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Todo es felicidad en el PSOE... y hasta le dan un premio a Calviño

18 de Octubre de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Nadia Calviño recibe el premio Manuel Marín.

Por momentos, el 40 Congreso del PSOE recuerda más a una fiesta veraniega que a una histórica reunión política donde se dilucida el futuro del socialismo español. Anoche, al terminar la jornada, la militancia salió de las aburridas ponencias para celebrarlo a lo grande en los chiringuitos de la Feria de Muestras de Valencia habilitados para la ocasión. Entrada la noche, la multitud de la familia socialista (delegados territoriales más algún que otro infiltrado que se coló en el sarao para darle al canapé) se abalanzó sobre las barras, ocupó jardines y terrazas y bailó el Ateo de C. Tangana como si no hubiese un mañana. Aquello parecía más un despendolado botellón juvenil en el Madrid libertario de Ayuso que un evento político de trascendencia nacional. Las mascarillas brillaban por su ausencia, las distancias de seguridad se diluían y la pandemia se dio oficialmente por terminada. Fue la explosión de euforia de un partido que se siente reforzado tras años de zozobras, fracasos electorales y sin sabores y que cree en la victoria en 2023.

Pero antes de llegar a las copas, las diferentes mesas redondas y tertulias de la tarde sirvieron para constatar varias cosas: la primera que Pedro Sánchez goza de un liderazgo fuerte y robusto, cosa que hace solo un año, cuando nadie daba un duro por el Gobierno de coalición, era impensable. El líder socialista ha hecho frente a una conjura interna para derrocarlo, a una pandemia histórica, al auge de la extrema derecha, a un socio de gabinete podemita que no para de montarle encerronas y pirulas, a la amenaza independentista, al acoso y derribo constante de Felipe González, a las navajas de los barones de las taifas, al susanismo que se la tiene jurada y a un volcán de proporciones bíblicas como el de La Palma. Nadie que no tenga madera de superviviente sale indemne de una conjunción astral tan diabólica. Pero Sánchez no es “nadie”. Sánchez es Sánchez, el tipo que escribió un manual de resistencia a mayor gloria de sí mismo, el jugador de póker que sabe sacarse un sospechoso as de la manga en el momento en que todo está perdido. Y ese hombre que parece gafe pero que en realidad ha obrado el milagro de que el PSOE no acabe saltando por los aires, como otros partidos socialistas europeos, es el que ha organizado este congreso valenciano o macrobotellón festivo con un único objetivo: apuntalar el sanchismo y sentar las bases del proyecto socialista para los próximos años. Lo cual no es poco.

La brutal remodelación de Gobierno que Sánchez llevó a cabo el pasado mes de julio tuvo también ese objetivo: quitarse lastre de encima (mayormente a Iván Redondo) y reemprender el viaje a Ítaca, o sea al PSOE. Luego tocaba baño de multitudes, refrendo de las bases y exaltación del líder. Esto es, un congreso del aparato, un congreso de partido aparentemente cosido, un congreso de la gran hermandad socialista unida y superando viejas divisiones y rencillas. Atrás quedan los tiempos de las luchas intestinas que han recibido diversas denominaciones a lo largo de los tiempos (guerristas contra renovadores, borrellistas contra almunistas y más recientemente susanistas versus sanchistas). Este PSOE se enfrenta a un momento crucial de su historia en el que se lo juega todo a una carta y no está para minipandis y superpandis. Toca cerrar filas porque ya no le queda más crédito. O recupera la credibilidad como partido de izquierdas o acaba en el vertedero de la historia. De momento el CIS ya le ha dado un susto: el PP casadista recorta distancias y la extrema derecha de Vox, aunque baja el suflé, aguanta el tipo.

Con el fin de insuflar un chute de optimismo, Sánchez ha convocado un congreso presuntamente ideologizado con todos sus primeros espadas aportando en una tormenta de ideas. Feminismo, igualdad, abolición de la prostitución, defensa del aborto, memoria histórica por un tubo, republicanismo, todos los grandes asuntos del partido socialista más glorioso han sido desempolvados de los archivos y estanterías y puestos de nuevo en el escaparate de Ferraz. Por las tribunas, charlas y ponencias van a pasar los socialistas de antes y los de ahora, los viejos y los jóvenes, los del aparato de toda la vida y los independientes.

Hasta a Nadia Calviño, una tecnócrata sin carné de sociata, se le ha encomendado un rol principal. ¿Qué pinta la todopoderosa vice en un acto de partido al que ella no pertenece y en el que toma parte simple y llanamente porque se lo pide el jefe? Es evidente que en los últimos tiempos la mano derecha de Sánchez está acumulando protagonismo. Y por extraño que pueda parecer, ella es el símbolo, el estandarte perfecto de la nueva simbiosis entre Gobierno y partido, entre Moncloa y la casa del pueblo. “Estoy emocionada porque este es un premio del PSOE. Soy de familia socialista”, confesó ayer una emocionada Calviño. La militancia le aplaudió agradeciéndole su socialismo independiente (que en el fondo no es socialismo ni es nada, solo oportunismo) y hasta le dieron un premio y todo. El Goya de honor. Una liberal convencida como ella no podía soñar con un triunfo profesional tan rotundo. Aceptada por la derecha, admirada en Europa y reconocida por buena parte de la izquierda. Qué más se puede pedir a la vida. Quizá la presidencia del FMI, como Rodrigo Rato. Paciencia, todo llegará.

Hoy se abre la segunda sesión del congreso. Más elogios al jefe, más fiesta y jolgorio, más aplausos gratuitos. Batallitas de los abuelos del socialismo español. Fernández Vara sentando cátedra bolchevique (“lo importante en la vida es comer, dormir y hacer el amor”). García-Page otro tanto. Felipe a sus cosas. Por cierto, de autocrítica poco. Un mal augurio la complacencia si tenemos en cuenta que la izquierda es sobre todo análisis, reflexión y capacidad de introspección. Si Marx levantara la cabeza.

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