Del congreso regional del PP madrileño sale un partido “pandillero, callejero y tabernario”, tal como lo ha calificado su nueva lideresa, Isabel Díaz Ayuso, investida ya con plenos poderes. La definición ideológica da miedo, no solo porque supone la instauración definitiva de la antipolítica y el hooliganismo en el principal partido conservador español, sino porque lo que nos está diciendo IDA es que se echa al monte con los suyos, ensanchando espacio por la extrema derecha, en claro desafío al moderado Feijóo.
¿Qué podemos esperar de ese partido a partir de ahora? Si son pandilleros, cualquier día los veremos desfilar calle abajo por la Castellana en acompasado movimiento rapero, todos tatuados hasta las cejas, en camiseta sudada de tirantes, medallón de oro colgandero en el pecho, pañuelo pirata anudado en la cabeza y hablando una extraña jerga latinoché. ¿Piensan convertirse en los nuevos Latin Kings de la política española, en unos diputados con pantalón de chándal bombacho y zapatillas deportivas robadas en un centro comercial de Vallecas? ¿Abandonarán el cheli castizo, tan típico de los madriles, para comunicarse entre ellos en espanglish con frases y giros nuevos como “Isabel tú eres mi bro” o “Ayuso siempre monetary nunca secondary”, como diría Chanel? Cabe sospechar que existe ese peligro de poligonerización o chonización de la política.
El ayusismo es un exceso, una degradación intelectual, la constatación fehaciente de que realmente hemos entrado en la decadencia de Occidente, tal como auguraba Spengler. Un partido de Gobierno, un puntal esencial del sistema, no puede ser reconvertido en una especie de mara de la política donde todo vale, las formas barriobajeras, el matonismo lumpen, la chulería y el insulto al adversario. El durísimo discurso con el que Ayuso cerró el congreso regional constituye todo un manifiesto trumpista y antidemocrático. Calificar a las mujeres feministas de “malcriadas y borrachas” resulta degradante para la política y para el género humano mismo. Y se atreve a decirlo en un momento especialmente crítico y delicado, cuando las manadas de violadores campan a sus anchas y se abren paso en todas las ciudades del país a la caza y captura de la mujer indefensa. Quien desprecia al feminismo de esa manera está ultrajando los derechos humanos más elementales y se acerca un paso más al totalitarismo fascista. ¿Qué otra cosa fueron las SS sino unas escuadras de mozallones ebrios de nacionalismo que hicieron de la pandilla, de la banda y del comando el instrumento material del terror? Desde ese punto de vista, el término utilizado por Ayuso para refundar ideológicamente el PP no puede ser más desafortunado por lo que tiene de anticultural, de falangismo antisistema y de violento.
Pero los ayusers no solo son pandilleros, también son “callejeros” y “tabernarios”, según su presidenta. Cuando Manuel Fraga dijo aquello de “la calle es mía” se estaba refiriendo a un control total del orden público por parte de las fuerzas de seguridad del Estado. Había represión, obviamente, pero una represión siempre institucionalizada, aunque fuese bajo una ley dictatorial e injusta. El ayusismo va mucho más allá. Con su delirante propuesta de libertarismo ácrata ultraconservador, la lideresa madrileña avanza en el proceso de liquidación del Estado para sustituirlo por las patrullas ciudadanas, por la tribu de barrio y el clan, o sea la pandilla como entidad fundamental sobre la que se asienta la sociedad. Así llegamos al supremacismo anarquizante de derechas estructurado en diversos grupos cuasifeudales. Así llegamos a la ley de la calle, a la ley de la selva. El universo Mad Max donde el fuerte sobrevive y el débil perece.
En cuanto al carácter “tabernario” con el que Ayuso pretende teñir su proyecto político está claro que es ahí, en el mesón y no en el Parlamento, donde ella quiere arraigar con el pueblo. El bar como gran templo de la democracia. La carta con el menú diario antes que la Carta Magna constitucional. El copazo de tintorro antes que los nobles ideales y los valores de la Ilustración. El conciliábulo tabernario, golpista, fanatizado y racial, por delante de la razón y la democracia.
Lógicamente, la pandilla ayusista, como cualquier clan latino, se organiza en torno al cabecilla, un nuevo señor feudal o tótem intocable. Necesitamos jefes para no creer en nosotros mismos, decía Manuel Vázquez Montalbán. Ayuso sabe que el fetiche caudillista funciona políticamente en las urnas. Por eso cierra filas con el rey emérito. El viejo monarca exiliado se ha convertido en el símbolo y referente de toda esta gente autoritaria/pandillera que lo aclama por la calle dándole vivas y vítores. Juan Carlos I, tras saltarse las normas del Estado de derecho, la ley tributaria y la Constitución, ha formado su propia camarilla, en este caso la Corte de los Gallegos, unos cortesanos palmeros y bufones que le ríen las gracias todo el rato. El emérito, como gran jefe de su pandilla absolutista, también ha caído en esta suerte de trumpismo ayusista e ibérico.
Pero el gran legado de IDA (inspirado por Miguel Ángel Rodríguez en la sombra) no acaba en el pandillerismo político, jerárquico y tribal, sino que alcanza también a la economía, que acaba convirtiéndose en un ejercicio de pillaje, saqueo, expolio y comisión a destajo a repartir entre los miembros de la secta. De esta manera, el nuevo PP fundado por Ayuso pasa a ser algo así como un pueblo bárbaro y vándalo que llega más allá del Muro de Adriano de la civilización democrática para arrasarlo todo con sus razias púnicas, gurtelianas y asiáticas, todas esas facciones que sacan un buen botín para los amigos y familiares de los jefes de la pandilla. El caso de las falsas mascarillas en tiempos de pandemia, esa especie de ruta china de la seda promovida por el gang de las derechas, es el mejor ejemplo de hasta dónde puede llegar el pandillerismo del PP en su labor de rapiña.
Que Ayuso invoque la pandilla como modelo político violento, guerrero y macho (la pandilla no deja de ser un totalitarismo machista atomizado donde el jefe suele ser un tío) no debe sorprendernos. Su ideario posee gancho y tirón entre las masas voxizadas de toda España. Feijóo tiene un grave problema y no se llama Pedro Sánchez. IDA le está lanzando una opa hostil ideológica cargada de veneno letal. Le está contraprogramando el programa. Que mire a su espalda el gallego cuando camine por los pasillos de Génova, no vaya a terminar como Casado.