingleses) y está luchando por todos nosotros.
Al escuchar lo que expuso mi vecino, dejaron de atosigarme y sólo uno de ellos vino a pedirme disculpas. Mi vecino estaba realmente indignado y me dijo que, ese grave incidente no podía quedar así y que, era cuestión de denunciarlo ante la (era una señora) MP (Miembro del Parlamento) del distrito. Al principio dudaba, pero me convenció y la fuimos a visitar a su despacho (todos los Miembros del Parlamento los tienen situados en sus correspondientes distritos, para estar lo más cerca posible y atender a sus vecinos), al martes siguiente. Por mediación de su secretaria teníamos cita y nos esperaba a las 11,30 de la mañana.
Ya conocía el tema y nada más llegar me dijo que, lo sentía mucho y que no iba a consentir este tipo de comportamientos en su distrito. Le preguntó a mi vecino que, si conocía a algunos de ellos, para poderles localizar y le contestó que si a dos. Le dio instrucciones a su secretaria para que localizara y la pusiera en contacto con el comisario de la policía del distrito. A este nivel, están descentralizados tanto los servicios estatales como municipales. Concertó una reunión entre mi vecino y el comisario, para tratar de localizar a quiénes habían protagonizado tan lamentable hecho y ponerlos a disposición de la Miembro del Parlamento.
Al poco tiempo, nos citó a mi vecino y a mí y cuando llegamos a su despacho, estaba junto con los cinco esperando mi llegada. Enseguida, les recriminó su conducta y les dijo que si no era merecedor de una disculpa. Eso hicieron todos y cada uno de ellos y la MP les dejó marchar. Al quedarnos solos mi vecino y yo con ella, me dijo que todo dependía de mí, pero si estaba de acuerdo, ella misma y en mi nombre les pondría una demanda para dejar el caso debidamente zanjado y por supuesto, los gastos serían cubiertos por el Estado. Sin embargo, en vista de que sus disculpas fueron sinceras y les había visto afectados, le dije que no era necesario presentarla.
De todas formas, me vino muy bien esa experiencia ya que, aun conociendo el sistema electoral británico que, a través de las juntas de distrito, acerca mucho a los electores con el electorado, pero hasta ese entonces desconocía hasta que extremo eso era una realidad. Desde luego, es muy diferente al nuestro y es que aquí, sólo vemos a los candidatos en vísperas electorales, claro está, haciendo todo tipo de promesas electorales y después, como se suele decir: ”si te vi no me acuerdo” y hasta las próximas elecciones, para procurar renovar mi mandato y seguir viviendo de la política. El sistema electoral británico, obliga para poder ganar el distrito a presentar a candidatos que, sean respetados y apreciados por sus vecinos. En nuestro caso, deberíamos dotarnos de 350 distritos, uno por cada diputado.
Con toda probabilidad, la gran mayoría de la ciudadanía española desconoce a gran parte de los diputados y diputadas de su circunscripción electoral provincial. Me ocurre también a mí que, de ocho diputados y diputadas de Las Palmas, solo conozco a tres: Luc André del PSOE, Noemi Santana de Sumar y Jimena Delgado del PP. Dándose el caso con ésta (y muchos otros y otras en todo el país), que previamente se había presentado a las elecciones municipales encabezando la candidatura a la alcaldía, pero al no haberla logrado, entonces lideró la del Congreso y obtuvo el acta de diputada, compaginando este cargo con el de jefa de la oposición en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. Como se suele decir: ”en misa y repicando”. El desprecio al electorado del PP en su ciudad ha sido más que evidente.
Ambos cargos que ostenta son de suma importancia, como para desempeñar uno solo con dedicación exclusiva. Lo malo es que se lo permite la Ley Electoral y de partidos políticos. ¡Cuánto falta nos hace una profunda regeneración democrática!.