¿Se acuerda el fiel lector de esta columna del caso Neurona? Sí hombre, aquella denuncia que acusaba a Podemos de valerse de una tapadera en forma de consultora mexicana para desviar fondos electorales al partido. Pues bien, se ha archivado. Tres años después, el juez Escalonilla da carpetazo al asunto y libera de cualquier responsabilidad penal a los dirigentes morados, entre ellos Juan Carlos Monedero, que sale absuelto. Ni apropiación indebida, ni financiación ilegal, ni facturas, ni caja B, ni nada de nada. ¿Y qué cara se nos queda ahora?
Más allá de la responsabilidad de los dirigentes políticos en el descalabro del proyecto que nació al albur del movimiento 15M y de las movilizaciones de los indignados, ya solo cabe decir una cosa: a Podemos se lo ha cargado el establishment, el bipartidismo, el sistema. Para que luego digan que no haylawfare o guerra sucia judicial en este bendito país. Años después, cuando el daño ya está hecho y la reputación de los procesados destruida, veremos cómo todos aquellos líderes de la derechona que en su día hicieron de este montaje el escándalo del siglo callan como frutas, por utilizar el lenguaje ayusista. Y también podremos comprobar cómo algunos medios de comunicación que se subieron alegremente a la caza y linchamiento del rojo piden disculpas ahora por no haber cumplido con la debida diligencia profesional en el tratamiento de la noticia. Poco importa ya. El montaje consiguió lo que se proponía: desplegar una cortina de humo sobre los múltiples casos de corrupción que asolaban al PP (caja B del tesorero Bárcenas incluida), arruinar unas cuantas carreras de prometedores jóvenes de izquierdas que llegaban con ganas de cambiar las cosas y frenar el auge imparable de Podemos.
Hoy el partido fundado por Pablo Iglesias no es más que chatarra inservible, un juguete roto (o eficazmente dinamitado), un proyecto fracasado por la maldad de unos (los enemigos externos de siempre) y la incompetencia de otros (los internos que han dirigido los destinos del partido con escasa pericia y visión teniendo en cuenta que esa fuerza política ha pasado de 71 diputados a solo 5 en apenas una legislatura). No verán ustedes estos días ni grandes titulares sobre el archivo de la causa, ni extensos análisis sobre el asunto, ni encendidos editoriales pidiendo cabezas y un treinta y seis para frenar el comunismo bolivariano. Algunos, allá por el año 2020, ya advertimos de que todo esto del caso Neurona despedía un fuerte hedor a complot, a cloaca judicial o lawfare (entonces pocos sabían lo que significaba ese palabro que en la actualidad anda en boca de todos) y así lo denunciamos en Diario16. Entonces nos llamaron podemitas, vendidos a Maduro, amigos de corruptos, panfletarios, abducidos por la secta y no se sabe cuántas cosas más. En realidad, no hacía falta ser Bob Woodward ni ningún aguerrido reportero de investigación del Washington Post para sospechar que aquel Watergate de poca monta, en medio del vendaval de mugre que se cernía sobre Génova por sus múltiples casos de corrupción, era un bluf y al final quedaría en nada. Así ha sido.
En nuestra serie de informaciones sobre Neurona nos bastó con atar unos cuantos cabos para concluir que blanco y en botella leche. Cualquier periodista que ha husmeado alguna vez en los informes anuales del Tribunal Cuentas sabe perfectamente que el cúmulo de defectos, irregularidades, chapuzas y basura que nuestros partidos políticos han ido acumulando con el paso del tiempo da un material suficiente como para abrir cien causas judiciales. Facturas que no encajan, donaciones de particulares y empresas que no se justifican, libros de contabilidad que no cuadran y dinero que sobra o que falta, han estado presentes, a la orden del día, desde prácticamente los albores de la democracia. Esto fue así durante décadas y si la Justicia se hubiese puesto manos a la obra y seria con la financiación hoy estarían, desde el primero hasta el último, todos los partidos clausurados.
Sorprendentemente, nadie en el peculiar mundo de la Justicia española se olió la tostada de la trama Gürtel (un gigantesco caso de corrupción a nivel estatal con cientos de millones en comisiones y mordidas por el que el PP fue finalmente condenado), pero supo detectar el rastro de unos contratillos con unas migajas poco claras en la casa del pobre, o sea en Podemos. Hicieron la vista gorda a la hora de ver la viga del grande, pero pusieron la lupa de máximo aumento en la paja del pequeño. No era necesario ser un lince para entender que aquello apestaba a operación orquestada para desacreditar a una fuerza emergente ante la que la derecha y la mayoría judicial conservadora sentían auténtico pánico porque venía a regenerar la política, a meter a unos cuantos de la casta entre rejas y de paso a repartir un poco mejor la riqueza del país. Para las élites reaccionarias, Pablo Iglesias era el gran Lucifer de la izquierda española, el personaje a destrozar como fuese y a toda costa. Podemos molestaba porque venía a terminar con el Régimen del 78, con el libre mercado, con la propiedad privada, con los privilegios de los ricos y con unas cuantas cosas más. Fue simplemente eso. Y luego nos tenemos que tragar que Sánchez quiebra el Estado de derecho. Demasiadas neuronas trabajando para el mal. Ese es el gran cáncer de nuestra maltrecha democracia.