Nadie se alegra de los tristes finales de un flamante diputado -portavoz de su formación para más inri- a no ser que seas un miserable de la catadura moral e intelectual que es Pablo Iglesias. Pero es que ellos, los vigilantes de la moral, de la ética, que se atrevían a pontificar sobre todos los demás y otorgaban patente de corso a quienes ellos consideraban como merecedores de la misma, son así. Ellos, los líderes de Podemos o ahora Sumar, eran los vigilantes de los vigilantes, los moralistas de nuestro tiempo, algo así como la conciencia moral de nuestra sociedad y así aparecían en público. ¿Y cómo se puede ser vigilante de los que vigilan, conciencia moral de la multitud, si uno mismo ha errado en la ocasión decisiva tan funestamente en el camino?, como alguna vez señaló el periodista Jesús Ceberio en uno de sus editoriales.
Cuando se fundó Podemos, sus líderes aseguraban que iban a acabar con las puertas giratorias y ahora resulta que Pablo Iglesias tras su salida del Gobierno supuestamente colabora o trabaja en unas diez empresas, cuando no más; iban a acabar con la casta política y sus privilegios y la pareja iglesias-Montero se compró un chaletazo en una urbanización de lujo en un pueblo de la sierra de Madrid, cuando aseguraban hace años que se irían a vivir a un barrio popular; Juan Carlos Monedero, el martillo de los fascistas y los corruptos, acabó defraudando a Hacienda tras recibir una millonaria ayudada de la narco-dictadura venezolana y, hete aquí, el dinero acabó en su cuenta corriente sin pedir disculpas ni dar explicaciones; el partido que supuestamente iba a abrir una nueva vía democrática distinta y alejada de la corrupción y los escándalos (Podemos) ha sido una jaula de grillos plagada de escisiones, falta de democracia interna, salidas explosivas y sonados comportamientos muy alejados de lo que pregonaban; y ahora, los grandes inquisidores de la sociedad española, que supuestamente también acabarían con el machismo y los comportamientos patriarcales, se ven envueltos en un vergonzoso y sonoro caso de acoso sexual, que incluso acabará en los tribunales y con el supuesto acosador, seguramente, en el punto de mira de una sociedad que no les perdona tanta impostura moral y ética.
¿Y cómo se puede ser vigilante de los que te vigilan cuando has cometido el error de intentar pasar página y hacer como si nada hubiera ocurrido? Eso es lo que ahora hace Sumar y sus máximos líderes, casi todos procedentes de Podemos, practicar la política de avestruz como si no hubiera pasado. O, rechazando, difuminando, el recuerdo de lo que fue, hasta llegar a hacer creer que nunca se ha sido aquello que, sin embargo, los textos, las declaraciones, los hechos y muchas más pruebas atestiguan; solo así puede alguien aspirar a ser la dudosa conciencia moral de una sociedad o permitir, sin sonrojarse, que los demás se lo digan o se lo echen en cara cuando realmente eres un vulgar caradura. Un corrupto moral, que es la peor de las corrupciones, es lo que es Errejón, y un acosador nato.
La salida de Íñigo Errejón de la política española por la puerta de atrás es el final de una utopía fallida llamada Podemos, una historia de fanatismo, radicalismo gratuito y que redujo la vida política española a una división maniquea entre ellos, supuestos portadores de la verdad suprema progresista, y los otros, los fascistas, que éramos todos los que no compartíamos su credo. Aún me queda en el recuerdo cuando Irene Montero calificó en el parlamento a Vox y al PP, y con ello a sus millones de votantes, como “fascistas”. Así han actuado durante años y el discurso funcionó algún tiempo, pero ahora, por suerte para todo el país, ya no funciona y ha encallado, quizá para siempre, en las aguas de la racionalidad política.
Los dirigentes de Podemos irrumpieron en la política española para cambiar el sistema y acabar con la “casta”, pero, obviamente, el sistema se reveló más fuerte y sólido que ellos y fue el mismo el que les cambió a ellos con sus tentaciones, lujos, prebendas y privilegios, cayendo en los peores vicios y comportamientos poco ceñidos a la estricta ética política que pregonaban e intentaban imponer a sus adversarios. Nuevamente, quedó demostrado que los vigilantes de la moral, nuestros modernos inquisidores, son mucho peor que cualquiera de las víctimas que pretendían arrojar a las hogueras de la inmundicia política. Ellos, los poseedores de la verdad, pretendían juzgar a todos los demás desde los estrados de su supuesta superioridad moral y ética, pero se revelaron infinitamente miserables en casi todos sus comportamientos sociales, como hemos visto, y acabaron conduciendo a su proyecto a la intrascendencia e irrelevancia política. Nunca fue más cierta esa acepción que asegura que en el pecado estaba implícita su penitencia.