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Un país lleno de biblias, que no conoce su fundamento, y que sigue buscando a Dulcinea

22 de Diciembre de 2016
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Dice Julián MARÍAS dentro de su ingente obra “Ser Español”, que: “…así es España un país en el que se han repartido demasiadas Biblias, y en el que en general se lee poco, sobre todo en lo que concierne al conocimiento de lo propio, y qué decir de lo ajeno”. Si tenemos en cuenta que la edición a la que me refiero data de 1961, bastará una mera deducción sometida tan solo al rango de lo cuantitativo (de lo cronológico por ser más exactos) a partir de la cual podremos darnos cuenta de que la reflexión, cabal y lúcida como casi todas las propias, e incluso algunas de las tan solo atribuidas al autor; se convierte en este caso en excepcional toda vez que sin quitar una coma, y por supuesto sin añadir una coma, bien podría hoy mismo ser elevada a rango de precepto.Decir que España es un país complicado no es, en realidad, decir mucho. Tratar de arreglarlo diciendo que somos los españoles los que lo complicamos todavía más, no supone en realidad mejora alguna. Es por ello que, alcanzado este momento que nos hemos dado en llamar presente, y que de forma neta, con sus virtudes y sus defectos, con sus dramas y su grandeza, se ha erigido en el contexto en el cual ubicar nuestro aquí y nuestro ahora; creo verdaderamente de poco comprometido el dejar pasar la ocasión de ir un poco más allá.Uno de los factores que estando presentes en nuestra realidad, mejor nos ayuda a comprenderla, es precisamente el que pasa por considerar la crisis en la que estamos sumidos no como una causa, sino como una consecuencia. La crisis, tratada ya sea desde el punto de vista conceptual, o desde el punto de vista de la experiencia práctica, nos devuelve una certeza cuya traslación redunda en una única conclusión, la que pasa por asumir que el resultado neto que aportaban los valores llamados a regir el mundo tal y como hasta ahora lo conocíamos, ha comenzado a moverse en el rango de los números rojos.La percepción de la cercanía del colapso, ya se produzca de manera consciente o inconsciente, sirve a la larga para clasificar a los hombres en dos grandes grupos. El primero, desgraciadamente muy numeroso, está conformado a grandes rasgos por aquellos que acostumbrados a estar en cubierta, no suelen preocuparse de la suma de factores cuya traducción redunda en que el barco navegue. Estamos en consecuencia ante los que pasan su tiempo disfrutando de la vida que otros les proporcionan, a la par que buscan en dogmas y creencias la “causa primera” llamada a justificar tanto su existencia como la de la Justicia que en definitiva está llamada a avalarlos. El segundo grupo, como es de suponer menos numeroso, solo conoce la cubierta por las escasas ocasiones en las que motivos profesionales, generalmente la prestación de servicios a los anteriormente descritos, les obligan a aportar. Se encuentra este segundo grupo compuesto por aquellos más acostumbrados a conocer los intersticios del barco. Ya sea la cocina, la sala de máquinas o la bodega, son tales lugares los propios para el desarrollo de las labores que por atribución o mandato, les han sido encomendados. Estamos en definitiva ante los que aspiran a que la Justicia les muestre aquellos destinados a convertirse en sus verdaderos motivos.Lee el hombre perteneciente al primer grupo, La Biblia. Y lo hace no buscando respuestas a las grandes cuestiones, como sí más bien buscando la única certeza que le interesa, la que pasa por hallar la causa llamada a justificar su existencia así de él, como de los llamados a ser considerados propios.Pero se convierte ésta en una labor compleja; no carente de audacia si se mira bien, pues en el fondo se trata de engañar a muchos en pos de justificar la existencia de unos pocos. Es una causa que acaba por traducir su verdadera magnitud cuando, una vez que todas las justificaciones terrenales han sido esgrimidas, necesita recurrir a otras de carácter metafísico, entre las que más pronto que tarde habrá de emerger, ¡cómo no! la de Patria.Se mueve al contrario el hombre más cercano a los fogones, ya sean los dedicados a la preparación de las viandas, o los que dan vida a la maquinaria motriz; mucho más cómodo cuando liga sus pasos y los de su futuro a cuestiones de carácter más terrenal. Tales cuestiones, mucho más manejables toda vez que finitas, le sirven para acotar un espacio dentro del cual interpretar la Historia, obteniendo en la medida de lo posible de tal interpretación el cúmulo de procesos que de una u otra manera han acabado por conformar el contexto espacio temporal en el cual nos reconocemos.Desde tal consideración, la búsqueda de la Justicia, como motivante de todo menester, se organiza atendiendo a normas y protocolos bien distintos, aunque no por ello peor definidos, ni incapaces de merecer parecido cuando no más prestigio.Se agrupan estos procederes en la búsqueda, identificación y decantación, dentro de la fenomenología histórica, de todo episodio, hecho o capítulo que se haya erigido en proveedor de alguna mejora capaz de mejorar (en definitiva de hacer más justa), la vida de los que en ello se esfuerzan.Pero de nada nos serviría tal proceso si no fuésemos un poco más allá. Así, no basta con identificar, hay que definir; no basta con elegir, hay que argumentar; no basta con apetecer, hay que esforzarse por demostrar que verdaderamente vale la pena.Se trata en definitiva no de aglutinar, como sí más bien de confeccionar.Y el resultado bien puede ser Una Constitución: Como elemento creado por todos, puesto por ello al servicio de todos. La Constitución se erige en el elemento catalizador llamado a agrupar lo metafísico (habla del hombre en tanto que tal) con lo propio de lo humano (pues no es sino la interpretación de las leyes el hilo conductor destinado a hacer comprensibles las relaciones entre los propios hombres). De esta manera, el Documento Constitucional está definitivamente llamado a superar sus propias limitaciones, las que se refrendan desde su esencia que le constriñe al erigirse en marco, para elevarse por encima no solo de sus creadores, sino especialmente de aquellos llamados a ser administrados no por, sino desde ella. Es por ello que la Constitución alberga en sí misma no solo las aspiraciones del pasado, sino que contiene los elementos destinados a conformar los sueños del futuro. Y todo ello sin olvidar que es la fuente llamada a desarrollar las leyes y normas destinadas a regular la vida entre los llamados a disfrutarla. Y si el conocimiento y cumplimiento de la Ley beneficia a alguien, ese alguien se encuentra siempre entre los pertenecientes al estrato más ínfimo de la realidad.Conocer la Constitución no es, como hoy mismo afirman algunos aspirantes a leguleyos, ser capaces de enumerar sus artículos, o incluso citar alguno de memoria. Conocer la Constitución es enumerarla de cabo a rabo con la satisfacción de ver en la misma y en su contenido una batería de disposiciones llamadas a componer ahora y en el futuro el catálogo de directrices destinadas a hacer nuestra vida mejor, toda vez que las mismas nos ayuden a interpretar con mayor certeza  nuestro presente, abocándonos con ello hacia el futuro.Permitidme en consecuencia que este año vaya un poco más lejos, y pida que no baste con citar, con saber o con enumerar. Que esta año la lectura de la Constitución os haga soñar…como soñó el que concibió a Dulcinea como certeza de conclusión, sabiendo que solo de la lucha con los molinos habría de obtener la Justicia del merecimiento.
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