Isabel Díaz Ayuso, acostumbrada a los focos y a que todo gire en torno a su persona, ha vuelto a montar un espectáculo en su cruzada personal contra el Gobierno central. Esta vez, con un acto castrense como escenario: la jura de bandera civil celebrada este sábado en Alcobendas. Lejos de lo que ella esperaba —y probablemente había fantaseado—, el Ministerio de Defensa decidió dejarla fuera de la tribuna de autoridades y sentarla junto a los concejales del municipio. Una bofetada institucional a su desmedida necesidad de protagonismo.
La escena no podía ser más simbólica: Ayuso, presidenta de una comunidad autónoma, sentada como una invitada más, lejos del centro de atención, mientras el General Jefe de la Brigada "Guadarrama" XII, Antonio Bernal, presidía el acto como manda el protocolo militar. Quien también tuvo su espacio fue la alcaldesa de Alcobendas, Rocío García, que ejercía como anfitriona local. Pero para Ayuso, todo esto fue una "ofensa", un "veto" y, cómo no, otro capítulo más de su eterno victimismo frente a "Pedro Sánchez y sus ministros".
Manual de agitación de Ayuso
Como ya es habitual en su manual de agitación, la presidenta madrileña no dudó en acudir al acto aún sabiendo que no tenía ninguna función institucional destacada. Su única intención: forzar la confrontación, aparecer en las cámaras y convertirse, una vez más, en mártir de una causa inventada. Y por supuesto, los medios afines se encargaron de amplificar la historia: la pobre Ayuso, despreciada por el Gobierno, impedida de presidir un acto que, en realidad, no le correspondía presidir.
Lo cierto es que la presidenta regional fue invitada a asistir por cortesía de la alcaldesa hace meses, pero sin ningún rol especial. Pretender liderar una ceremonia organizada por el Ministerio de Defensa, sin ser ni alcaldesa, ni ministra, ni general, es un despropósito propio de quien cree estar por encima de las instituciones. Una actitud que raya el delirio personalista y que demuestra que, más que gestionar Madrid, Ayuso vive obsesionada con parecer una figura de Estado.
Defensa la deja en su lugar
La respuesta del Ministerio de Defensa fue clara: si Ayuso presidía, se cancelaba el acto. No porque se le tenga manía, sino porque no hay precedentes de que una presidenta autonómica dirija una jura de bandera que no organiza ni convoca. No hay ningún agravio. Lo que hay es un intento de apropiación política de un acto militar, algo que Defensa, con buen criterio, ha frenado.
Pero eso no detuvo a Ayuso. Acudió igual, como quien desafía una orden porque sabe que lo que busca es el choque, la bronca, el titular. Su relato ya estaba escrito antes de pisar Alcobendas: que el Gobierno la censura, que la odian por ser mujer y por defender a Madrid, que le tienen miedo… Un guion victimista que repite una y otra vez, como si su cargo le otorgara una categoría divina. Sin embargo, la realidad es que no es más que presidenta de una comunidad autónoma, con competencias limitadas y sin autoridad sobre las Fuerzas Armadas.
La puesta en escena fue grotesca. Mientras las cámaras la captaban saludando efusivamente, emocionada, buscando la ovación, los asistentes coreaban su nombre. Un baño de masas organizado, medido, milimétrico. Como siempre, Ayuso se rodea de palmeros que gritan su nombre para luego alegar que es el pueblo quien la respalda. Pero este acto no iba de ella. Era un homenaje a la bandera, al compromiso civil con la nación, no un mitin encubierto.
Lo más preocupante no es que Ayuso se crea más importante de lo que es, sino que utilice eventos institucionales para alimentar esa narrativa. Que pretenda, una y otra vez, poner en jaque la neutralidad de las instituciones. Que instrumentalice hasta el Ejército si es necesario para seguir cultivando su imagen de heroína nacional. Todo, mientras Madrid sufre problemas reales: una sanidad pública deteriorada, una vivienda cada vez más inaccesible, una educación pública infrafinanciada.
Juega a ser presidenta de la república madrileña,
Y es que mientras ella juega a ser presidenta de la república madrileña, la gestión del día a día queda relegada a la propaganda. Lejos de atender las necesidades de sus ciudadanos, Ayuso parece más ocupada en pelear por el sitio en una tribuna militar que por solucionar los colapsos en las urgencias. Su gobierno se centra más en la puesta en escena que en las políticas públicas. Más en los titulares que en los presupuestos.
Este nuevo episodio de su particular show mediático debería hacernos reflexionar sobre los límites de la representación institucional. Ayuso no es la presidenta de España. No representa al Estado. No tiene autoridad sobre los actos del Ejército ni puede decidir su protocolo. Es, con todo el respeto que merece su cargo, la presidenta de una autonomía. Pretender que su simple presencia debería alterar los protocolos militares no es solo arrogancia, es una muestra peligrosa de megalomanía institucional.
Lo que ocurrió en Alcobendas no es un veto, es una lección de realidad. Una señal de que las instituciones, al menos algunas, siguen funcionando. De que todavía hay límites al personalismo. Y sobre todo, de que no todo se puede convertir en propaganda, por mucho que Ayuso lo intente.
Que una presidenta autonómica quiera presidir actos militares fuera de su competencia y luego acuse al Gobierno de censura por no permitirlo, es como si el presidente de una comunidad de vecinos exigiera inaugurar el AVE. Un sinsentido. Pero en la era de la política convertida en espectáculo, Ayuso ha hecho de lo absurdo una estrategia.
La jura de bandera en Alcobendas debía ser un acto solemne, emotivo y apolítico. Pero Ayuso, como siempre, lo convirtió en un plató. Y por suerte, esta vez, el Ministerio de Defensa no le dejó robar el protagonismo. Porque no se trata de ella. Se trata de respetar las instituciones. Y si algo ha demostrado este episodio, es que Ayuso aún no ha entendido cuál es su sitio.