El Gobierno de coalición es un matrimonio mal avenido que va soportando como mejor puede los avatares y problemas de la vida. Muchas han sido las discrepancias que han tenido que superar socialistas y morados desde aquel día en que Pablo Iglesias le dio el sí quiero a Pedro Sánchez (también le pidió una dote imposible, ser vicepresidente y el control del CNI, pero esa es otra historia). Pocos confiaban en que aquel pacto de coalición perdurase en el tiempo. Los más agoreros le daban dos telediarios, otros pensaban que no alcanzarían ni la mitad de la legislatura y muy pocos hubiesen puesto la mano en el fuego porque la cosa llegara tan lejos.
Mal que bien, podría decirse que el experimento ha funcionado. Y para un país como España que venía de la ingobernabilidad, de la inestabilidad y de la parálisis institucional con crisis gravísimas como el procés de independencia de Cataluña, no es poco. El Gobierno pudo haber reventado en muchas ocasiones por culpa de asuntos espinosos como la reforma laboral, las difíciles relaciones con Marruecos, la investigación de los abusos sexuales en la Iglesia católica, las comisiones parlamentarias contra el rey emérito siempre bloqueadas, la legalización del cannabis, el incremento del gasto militar en un contexto de guerra en Ucrania y el impuesto a los ricos o gravámenes a las multinacionales energéticas por sus beneficios caídos del cielo.
Todo eso ahora queda atrás y nuevos escollos emergen en el horizonte, como la manera de gestionar el escándalo por las excarcelaciones de violadores tras la aplicación de la ley Montero del “solo sí es sí”, la polémica ley trans que tiene partido en dos al feminismo español, las pensiones, el pacto de rentas y la ley de Sanidad. A buen seguro que en todos esos trances habrá pollo y baraúnda y ambos socios volverán a tirarse los trastos a la cabeza. Pero pueden apostar ustedes a que la coalición resiste, sobre todo teniendo en cuenta que los Presupuestos para el año próximo están virtualmente aprobados y llegan al Parlamento con los apoyos necesarios, algo que no ocurría en las últimas legislaturas. Si el invento de la coalición no ha implosionado ya producto de las diferencias ideológicas y de los egos personales de los diferentes ministros, es más que probable que no lo haga en lo que queda de aquí a las elecciones a celebrar el próximo año. Socialistas y podemitas se necesitan, los primeros porque saben que los tiempos de las mayorías absolutas ya pasaron; los segundos porque encuesta tras encuesta queda patente que el proyecto fundado en 2016 por Pablo Iglesias en un contexto de indignación social muy concreto parece haber tocado techo, de modo que corre serio riesgo de perder fuelle en los próximos meses decisivos antes de la cita con las urnas. Habrá que esperar a ver cómo evoluciona la plataforma Sumar impulsada por la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. Una herramienta transversal, un artilugio atrapalotodo de la izquierda, puede erosionar y mucho a la formación morada. Ya están surgiendo tensiones. La pelotera que se llevan entre manos Iglesias y Díaz es fruto de esa pugna que se vive por la hegemonía del espacio progresista a la izquierda del PSOE. El exvicepresidente ya ha advertido de “ay de aquel que no respete a Podemos” y aunque la ministra no ha querido entrar al trapo todo apunta a que hay navajeo subterráneo e intenso.
Falta por despejar no pocas incógnitas de aquí a las elecciones, la primera de ellas qué va a pasar con la economía mundial, ya que la sombra de una nueva crisis planea peligrosamente sobre toda la zona euro. No es lo mismo afrontar el último tramo de la gobernación en un clima social tranquilo y sosegado, con la inflación controlada y las cuentas saneadas, que en medio de una nueva diabólica recesión. La coyuntura internacional, y sobre todo la evolución de la guerra en Ucrania, va a marcar el futuro de este Gobierno de izquierdas. Mientras tanto, el efecto Feijóo parece haber colocado al Partido Popular ligeramente por delante en los sondeos y aunque la progresión se ha estancado en las últimas semanas, esa tendencia al alza del principal partido conservador preocupa en Moncloa. Es evidente que los populares están cerca de reconquistar el poder con la inestimable colaboración de la ultraderecha de Vox y que solo un golpe de mano de Isabel Díaz Ayuso en el último momento para hacerse con las riendas del partido (algo poco probable) podría cambiar el panorama. En todo caso, Sánchez, fiel a su manual de resistencia, cree que todavía queda mucho partido y confía en remontar en esta recta final. Tiene el patio de la coalición debidamente controlado (los díscolos ministros podemitas ya no son aquellos bravos activistas antisistema dispuestos a romper el pacto y a ir a elecciones por cualquier tontería) y su figura parece agrandarse en la esfera internacional (algo que sin duda le ayudará a mejorar en las encuestas de popularidad). Por tanto, en el Gobierno trabajan ya mirando de reojo el calendario y haciendo cuentas sobre los escaños que se pueden ganar y perder en las diferentes circunscripciones. La primera meta volante serán las autonómicas y municipales del 28 de mayo. Ahí podrá tomarse el pulso al paciente y saber si está hecho un roble o debilitado por el desgaste del poder y por tantas sangrías, reyertas y gallineros. Ese será el momento en que los españoles decidirán si quieren otros cuatro años de coalición o ya están cansados de un experimento que, dicho sea de paso, pocos pensaron que podría funcionar como aquellas viejas máquinas de vapor de antes tan defectuosas como resistentes.