Almeida, un transformista de la democracia

25 de Junio de 2024
Actualizado el 03 de julio
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Dice Almeida que el Orgullo Gay lo inventaron Álvarez del Manzano, Gallardón y Ana Botella. Es la última bobada revisionista del alcalde de Madrid, un cachondo mental muy efectista cuando ejerce de showman pero que da mucha risa cuando se pone a disertar sobre política, en serio y en profundidad.

Ahora resulta que la derecha española, heredera del franquismo, peleó como nadie por la defensa de los derechos de los homosexuales. Y nos lo tenemos que tragar. Manzano (de educación jesuita) no hizo nada por el movimiento; Gallardón quiso prohibir un escenario en Chueca y tuvo que salir por piernas ante un grupo de manifestantes mientras paseaba a su perro; y de la Botella qué podemos decir: cosió a multazos a los organizadores por formar ruido y basuras. Todos ellos se limitaron a tolerar el Orgullo, un tsunami ciudadano contra el que no pudieron hacer nada.

La Ley de Vagos y Maleantes de 1954 metía en el mismo saco a los homosexuales, rufianes, proxenetas y mendigos, a los que castigaba con el campo de trabajo o colonia agrícola, con la obligación de declarar su domicilio y con la sumisión a la vigilancia de los lacayos del régimen. Hasta donde sabemos, el Partido Popular todavía no ha condenado el franquismo, así que entendemos que esa ley sigue estando vigente para ellos. Van de machos españolazos y ese es el problema: muchos no han salido del armario nacionalcatolicista, viven su trauma en silencio (como en el anuncio aquel de las hemorroides), y solo unos pocos logran romper con las cadenas, con el legado represivo educacional y cultural, echándole valor a la cosa para vivir con libertad su condición y casarse con sus parejas, como los rojos.

Almeida, un ambiguo político, un confuso ideológico, sabe moverse en la demagogia, de tal manera que hoy se pone en plan ultraderechista y mañana va de progre envuelto en la bandera del arco iris. Pero no cuela. En cuanto puede cuelga en las paredes de la ciudad el póster que estigmatiza al colectivo identificándolo con la orgía, el condón, la borrachera y el tacón de aguja. Todo lo malo y lascivo, según la Iglesia católica. El cartel de este año es una ofensa para miles de personas que no se sienten identificadas con la condición folclórica y estereotipada que pretende trasladar el edil. Hace ya tiempo que conocemos a este alcaldillo de baja estatura moral y sabemos cómo se las gasta. Va de demócrata, pero es un transformista político que anda de francachelas con Vox; va de activista por los derechos civiles, pero lleva cinco años sin colgar la bandera arco iris en el balcón del Ayuntamiento. Él intenta proyectar una imagen de moderación y modernidad, pero le sale el seminarista con tufo a incienso y sotana rancia que lleva dentro. Eso de que no está ni con los nazis que quieren mandar el Orgullo al gueto de la Casa de Campo ni con los izquierdistas que patrimonializan la fiesta para darle un tinte ideológico es un insulto a la inteligencia. O se está con los derechos humanos, sin ambages, o mejor callar la boca para no hacer el ridículo. No hay más.

En realidad, todo el mundo en Madrid sabe que la bandera multicolor le hace rechinar los dientes a Almeida tanto como el ajo a un vampiro. Le molesta la enseña y cada año se esfuerza en echarle lejía reaccionaria para diluir sus hermosas tonalidades. Es más fácil imaginarse a este alcalde repantigado en una comida de confraternización con los abogados de Manos Limpias, en relajados tirantes con la bandera de España, fumándose un puro y soltando chistes de mariquitas de Arévalo, que subido a la carroza de las reinonas y drag queens, que es donde debería estar, dándolo todo, cualquier alcalde comprometido con la causa de la libertad y los derechos humanos. No verán ustedes a este impostor bajando del púlpito para mezclarse con las gentes del colectivo, como hacía el auténtico Tierno con los jóvenes cuando dijo aquello de que “el que no esté colocao que se coloque y al loro”. Debe creer que es mejor no codearse con gais y lesbianas por si se le pega algo, así que su lugar está con las prístinas élites políticas y financieras, con la pulcra Ayuso, con los adánicos anarcoides de Milei y con los castos antiabortistas de Hazte Oír.

Ahora el edil nos viene con este cuento de que el Orgullo Gay lo inventó la derecha patria. Ya, y Franco entendía. El éxito del Orgullo no se debe a ningún franquista travestido de demócrata sino a la gente misma, a las personas que jugándose el tipo ante los fascistas salieron a la calle para protestar contra la discriminación desde aquella pionera manifestación del 78 y hasta hoy. Gracias a ellos, y no al PP (que nunca estuvo en esta guerra, más bien al contrario, siempre se pusieron de lado de los del crucifijo) han conseguido alcanzar cotas de libertad y de derechos como en ningún lugar del mundo. La izquierda, que promueve la justicia social, esa que Milei califica de “monstruo horrible”, estuvo cuando había que estar. Estos que ahora se quieren poner la medalla, no. Nos encontramos, sin duda, ante otro burdo revisionismo histórico que produce sonrojo a quien lo escucha. No solo es que el Partido Popular no haya remado a favor de obra y del movimiento LGTBI, sino que históricamente ha hecho lo posible por boicotearlo. No hay más que recordar lo que hizo esa fuerza política cuando Zapatero instauró el matrimonio homosexual: tratar de tumbarlo en el Tribunal Constitucional.

Más allá de las mentiras de Almeida, el bastión de Chueca sigue resistiendo en plena vorágine ultra alimentada por la derecha convencional. Y eso es lo único importante. Se queja el alcalde de que, cada vez que llega el Orgullo por estas fechas, la izquierda monta el pollo, pero aquí el único pollo (preconstitucional) lo tiene montado él con los pactos de su partido con Abascal. A fin de cuentas, lo que le pasa a este alcalde es que desciende de colegio de curas, cantera Opus Dei (de casta le viene al galgo), de modo que lleva sobre sus espaldas toda la losa religiosa, la represión, la penitencia, el silicio y el remordimiento por los pecados de la carne. Vamos, que no ha salido de ese otro armario político tan peligroso como el otro: el del franquismo.

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