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El partido de los licenciados

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Recientemente, en el auditorio que lleva su nombre, rendíamos homenaje a Marcelino Camacho, con motivo de los 100 años de su nacimiento. Estos días han dado de sí para leer muchas reseñas y noticias sobre la vida de Marcelino, repasar muchas de sus frases y citas, escuchar muchos testimonios de quienes le conocieron, ver muchas fotos suyas en la cárcel; en su casa, junto a Josefina; rodeado de trabajadores y trabajadoras; junto a Nelson Mandela.

Muchos mencionan que Marcelino fue el primer Secretario General de las CCOO. Algunos menos son los que recuerdan que ese Marcelino, trabajador de la Perkins, que estudió maestría industrial en la especialidad de fresador, fue también diputado entre 1977 y 1981.

Da que pensar que los líderes obreros de las dos organizaciones sindicales más importantes de aquel momento, Marcelino y Nicolás, fueran diputados y que no fueran los únicos. El asunto parece extraño, pero entonces no lo era. He recurrido a diferentes fuentes para hacerme una idea. Los datos son demoledores. Más del 91 por ciento de los diputados son licenciados, diplomados, tienen un máster, o un doctorado. No llegan al 6 por ciento los que sólo tienen el Bachillerato y un exiguo 3 por ciento no cuenta con titulación más allá de la básica obligatoria.

Tampoco es que antes la situación fuera muy distinta, A lo largo de todas las legislaturas democráticas, hemos contado con poco menos de 2.200 diputados, de los cuales sólo 80 eran eso que podríamos definir como obreros. Es verdad que han sido muchos menos los artistas, o curas en las nóminas del Congreso. Pero, sin duda, las profesiones de éxito son los abogados, seguidos a mucha distancia por los economistas, los titulados en ciencias políticas y sociología, magisterio, medicina, o filología.

Desde luego, al margen de cualquier otra consideración, la composición del parlamento no se corresponde con una sociedad española en la que más del 40 por ciento de las personas adultas no tiene más allá de los estudios básicos, en torno a un 35 por ciento estudios universitarios o superiores de FP y un pequeño 12 por ciento (en comparación con Europa) estudios de FP. Sólo 10 diputados o diputadas afirman haber estudiado Formación Profesional.

He conocido diputados y diputadas obreros, en el parlamento nacional, o en la Asamblea de Madrid y, la verdad, es que unos eran buenos y otros no tanto, en una proporción similar a la de los parlamentarios notarios, registradores de la propiedad, o abogados del Estado. No sólo Marcelino Camacho y Nicolás Redondo. Un ferroviario como el senador José Alonso, o el también senador José Luis Nieto, de profesión albañil.

Un Gerardo Iglesias, minero, o un Cayo Lara que, al ser campesino, figurará en las estadísticas parlamentarias como empresario, por más que pequeño, autónomo y agricultor. Y también a un diputado autonómico, luego concejal, como Julio Misiego, cuya voluntad de ayudar a su gente, defendiendo Madrid, le llevaba a negociar y hablar con cuantos en el gobierno, o en la oposición se pusieran a tiro para solucionar un problema. Os puedo asegurar que un Ángel Pérez salido de los túneles del Metro madrileño no tenía nada que envidiar en sus intervenciones incisivas y punzantes a los discursos monótonos y leídos de otros diputados aparentemente mejor preparados.

No es un hecho singular y diferenciador de nuestra España. La mayoría de los países parecen gobernados por un clandestino y anónimo Partido de los Licenciados. Alguien podrá decir que los más preparados al poder, pero no necesariamente esto es verdad, si tomamos en cuenta que la formación y las habilidades sociales y políticas adquiridas en una trayectoria laboral, en los barrios y en los pueblos, aunque siendo menos formal que la adquirida en una universidad, es reconocida cada vez más en las sociedades modernas.

Además de que ser un gran notario, registrador de la propiedad, economista, o químico, no te hace ni mejor persona, ni más atenta a las necesidades de la ciudadanía, ni más preparada para buscar las soluciones a las mismas, ni para dialogar con la sociedad. Ahí tenemos ejemplos como el de Pepe Mujica, sin estudios superiores, frente a un titulado superior en Economía por la Universidad de Pensilvania llamado Donald Trump.

Nadie entienda que realizo un canto a la ignorancia. Cualquier persona de orígenes humildes aspira a formarse y en muchos casos llegar a la Universidad, para contar con las herramientas que le permitan tener un empleo más decente y una vida más digna. Yo mismo hice primero magisterio y luego, trabajando, fui estudiando Geografía e Historia en la UNED. Camino similar al recorrido por un Agustín Moreno, un Antonio Gutiérrez, o una Salce Elvira.

Entiéndase que algo falla en política (reitero que no sólo en España) cuando los principios de igualdad y no discriminación que impregnan todos los textos constitucionales aparecen desdibujados en la composición de los parlamentos y los gobiernos.

No confiaría mi salud y mi vida a alguien que no tenga título de medicina, ni mi defensa jurídica a alguien que no sea abogado, pero tampoco confiaría la solución de problemas políticos, necesariamente, a un médico, o un abogado, por encima de cualquier otra persona honesta, sensata y con voluntad de buscar soluciones negociadas, acordadas y atentas siempre a los más débiles. Respetuosas siempre con la libertad y la igualdad.

 

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